Así puede nombrarse al líder independentista boricua Oscar López Rivera quien pasó los más de 35 años de su vida encerrado en celdas de cárceles estadounidenses, y desde febrero cumplía prisión domiciliaria en la casa de su hija.

Mientras el líder sudafricano estuvo preso durante 27 años, primero en la isla Robben y después en las prisiones de Pollsmoor y de Víctor Verster, Oscar López Rivera lo sobrepasó en casi una década y sin embargo su historia es menos conocida.

Óscar nació en nació en Puerto Rico y allí vivió hasta que siendo adolescente se trasladó con su familia a vivir a Chicago, donde tras volver del frente de guerra en Vietnam para el cual había sido reclutado, se unió a las fuerzas políticas locales que luchaban por reivindicaciones básicas de derechos humanos como el acceso a una vivienda digna, y una educación de nivel, y oponiéndose a los excesos de la policía local.

Esta militancia social derivó en el compromiso con sus orígenes y fue uno de los fundadores del Centro Cultural Portorriqueño, que nucleaba a los emigrantes de la isla que residían en Chicago y su área de influencia.

Años más tarde, en 1976, se unió a las denominadas Fuerzas Armadas de Liberación Nacional de Puerto Rico (FALN) y pasó a la clandestinidad, siendo perseguido por la policía y escabulléndose hasta que en 1981 es detenido y acusado de diversos delitos, en su mayoría de clara connotación política. Por esta razón, al momento de su detención Rivera solicita la aplicación del Protocolo I de la Convención de Ginebra y que se le reconozca como prisionero de guerra, puesto que afirmaba que las acusaciones en su contra se encuadraban dentro de la que Naciones Unidas reconoce como ‘conflictos armados en que los pueblos luchan contra la dominación colonial y la ocupación extranjera’.

Pero como era de esperar Estados Unidos desconoció la petición de López Rivera y lo juzgo y lo condenó a 55 años de prisión, puesto que según las autoridades estadounidenses era la cabeza de las clandestinas Fuerzas Armadas de Liberación Nacional de Puerto Rico y se lo acusaba de participar con el atentado al Fraunces Tavern, aunque jamás hubiera una evidencia en su contra. De los 36 años en prisión, 12 los pasó en aislamiento total, de otros presos y de sus familiares, porque las autoridades estadounidenses no sólo tenía temor de lo que Óscar podía hacer sino también de lo que Óscar generaba.

Fueron numerosas las personalidades internacionales que pidieron por la libertad de López Rivera, y hasta el Comité de Descolonización de Naciones Unidas se pronunció reiteradamente en el mismo sentido.

Y esto se evidenció en 1999 cuando el ex Presidente Clinton le ofreció el indulto pero López Rivera lo rechazó porque no incluía a sus camaradas, de los cuales 14 quedarían en prisión. Y 18 años después un nuevo Presidente estadounidense, Barack Obama, volvió a indultarlo y ahora sí quedó en libertad porque ya no quedarían prisioneros políticos de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional de Puerto Rico.

Tras más de 36 años preso López Rivera dejó la prisión domiciliaria a la que estaba sometido desde principio de año y tiene la posibilidad de experimentar la libertad, esa libertad de la que años atrás dijera ‘Yo nunca he experimentado la libertad pero la anhelo y tengo esperanza de tenerla. Dicho anhelo y esperanza han sido parte de las fuerza energizante que me ha mantenido hacia delante, continuando la lucha y la resistencia’.

En sus primeras declaraciones López Rivera celebró su libertad, reiteró su compromiso con la independencia de Puerto Rico y recordó la causas pendientes que aún tiene la humanidad respecto a los presos políticos que aún ocupan celdas en las cárceles estadounidenses.

Como Mandela en Sudáfrica, López Rivera tiene la posibilidad de ayudar a construir y de liderar el salto cualitativo que los portorriqueños y Puerto Rico merecen y anhelan, y así lo hizo saber. ‘Yo vengo a luchar y a trabajar… Mi espíritu, mi dignidad y mi honor están muchos más jóvenes hoy, que el día que ingresé a la prisión’, la historia está de su lado.

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