Hasta el más escéptico abraza la fe cuando le sucede en primera persona un milagro, un auténtico milagro.
Era imposible. La carrera de Abu Dhabi de la que iba a salir el campeón mundial de la temporada 2021 de Fórmula 1 ya estaba sentenciada por completo. Red Bull había hecho lo posible incluso lo imposible: la gesta de Checo Pérez para ralentizar al rival de su compañero de equipo merece un monumento. Lo habían probado todo, pero no había nada que hacer. Lewis Hamilton era más rápido, su Mercedes era muchísimo más veloz. No había nada que hacer y faltaban cinco vueltas.
Y entonces la voluntad de Dios lo cambió todo. Latifi se salió de pista y hubo que sacar a un safety car. Reagrupación de los coches. Verstappen entró sin dudar en boxes. Mercedes aguantó porque supuso que el safety car no se iría antes de que se diese la última vuelta de carrera.
Dios le daba una nueva y última oportunidad a Max Verstappen para convertirse en campeón mundial, y Max Verstappen la aprovechó perfectamente. Hamilton luchó con uñas, uñas rotas, y dientes, dientes debilitados, hasta el último instante, pero ya no pudo hacer nada. Era la voluntad de Dios: Max Verstappen iba a subirse al podium y proclamarse campeón del mundo.
Solo alguien que se cree a sí mismo más grande que Dios, muchísimo más grande, Toto Wolff, se ha negado a aceptar el destino, la voluntad de Dios, o cómo se quiera llamar: las manzanas no cumplen el tamaño reglamentario para su exportación y a Eva le queda prohibido darle una manzana a Adán.
Asco de reglamentos imprecisos y excesivos, libres como toda norma jurídica de una u otra interpretación. La impotencia y la vanidad del ser humano contra la bondad y la voluntad de Dios.
