Mbappé, un ídolo de la frivolidad

La estrella del PSG se mofa del cambio climático durante una rueda de prensa

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Mbappé estalla en carcajadas durante la rueda de prensa.
Mbappé estalla en carcajadas durante la rueda de prensa.

Las risitas y carcajadas de Kylian Mbappé y su entrenador a cuenta del cambio climático han indignado a la sociedad francesa e incluso el ministro de Economía galo, Bruno Le Maire, ha tenido que intervenir para darle un tirón de orejas al club de fútbol PSG por su nula conciencia ecológica. Vivimos tiempos líquidos y las estrellas de cine, del rock y del deporte, lejos de dar ejemplo de compromiso social, de comportamiento cívico y de valores éticos y morales, prefieren pasar por gamberros, malotes, macarras o chulazos de discoteca. Provocar, saltarse las normas, transgredir y quedar como un hater maleducado es lo que se lleva en un mundo dominado por unas redes sociales que promocionan el postureo, la estupidez y la frivolidad más insoportables.

De Mbappé se puede decir cualquier cosa menos que se acerca a lo que debe ser el modelo o patrón de deportista íntegro y ejemplar. Hace apenas unos meses ya demostró su espíritu egoísta y tramposo cuando dejó tirado al Real Madrid. El muchacho se dejó querer por el club de Chamartín, dio por hecho su fichaje al final de la temporada y hasta se permitió soltar todo ese rollo de que deseaba vestir de blanco desde que era un niño de teta. Al final se demostró que el nuevo ídolo del fútbol francés no tenía nada de romántico o idealista y que lo que realmente le motivaba era la pasta, de ahí que renovara por los blues parisinos por la nada despreciable cifra de 300 kilos. Así fue como el chico, que supuestamente suspiraba por el equipo de sus sueños, dejó tirado al madridismo.

Esta semana, durante una rueda de prensa, un periodista se atrevió a preguntarle al astro galo por los desplazamientos en jet privado, una forma de viajar que puede resultar muy cómoda y gratificante para los millonarios del balón pero que genera un daño irreparable al medio ambiente. La reacción del futbolista y de su entrenador, Christophe Galtier, no pudo ser más decepcionante. El muchacho se dobló por la mitad sobre la mesa, partiéndose de risa, mientras el míster ingeniaba uno de esos chistes chuscos que retratan para siempre la catadura moral de quien lo suelta: “Hemos hablado con la empresa que organiza nuestros desplazamientos y estamos viendo si podemos ir en barco de vela”.

Tal como era de prever, la gracieta llegó hasta el Elíseo de Macron, que por boca de su ministro de Economía mostró el total rechazo del Gobierno francés a una escena tan deplorable y poco edificante. Hay que tener en cuenta que millones de personas siguen cada día las andanzas de su ídolo Mbappé, al que han convertido en icono, referente y líder de masas. Cualquier cosa que diga o haga el fenómeno futbolero del momento es imitado de inmediato por una legión de fans, genera opinión y crea tendencia. En el mundo de antes eran Sartre y Camus los que fijaban posiciones filosóficas en la Francia de la liberté, égalité y fraternité. Hoy, en la realidad posmoderna aniquiladora de los valores humanistas, es un niñato con más billetes que neuronas y con más seguidores en Instagram que principios morales quien modela la conciencia social de la opinión pública para bien o para mal. El grave error del “siete” del PSG y su frívolo entrenador ya no está en que no le importe un pito si el mundo se va al garete por culpa del calentamiento global, sino su inconsciencia del poder mediático que acumula y de la gran responsabilidad que tiene entre sus manos.

Millones de personas viven por y para ser como Mbappé algún día. Un hombre famoso, adinerado y supuestamente feliz por darle patadas a un balón. Lo que hizo en la sala de prensa, su esperpéntica representación más propia de un estulto o simple que de un deportista brillante e inteligente, causa más daño a la lucha contra el cambio climático que diez incendios de sexta generación. Kylian Mbappé, entre entrenamiento y gol, entre partido y balón de oro, debería dejar un hueco para leer e informarse sobre estrellas mundiales del deporte que navegaron por las arenas movedizas de la fama antes que él, héroes de verdad como el boxeador Muhammad Ali, que en lugar de quedarse en la alfombra roja, en el champán, en el confeti y en el absurdo traje con lentejuelas decidió sumarse a la causa de la liberación de los negros y hasta se negó a participar en la guerra de Vietnam. O la tenista Billie Jean King, que puso su raqueta al servicio del feminismo y contra el patriarcado imperante. O la nadadora siria Yusra Mardinio, alma de los refugiados de la guerra en su país. O la propia futbolista Megan Rapinoe, que ha dado voz a las minorías como los homosexuales y el colectivo trans.

Llegar al Olimpo de los dioses para quedarse en un pelele de Instagram que cuelga fotos de sus platos favoritos o se deja retratar con una modelo choni en bikini es una inmensa y triste pérdida de tiempo. Mbappé tiene en su mano un arma poderosísima para concienciar sobre la necesidad de salvar el planeta, pero prefiere comportarse como un bobalicón en las ruedas de prensa. En su día, cuando dijo no al Real Madrid por un puñado de monedas, ya sospechamos que no había nada auténtico en ese cerebro y que era poco menos que un muñeco relleno de serrín sin personalidad alguna, un juguete en manos de los jeques árabes que mueven el PSG. Por nosotros puede quedarse en París. Y que venga Haaland.

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