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Manifiesto urbano casual

Jaume Prat Ortells
Jaume Prat Ortells
Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.
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análisis

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Para el filósofo alemán Martin Heidegger la raíz del pensamiento humano está en el habitar, que como no podía ser de otro modo a raíz de esta afirmación, es el campo de acción principal de todo arquitecto. Que no el foco preferente de atención, como podemos observar tan sólo saliendo a la calle y observando la pésima calidad de nuestro parque construido. La responsabilidad de este hecho es colectiva.

Socialmente se entiende la vivienda como un valor de cambio. Cuando se habla de ella como patrimonio se entiende, muchas veces en exclusiva, como patrimonio cuantificable. Par posibilitar este hecho los espacios que habitamos han de ser lo más estándar posible, un estándar no dictado por nuestras necesidades o valores, un estándar ficticio con escasa utilidad práctica y casi nula dignidad. Un estándar lo suficientemente mediocre como para poderlo intercambiar sin conflictos.

No creo que haya habido colectivo que haya protestado más contra esto que los arquitectos. Que, por otro lado, somos responsables de dos hechos paralelos: el primero de ellos es el firmarlo todo, lo que está bien y los espantosos proyectos anónimos que inundan el mercado. Lo segundo, el haber desterrado la discusión sobre el habitar de la primera línea de la comunicación de arquitectura tanto interna como externa. Es decir: el habitar no es lo que más importa. Mientras tanto la producción de mediocridades infames continúa sin que se quiera discutir más allá de la cosmética entendida como una fachada que tendrá como valor principal el no molestar.

Creo necesario que esta serie de artículos empiece a hablar sobre la vivienda reseñando operaciones privadas con un valor social y una capacidad de ser extrapolables mucho más allá de sus beneficiarios directos. Extrapolables no por su valor de cambio, sino por sus valores arquitectónicos.

Empezaré a hacerlo ocupándome del Contenedor de Espacios BOTETz de Tarragona. No es exactamente una promoción de viviendas. Sus autores(1) me comentaron que a menudo la gente pasa por delante del edificio y, haciendo honor a su nombre, pregunta qué es. Esta pregunta constituye el primero de los muchos valores que tiene este espacio. Porque puede ser cualquier cosa desde los despachos de alquiler que lo conforman actualmente hasta un coworking, un co-living, unas viviendas-taller o hasta una sola gran vivienda. El edificio puede ser cualquier cosa porque estamos delante de uno de esos casos en que la geometría y los materiales lo dignifican todo.

En que el proyecto ha conseguido un grado máximo de sencillez(2) entendida como una solución mínima que cree el grado de complejidad suficiente como para resolver todos los, o el mayor número posible de, problemas planteados. Es por eso que la explicación de este espacio ha de ser también compleja.

Empecemos por su emplazamiento. La Tarragona moderna se ubica a caballo del acantilado que formaba el límite de la ciudad romana y la relacionaba con el mar. Encima de esta falla está la ciudad más conocida(3). Debajo está el barrio bajo, antiguo barrio marítimo que, por la extensión actual del puerto y la barrera que forma la playa de vías del tren, tiene gran parte de su superficie aislada del mar. El acantilado ofrece toda una gama de soluciones en forma de edificios con entrada a dos cotas, escaleras mecánicas, ascensores urbanos y calles muy empinadas, así como ruinas delimitadas por potentes muros de contención dejados vistos, que se han acabado revelando insuficientes para conectar las dos partes de la ciudad, resultando de todo esto un barrio con más problemas que el resto de la ciudad, más dificultades económicas y una identidad propia.

BOTETz ocupa un poco más de la mitad de una nave industrial que cruza toda la extensión de una manzana de casas para presentar frente a dos calles, una preciosa nave firmada por un enorme cubierta de teja árabe soportada por una estructura de madera apoyada sobre unos pilares de ladrillo sobre bases de piedra. Sobre cada calle la nave presenta un cuerpo, un pequeño edificio más alto donde se solían disponer las oficinas o la vivienda del vigilante, edificio que servía (y sirve) para dotar de carácter urbano al conjunto. Para que la fábrica, que es lo que era, hiciese barrio. Un edificio, por tanto, modesto, bien diseñado, de preciosas proporciones, un punto engañoso, porque en lugar de tener una profundidad edificable normal tan sólo tenía el ancho de una vigueta: una máscara, un artificio, un espacio de intercambio con capacidad como para ser útil tanto a la calle y a la ciudad como al funcionamiento de la fábrica.

Estamos hablando de una construcción modesta, utilitaria, construida en una época en que se tenía claro que esta construcción tenía que comportarse bien con un entorno que mezclaba otras fábricas con vivienda, tiendas, iglesias y edificios públicos relacionados entre ellos mediante uno de los elementos con más capacidad para hacer ciudad de todos los que jamás se hayan inventado: la pared medianera, que permite toda esta riqueza de usos y que, cuando el conjunto es armónico, como es todavía el caso del barrio bajo de Tarragona, resulta invisible, embebida como está entre edificios de altura similar.

Este tipo de edificios son los que dan la identidad de un barrio o de una ciudad con más poder todavía que piezas conocidas como puedan ser, en el caso de Tarragona, el Fórum o la Catedral, monumentos sin sentido si no están rodeados del tejido que los ha alojado secularmente. BOTETz es patrimonio por acumulación. Literalmente: el edificio está cimentado sobre Roma desde el momento en que el origen más probable de las bases de piedra de sus columnas sea alguna de las muchas construcciones civiles imperiales recicladas como cantera. No pasaría nada si la derribases. Pero si derribas una masa crítica de espacios como BOTETz de repente te encuentras con que la Tarragona que conoces desaparece, substituida por una especie de tejido neutro, el equivalente urbano de un cáncer, que tanto podría ser Tarragona como un suburbio de Barcelona como Marina d’Or como un barrio cualquiera desde Vitoria a Almería. No se puede bromear con construcciones como esta nave. Prescindir de ellas es prescindir, más a la corta que a la larga, de que las ciudades tengan nombre. Y no podemos olvoidar que no estaba, ni está, protegida. Ni muchas otras similares a ella.

Los arquitectos autores del proyectos se conocieron gracias al propio edificio. Anna Vidal, vecina del barrio, pasaba por delante cuando David Soley hacía obras sobre la nave existente. Por allí planeaba también Ramon Corbella, y juntos parieron el proyecto y lo construyeron a cambio de poder ocupar el espacio.

El proyecto fue concebido en base a dos decisiones. La primera, un coste ajustadísimo conseguido gracias a una cantidad considerable de trabajo extra. La segunda, mantener el carácter natural y saludable que nos regala per se la construcción tradicional, corregirlo y aumentarlo a base de técnicas de bioconstrucción, materiales cradle to cradle(4) y todos los recursos al alcance para que el proyecto fuese lo más sostenible posible.

La operación se planificó en dos fases de las cuales solo se ha ejecutado la que comprende el cuerpo volcado al a calle principal. La parte que da a la calle posterior está proyectada, pero parece que el proyecto puede experimentar variaciones de aquí a que se construya, y que estas variaciones pueden convertir esta segunda dase en algo tan respetuoso como la primera.

La primera fase consiste en una única operación: practicar dos patios en la estructura existente, uno en la parte delantera, detrás y debajo del pequeño cuerpo que forma la fachada, y el segundo en la parte final de la parte principal. Este segundo patio tenía que ser un vacío que atravesase todo el proyecto hasta el nivel del suelo. A última hora el propietario decidió que se abriese únicamente en el piso superior para ganar una plaza de aparcamiento, desvirtuando el espacio de la planta baja, que si ya es agradable solo con el patio existente se hubiese convertido en un lugar de ensueño: espacios a nivel de calle con entrada a pie plano y dos luces.

El patio introduce los elementos en el interior de la construcción: la luz (el origen de todo), el verde (si entráis os regalarán una planta), y el agua (almacenada en un silo existente). El verde tenía que tapizar la cubierta principal, decisión desestimada (de nuevo) por razones presupuestarias, pero no de modo irreversible: una primera fase espera unos cuantos centímetros de tierra que puedan soportar las plantas. La estructura está calculada para resistirlo. El patio verde, los materiales cálidos, la luz, se traducen en confort, bienestar, belleza. La flexibilidad que da todo esto es suficiente como para poder pensar este BOTETz como un edificio de viviendas, posibles gracias a una previsión de instalaciones que permitiría alojar los servicios necesarios sin tener que hacer ninguna obra de reforma. Hay, incluso, una distribución pensada, y muchas otras posibles.

BOTETz es una decisión a gran escala. Me he dejado para el final una de las voluntades más importantes del proyecto: mantener las grandes puertas de la fábrica abiertas para que los espacios interiores se vuelquen a la calle y hagan barrio. Si estas puertas, y las puertas de al lado, y las de todo el barrio, se abriesen y estos espacios en planta baja funcionasen volcados a la calle el barrio cambiaría de cara, la economía funcionaría en red y el conjunto se revalorizaría. La arquitectura se deja: una de las puertas se abre al patio, ya preparado para actuar como un espacio-filtro que puede servir tanto a las oficinas actuales como a unas viviendas.

BOTETz es un manifiesto. Afortunadamente no está solo. Esta operación es hermana de la Sala Beckett o de la Lleialtat Sansenca de Barcelona o del Espacio Barberí de Olot(5). Hay operaciones parecidas en ciudades como Sabadell o Terrassa. Demasiado pocas todavía, sin embargo. BOTETz ha ido más allá que las tres primeras desde el momento en que la vivienda está en la génesis de sus intenciones. Lo que empezó de manera casual tiene la potencia suficiente como para funcionar como solución urbana extrapolable, modelo de como se debería de intervenir en situaciones (más frecuentes de lo que nos pensamos) como estas.

(1) Los arquitectos Anna Vidal, Ramon Corbella y David Soley.
(2) Creo necesario explicar que la sencillez es, para mí, uno de los valores supremos de la buena arquitectura.
(3) Una pista de esta posición singular de la ciudad la da el propio nombre de uno de sus espacios más conocidos, el Balcón del Mediterráneo, ubicado al final de la Rambla Nova cuando ésta se estrella contra un muro de contención que mira al mar.
(4) Cradle to cradle (de la cuna a la cuna) es el indicativo para los materiales biodegradables que salen de y vuelven a la tierra sin dejar rastro, o, incluso, dejando rastros positivos tales como su conversión en abonos orgánicos que ayuden a que los residuos puedan fertilizar el lugar donde los tiras.
(5) Los dos primeros han sido reseñados en estos artículos. El Barberí son las oficinas de RCR arquitectos, ubicadas en una antigua fundición. Todos estos espacios tienen en común el ser intervenciones que muestran el máximo respeto hacia espacios no protegidos. En algún momento hubiesen podido ir impunemente al suelo sustituidos por viviendas-cáncer anodinas.

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