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McCarthismo

Miguel Ángel Cerdán
Miguel Ángel Cerdán
Licenciado en Historia. Profesor de Secundaria en la enseñanza pública. Articulista en diversos medios digitales e impresos de la Comunidad Valenciana.
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análisis

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Hoy poca gente sabe quiénes fueron Roy Cohn y el senador Joseph McCarthty. Y sin embargo dieron nombre a todo un movimiento llamado “McCarhismo”, a través del Comité de actividades antiamericanas, y que consistió sobre todo en una caza de brujas contra muchos norteamericanos a los que se acusó de comunistas o de tener simpatías comunistas. Simplemente por esto, por sus ideas o por sus supuestas ideas, ciudadanos de Estados Unidos perdieron sus puestos de trabajo y sufrieron el ostracismo social y la muerte civil. Algunas de sus víctimas fueron Bertolt Bretch, que ya fue perseguido por Hitler y que tuvo que huir de Norteamérica, o Dalton Trumbo, famoso guionista y que no pudo firmar sus trabajos hasta el rodaje de “Espartaco” de Kubrick.

Desde Europa, entre los años setenta y noventa al menos del siglo XX, siempre se miró, a raíz de esto, con cierta superioridad a Estados Unidos con la certeza de que algo parecido, de que el McCarthismo  hubiese sido y  sería totalmente imposible en  Europa, el continente de la Ilustración. Eran los años en los que estaban presentes aquellos lemas de mayo del 68 tipo  “imaginación al poder” o “prohibido prohibir”. Se tenía además plena conciencia de que era en Europa donde habían surgido, con la Revolución Francesa, los derechos del hombre y del ciudadano, y que los mismos consagraban principios como la presunción de inocencia ( artículo 9) o la libertad de opinión y de expresión ( artículos 10 y 11). Plasmaban la famosa frase atribuida a Voltaire de “no estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con toda mi fuerza su derecho a decirlo”. Pues bien, estos días estamos viendo como todo ello se ha disuelto como lágrimas en la lluvia, como esos principios sagrados de la Ilustración y de la convivencia democrática bajo la que se ha construido la Europa actual,  naufragan estrepitosamente.

Vemos una unanimidad aplastante en unos medios de comunicación donde las voces críticas o que quieran introducir matices no existen, vemos como algún politicastro se atreve a pedir que despidan a una periodista por estar casada con alguien que opina diferente, vemos como nadie se escandaliza porque se expropien bienes o se despida a gente simplemente por su nacionalidad, o que directamente se cancele la cultura de un país. Vemos además como ninguno de los supuestos grandes intelectuales de este país o de Europa protesta o dice nada ante esta ola inquisitorial.

Vemos como la gente tiene miedo de expresar una opinión o un juicio discordante o con matices. Esto, señores y señoras, no nos hace mejores que aquellos a los que se dice combatir. Más bien indica que nuestra Democracia se está derrumbando y que el ruido del derrumbe se oculta con un estrepitoso aplauso. Porque hoy son ellos, mañana podemos ser cualquiera de nosotros.

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