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Manifestaciones de Vox: el guerracivilismo se apodera de las calles

El mismo día que Pedro Sánchez anunciaba su Gobierno de coalición, el primero desde 1936, miles de personas movilizadas por la extrema derecha se concentraban frente a las sedes de los principales ayuntamientos del país

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análisis

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La ultraderecha agitó ayer el fantasma del guerracivilismo en toda España. El mismo día que Pedro Sánchez anunciaba su Gobierno de coalición, el primero desde 1936, miles de personas movilizadas por Vox se concentraban frente a las sedes de los principales ayuntamientos del país. ¿Qué evento tan peligroso había ocurrido para que toda esa gente se echara a la calle con tanta indignación y rabia? ¿Qué suceso tan terrible exigía tal nivel de crispación en la calles? Ninguno, salvo que se había constituido un Gobierno de izquierdas y eso el neofalangismo antidemocrático no lo tolera.

La ultraderecha no puede soportar que haya socialistas y comunistas en el poder –esa es su gran “cultura democrática”− y por eso inflama las calles de odio, ira y violencia verbal. Vox ha mostrado este domingo su rechazo y oposición al Gobierno de coalición PSOE/Unidas Podemos con concentraciones donde miles de personas han acudido para reivindicar la identidad de España, la soberanía y la defensa de la Constitución. En realidad, nada de eso está en riesgo. La identidad de España no se va a perder, como tampoco la soberanía nacional está amenazada. Por supuesto, la Constitución sigue vigente a estas horas, que se sepa, y nadie pretende derogarla ni acabar con ella. Estamos por tanto ante un inmenso montaje, ante una vieja falacia por otra parte ya conocida que consiste en agitar el espantajo del comunismo, el truco del hombre del saco que nunca termina de llegar.

No hace falta más que echar un vistazo a los currículums de alguno de los pesos pesados del nuevo Gobierno para darse cuenta de la gigantesca patraña inventada por Vox. Para la cartera de Economía, Pedro Sánchez ha elegido a una exdirectora general de Presupuestos de la Comisión Europea con ideas más bien liberales. Para echarle el cerrojo a las pensiones y que nadie pueda meter la mano en la caja se ha pensado en alguien que trabajó en el BBVA, en el Banco de España y con el exministro popular Montoro. Y para el Ministerio de Justicia se ha designado a un hombre que según el periodista Paco Marhuenda va a ser “un buen ministro”. Está bien claro que hay que parar como sea a este peligroso Gobierno de rojos-comunistas-bolivarianos…

Sin embargo, el cliché manido y la consigna facilona calan en las mentes menos críticas siempre propensas a dejarse llevar por la bilis, la exaltación y el fanatismo intolerante. La demagogia es un fenómeno político que se conoce desde los tiempos de Platón y Aristóteles. El demagogo (y Santiago Abascal es uno de libro) se atribuye el derecho a interpretar los intereses de las masas y sueña con confiscar el poder y la representación del pueblo para instaurar una tiranía o dictadura personalista. El lenguaje de la extrema derecha ha sido estudiado recientemente por los neurocientíficos, que han llegado a la conclusión de que los populismos demagógicos triunfan más cuanto más simple es el mensaje que lanzan a las masas. Incluso está demostrado que los discursos poco elaborados y con escaso vocabulario, con apenas dos o tres ideas, llegan antes, atrapan más y epatan con más fuerza. El mensaje visceral, sentimental y simplón, sin reflexión alguna ni tiempo para el raciocinio, se suele envolver con técnicas de manipulación como la falacia, la tergiversación del significado, las omisiones malintencionadas, la redefinición del lenguaje, las tácticas de despiste, las estadísticas fuera de contexto, la demonización del adversario político, el falso dilema y otras no menos peligrosas para la democracia.

Ayer, las movilizaciones de Vox se desarrollaron con “normalidad” y de “forma pacífica” −o al menos eso cuentan las crónicas de las agencias de noticias−, en ciudades como Madrid, Valencia, Málaga, Granada, Sevilla, La Palma, Zaragoza, Oviedo, Toledo, Ciudad Real, Santander, Mérida, A Coruña o La Rioja, entre otras. Pero esa normalidad fue tan solo aparente. Hubo incidentes puntuales e inquietantes que demuestran hasta dónde estamos llegando. Se escucharon frases como “yo soy español, español, español”, “España unida, jamás será vencida”, “Puigdemont a prisión” y “Torra a la mazmorra”, cánticos que no hace falta ser un avezado lingüista para concluir que están teñidos de exaltación nacionalista, de odio y de ese infantilismo naif con el que la ultraderecha pretende manipular a la gente.

En Madrid, donde asistieron 4.000 personas, según la Delegación de Gobierno, Santiago Abascal leyó un manifiesto en el que alegó que “dentro de España cabemos todos, todos menos los que quieren romper el marco de convivencia utilizando las instituciones para sus intereses de partido, debilitando la democracia como ya han hecho los aliados de este gobierno en países hispanoamericanos”. Una arenga de medio pelo que no resiste un mínimo análisis lógico o intelectual pero que está consiguiendo su principal objetivo: seguir inoculando el guerracivilismo entre los españoles. De hecho, en la concentración frente al consistorio de Bilbao se congregaron manifestantes del otro signo que gritaron “vosotros fascistas, sois los terroristas” y “gora Euskadi”. En Santiago de Compostela el encuentro estuvo marcado por la tensión entre los participantes y un grupo de jóvenes que acudieron hasta el mismo lugar para contraprogramarla y enfrentarse a los ultras con gritos de “fachas” y “ridículos”.

A su vez, la concentración convocada en la plaza del Ayuntamiento de Pamplona derivó en momentos de tensión al acercarse hasta el lugar alrededor de un centenar de personas que participaban en una movilización antifascista. Durante el acto, los de uno y otro bando comenzaron a proferirse gritos e insultos, llegando algunos incluso a encararse. Y en Barcelona, unos 1.000 simpatizantes de Vox, según la Guardia Urbana, tomaron parte en la movilización mientras en la misma plaza del consistorio unos 300 CDR independentistas protestaban contra el acto. Separados por un cordón policial, los “indepes” gritaron consignas como “fuera fascistas de nuestros barrios”. Por no hablar de Girona, donde Vox no pudo leer el manifiesto, ya que unos tres centenares de personas, algunas de ellas encapuchadas, lo boicotearon encendiendo bengalas y cantando Els segadors. La mecha del fanatismo guerracivilista está prendida. Nadie se acuerda ya de los cuarenta años de convivencia en paz. Solo falta que salte la chispa y todo salte por los aires.

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2 COMENTARIOS

  1. Don José, persevere usted, a ver si le hacen un hueco en este Gobierno «heterogéneo». Intenté entrar vía conyugal, que siendo usted progresisto seguro que no se lo echan en cara. Lo de los clásicos griegos mola, le da como un aire «cool». Gracias por ser como es, un periodisto de raza (no sabemos de cual). Ánimo campeón, que pronto te veo de comisario político y animando a construir otro muro de Berlín para que la gente no salga del «paraíso» de tus compinches. Crack, que eres un crack! Alea Jacta Est.

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