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Marruecos, entre la palmadita o el disparo por la espalda

Marruecos nunca va a ceder hasta conseguir su imperio y para ello su mayor obstáculo es España

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análisis

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Las relaciones entre España y Marruecos siempre han estado (y están) en un tobogán condicionadas a los caprichos e intereses de la monarquía alauita, que acostumbra a esconder sus problemas internos a costa de su vecino del norte, cuya debilidad en estas relaciones se muestra una y otra vez incapaz de mantener una postura firme y coherente ante los habituales desencuentros. Mientras la monarquía marroquí esté inmersa en la creación de un gran imperio con territorios que han sido, o son, de España hay pocas posibilidades de evitar los enfrentamientos periódicos que distorsionan estas relaciones.

No hay que retroceder al siglo XIX o al XX para comprobar cual débil es la línea trazada en las relaciones de ambos países. Marruecos rompió la baraja el pasado mes de mayo cuando comprobó que España no solo no estaba por la labor de seguir a Donald Trump reconociendo la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, sino que en acción humanitaria acogió en un hospital de Logroño al enemigo público número uno del reino alauita, el creador y líder del Frente Polisario, Brahim Gali, alguien que aún mantiene su DNI y pasaporte español, además del argelino, tal como debieran tener todos los saharauis, a los que el Gobierno español de turno despojó de derechos al abandonar y entregar la administración saharaui a Marruecos y Mauritania, en 1975.

La ONU ha recordado en varias ocasiones que España sigue siendo la potencia administradora hasta la celebración de un referéndum de autodeterminación, ya que nunca entregó la soberanía de la antigua colonia, a pesar de que gobierno tras gobierno mire para otro lado. En realidad, lo que se pretende es no irritar al entorno de la monarquía sátrapa de Mohamed VI, cosa que evidentemente a veces no se consigue.

La avalancha de miles de personas tratando de entrar en Ceuta, especialmente niños y jóvenes, no fue más que la demostración de que Rabat utiliza las relaciones a su conveniencia para presionar al Gobierno español, en un acto vengativo y programado. Fue así como casi 10.000 personas lograron entrar en Ceuta en solo dos días. Sin embargo, la sorpresa de Marruecos fue comprobar cómo, por primera vez, la Unión Europea se posicionaba con España y reconocía a las ciudades de Ceuta y Melilla como la frontera sur de Europa. No ocurrió lo mismo en 2002 cuando unos soldados marroquíes se establecieron en el islote de Perejil, cerca de Ceuta, siendo desalojados unos días después ante la decidida y rápida intervención española.

Ahora, tras el nuevo tiro por la espalda de Marruecos, el monarca trata de reconducir un problema que en nada le favorecía. En un inesperado giro de la crisis, Mohamed VI ofreció a mediados de agosto un discurso, con ocasión del 68 aniversario de la fiesta de la Revolución del Rey y del Pueblo, ofreciendo a España “inaugurar una etapa inédita” en las relaciones entre los dos países, que -según el monarca- deben basarse en “la confianza, la transparencia, la consideración mutua y el respeto a los compromisos”.

Atrás quedaba la retirada de la embajadora marroquí en España, Karima Benyaich, a raíz de la crisis del mes de mayo, o su calculado olvido del distanciamiento hispano-marroquí en el discurso del 31 de julio, en el 22 aniversario de su llegada al trono, para marcar ahora sorpresivamente una inesperada y nueva posición: “Con sincero optimismo, expresamos el deseo de seguir trabajando con el gobierno español y su presidente, Pedro Sánchez, con el fin de inaugurar una etapa inédita en las relaciones entre nuestros dos países”. Y apostilla, “se trata del mismo compromiso que existe entre Marruecos y Francia”.

Y eso que hasta Mohamed VI reconocía que esta había sido “una crisis sin precedentes que ha sacudido fuertemente la confianza mutua y ha planteado preguntas sobre su futuro”. Felipe VI, diplomáticamente, aprovechó el 22 aniversario de la llegada al trono del monarca marroquí para expresarle “los mejores deseos de salud y prosperidad al muy querido pueblo amigo marroquí, en su nombre, y en nombre del Gobierno y el pueblo español”. No fue más que un acto diplomático buscando cierta distensión en las complejas relaciones entre los dos países. Previamente, en un gesto hacia Marruecos, Sánchez ya había cesado a la anterior ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, muy criticada en Rabat por haber facilitado el tratamiento hospitalario de Brahim Gali.

¿Es sincero el ofrecimiento marroquí? Lo dudo, España no va a reconocer la soberanía marroquí sobre un Sahara pendiente del mandato de la ONU para celebrar un estancado referéndum de autodeterminación, así que la chispa puede volver a saltar en cualquier momento. Y no hay que olvidar que el Istiqlal y otros partidos siguen reivindicando la soberanía de Marruecos sobre las dos ciudades españolas del norte de África. En el mismo discurso tendiendo la mano a España, Mohamed VI advertía que “los adversarios de la integridad territorial del Reino parten de posturas preconcebidas y superadas y no quieren que Marruecos siga siendo, libre, fuerte e influyente”.

Así que las posturas sobre el Sahara no invitan al optimismo para normalizar unas relaciones siempre difíciles y complejas, más cuando España estudia incluir a Ceuta y Melilla en el espacio Schengen, lo que supondría un cambio sustancial en el entorno transfronterizo, ya que los marroquíes necesitarían visado para entrar en las dos ciudades autónomas españolas. Si se produce, España tendría un nuevo punto de fricción con Marruecos, un país que no va a dejar de presionar y chantajear a España, ya que en cuestiones de soberanía tienen posturas enfrentadas y esa confianza mutua será difícil de lograr.

Desde que España reconoció la independencia de Marruecos en 1956, entregando en ese acto un Rif que luchó por su propia independencia, el sultanato (rey) marroquí no ha levantado el pie del acelerador reivindicando lo que los nacionalistas denominan El Gran Marruecos, con las ciudades de Ceuta y Melilla, con parte de Argelia, con el Sahara Occidental y con Mauritania. Objetivos que España ha ayudado históricamente entregando territorios, como la gota de agua que rítmicamente puede caer sobre una cabeza.

Primero fue la entrega del Rif (1956), cuyas tribus bereberes no reconocían la autoridad del Sultán de Marruecos y establecieron su propia República (1921), pero Mohamed V, no satisfecho con ello, creó un ‘clandestino Ejercito de Liberación’, unas bandas armadas que guerreaban con los franceses en Mauritania y con España en Ifni y el Sahara. Una guerra silenciada por el régimen franquista (1957-1958) que se cerró en falso cediendo España, en abril de 1958, la zona norte del Sahara (Cabo Juby-Tarfaya), lo que era el Protectorado Sur, que no se había entregado a Mohamed V, dos años antes, por considerar que “la autoridad del rey de Marruecos no estaba establecida con anterioridad en esa zona”, lo que equivale a decir que no era marroquí, cuyos límites históricos reconocidos hasta entonces estaban al norte, en el río Draa. Tal es así que la mayoría de los fundadores del Frente Polisario son originarios de esa parte norte del Sahara.

Franco decidió en ese momento disolver su Guardia Mora, pues en la nueva situación no se fiaba de ellas. Una entrega cobarde, como volvería a suceder en 1975, cuando España huye de la provincia del Sahara Occidental y deja a los saharauis, con DNI español, en manos de Marruecos y Mauritania, que son las nuevas potencias ocupantes. Un acto que se produce cuando se preparaba el referéndum de autodeterminación del Sahara auspiciado por la ONU, pero Hassan II, con el apoyo de Estados Unidos, se sacó de la manga la Marcha Verde y consiguió penetrar en el Sahara con 350.000 personas reivindicando la inexistente marroquineidad del Sahara. Tras la entrega pactada en Madrid, por los intereses económicos de algunos ministros, la población autóctona saharaui, los bidanis del desierto, huye masivamente ante la invasión marroquí y comienza un nuevo conflicto bélico contra la nueva ocupación. Es el origen de los recientes acontecimientos de Ceuta.

Antes, España entregó a Marruecos la provincia de Ifni, cuyo control tras la guerra silenciada (1957-58) se circunscribía a la ciudad de Sidi-Ifni. Este territorio, como los dos anteriores (Cabo Juby y Sahara) formaba parte del África Occidental Española. Había sido cedido por Marruecos a perpetuidad en 1860, compensando un antiguo establecimiento español del siglo XV en la costa, conocido como Santa Cruz de la Mar Pequeña. Tampoco se cumplió el Tratado, algo que no se le da nada bien a España.

Tras este breve repaso por los territorios que España, cual Quijote, ha ido cediendo a Marruecos, aunque históricamente la mayoría no pertenecieran al sultanato, cuya monarquía absolutista está empeñada en conseguir el Gran Marruecos, aun caben otras reivindicaciones, las de las ciudades de Ceuta y Melilla, más los islotes próximos (Chafarinas, Alhucemas, Vélez de la Gomera y Perejil) y la cesión o reconocimiento de la soberanía del Sahara ocupado. La ONU no reconoce como colonias, al contrario que Gibraltar, a Ceuta y Melilla por ser posesiones españolas antes de constituirse el Reino de Marruecos. Muchos españoles desconocen esta peculiaridad y diferencia con Gibraltar, un territorio que fue arrebatado al Reino de España y está considerado por la ONU ‘territorio británico a descolonizar’.

Marruecos se ha sentido con fortaleza, después de que, en el agónico final del mandato de Trump, el 10 de diciembre de 2020, éste agradeciera al rey Mohamed VI el reconocimiento diplomático sobre el Estado de Israel y, dando la espalda al consenso internacional y a las resoluciones de las Naciones Unidas, EEUU reconoció unilateralmente la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental. España, que ante su responsabilidad histórica apoya el mandato de la ONU para el referéndum de autodeterminación, está muy presionada. Aunque ha pretendido desentenderse del Sahara, nunca cedió la soberanía, solo la administración del territorio y por eso intenta mirar para otro lado y evitar el conflicto. Sin embargo, en noviembre del pasado año, un sencillo tuit del vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, para que se celebre en el Sahara, “sin más demora, un referéndum libre, limpio e imparcial” levantó la ira marroquí, contestando con el envío de miles de personas en frágiles cayucos a Canarias, huyendo de la miseria y la represión que existe en su país. No hay tampoco que olvidar los intereses de Marruecos sobre la pesca, el gas y minerales, para extender unilateralmente las aguas territoriales de la costa occidental africana hacia Canarias.

Por último, señalar que Marruecos mantiene un enfrentamiento con su vecino oriental argelino, principal apoyo del Frente Polisario. También las relaciones se han deteriorado tras acusar Argel a Marruecos de estar detrás de los tremendos incendios que este verano han asolado el país. La tensión crece y Marruecos ha decidido cerrar por el momento la crisis con España. Pero no se puede olvidar que las crisis siempre han coincidido con problemas internos de Marruecos y España sigue siendo un destino para miles de marroquíes que huyen del hambre y la miseria que le ofrece un país pobre dirigido por un rey archimillonario, con una fortuna que, según Forbes, ronda los 6.000 millones de dólares (el rey más rico y excéntrico de África) y que concentra el control económico de las más importantes empresas del país, incluido el banco Attijariwafa. Mohamed VI, como antes su padre, el autoritario y temido Hassan II, ha traficado claramente con personas, oprimidas y sin futuro, para forzar a España a que reconozca la soberanía marroquí sobre el Sahara.

Los intereses económicos de España en Marruecos son muy importantes, lo que hace que los sucesivos gobiernos intenten equilibrar la balanza diplomática sin gran éxito. De nada valen los 91 millones de euros donados por España en los últimos tres años, ni los 35 millones de euros comprometidos en compras. De nada vale que España, junto con Francia, sea el primer país inversor en Marruecos. De nada vale la importancia de los intercambios comerciales entre los dos países. Marruecos nunca va a ceder hasta conseguir su imperio y para ello su mayor obstáculo es España. Y sus ciudadanos tampoco van a renunciar al sueño europeo. No obstante, estamos en una frontera que marca una gran diferencia. Mientras España posee una renta per capita de 27.865 euros por habitante, al otro lado de la frontera del hambre la renta es de solo 2.885 euros. Poco importa la inmensa fortuna real, con empresas, palacios y miles de sirvientes. También hay diferencias, en España hay una monarquía parlamentaria, mientras que en Marruecos existe una monarquía absolutista represora y oscurantista, que incluso aúna la representación política y religiosa. Hay una cosa clara, el corrupto régimen de Marruecos nunca se hubiera enfrentado a España, ni en 1975 con el Sahara, ni ahora, si detrás no tuviese el respaldo de EEUU, que quiere controlar la producción mundial de fosfatos. La munición que Rabat emplea es la pobre gente del país que busca un mundo mejor, ante la realidad de la pobreza a la que los países desarrollados deben buscar soluciones. Sin embargo, esta enorme pobreza es utilizada por su máximo responsable como elemento externo geoestratégico que le sirve para conseguir, a costa de los derechos de sus ciudadanos, ventajas, riquezas y poder. Es claro que los problemas internos de Marruecos condicionan su política internacional, por lo que Rabat siempre desvía sus problemas, ante la falta de oportunidades para sus ciudadanos, hacia el vecino más débil, España.

Ahora queda esperar al siguiente episodio, pues la entrada en Ceuta de miles personas arriesgando sus vidas en esos dos días de mayo es solo un paréntesis en las ambiciones de la monarquía marroquí, lo que no quita que la Unión Europea deba abordar con más interés y decisión su política migratoria ante la bomba demográfica africana y el punto geográfico que representa en este sentido el territorio español. Los seres humanos no pueden ser moneda de cambio como pretende el régimen marroquí. Y no lo oculta un discurso tratando de dar un giro en unas relaciones que siempre serán complejas.

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