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Malos tiempos para la lírica

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Acaba de sonar el tono del móvil que les sirve de despertador. Anatolia salta inmediatamente de la cama. Bibiano, como todas las mañanas, se hace el remolón, se despereza y estira como un perro que acaba de salir de la siesta, coge el teléfono y se sienta en cuclillas, frente a la pantalla, a mirar los últimos mensajes de su Instagram. Un cuarto de hora después, cuando Anatolia, ya ha salido de la ducha y se está secando el pelo frente al espejo del armario del dormitorio, le toca a Bibiano remojarse. Fuera, las farolas aún iluminan la noche porque es pleno invierno. Pronto la luz de alba que ya despunta tímidamente, dará paso a la luz del sol.

Recién salido de la ducha, Bibiano pone, en una cafetera Krups que parece más bien un grifo de cerveza que una máquina de café, un cartucho de café Expreso intenso, que él tomará solo y sin azúcar y a continuación otra de capuchino que Anatolia tomará con un chorro de miel marca blanca. Ambos, acompañarán el café con una magdalena industrial de Hacendado de a 1,70 el paquete de 615 gramos. Mientras acaba de salir el café, ella confecciona dos sándwiches de pan de molde, también de marca blanca de 0,95 € el paquete de 26 rebanadas. Dentro, casi siempre lleva una untada de crema de cacahuete, crema de cacao con avellanas de dos sabores (la Nutella de Hacendado) o una loncha fiambre de magro que será el tentempié de media mañana. Comer, comerán en casa cerca de las seis de la tarde cuando lleguen después de ocho extenuantes horas de trabajo, más una hora que tardan en volver a su casa situada en uno de los barrios periféricos de la ciudad, dónde el metro es un aparato de medir y el autobús tiene escasa regularidad y pocos servicios.

Ella, trabaja como recepcionista en una notaría. Tiene contrato fijo y ochocientos euros al mes por cuarenta horas semanales, de lunes a viernes. Su trabajo también es de pasante o administrativa, según necesidad del señor notario, don Ceferino, su jefe. Su contrato, de Auxiliar administrativo. Su formación, un Grado superior en administración de empresas y otro de administración y finanzas. Él trabaja limpiando portales y comunidades en una empresa del sector. Cobra quinientos euros fijos y entre cien y tres cientos más en variables dependiendo de la cantidad de comunidades realizadas y la falta de quejas de los vecinos. Su contrato es de peón de limpieza con seis horas diarias aunque todos los días hace ocho para poder llegar a los setecientos euros mínimos al mes. Su formación, Diplomado en Educación infantil. Jamás ha trabajado de maestro. Su contrato es por fin de obra. Aunque lleva encadenando contratos más de dos años.

Ninguno de los dos tiene interés por la política, que les parece una mierda y los políticos, en general, personas sin escrúpulos que están ahí para servirse y tener la vida que ellos querrían tener. En las últimas elecciones en Madrid, votaron a Díaz Ayuso. Estaban hartos de no poder salir de casa. Querían tener la posibilidad de salir de fiesta cuando quisieran. Y eso que con mil quinientos euros de salario y ochocientos que pagan de alquiler por un piso de cincuenta metros cuadrados en un barrio situado a más de diez kilómetros de la Puerta del Sol, poco les queda para la juerga. A un desayuno pobre, aunque rico en azúcares e hidratos, se le suma casi siempre una comida precocinada congelada y una cena a base de bocadillo o sándwich. Fruta, poca porque es cara. Verduras, los fines de semana que no van a casa de los padres y tienen algo más de tiempo para cocinar aunque siempre productos congelados y baratos. Gimnasio, internet, Netflix, HBO y Amazon Prime son otros gastos fijos que les consumen casi 200 euros al mes con dos líneas de móvil y datos ilimitados. Ella, necesita vestir siempre de punta en blanco, lo que le obliga a comprar ropa muy a menudo. Algún burguer los fines de semana, cine una vez al mes, cuando se puede, y las cervezas en el bar los viernes noche, les consumen otros doscientos euros. Ahorrar no ahorran. Ni lo pretenden. Ellos son jóvenes y aunque con trabajos precarios, van saliendo adelante y tienen para vivir fuera de casa de sus viejos, para pagarse los vicios y para comer (en parte gracias a los táper de los padres). De momento no piden más. La vida es sólo hoy. Mañana aún no ha llegado y cuando lo haga, se verá. Es su filosofía de vida.

El problema les vendrá dentro de tres meses, aunque ellos no lo saben. El señor notario sufrirá un infarto y la notaría acabará cerrando. La indemnización por despido apenas será de seiscientos euros. A él le van a despedir cuando ya no puedan seguir haciéndole contratos de fin de obra. Y aunque conseguirá otro contrato en la misma empresa, será por menos horas y con unas variables más difíciles de cumplir. Y para colmo, en una noche de viernes que volverán a casa un poco perjudicados, la libídine y el alcohol les harán olvidar las precauciones y ella se quedará embarazada.

En seis meses, tendrán que volver a refugiarse en casa de los padres de él, a seguir viviendo el día a día.

*****

Malos tiempos para la lírica

Tenía la certeza de que, cuando las cosas se pusieran tan mal que la gente no pudiera sobrevivir con su salario, acabaría estallando una revuelta social que acabaría con este sistema en el que llevamos imbuidos más de dos siglos y en el que, sobre todo a partir de los años ochenta del pasado siglo, ha involucionado hacia el capitalismo especulativo de salón, dónde los ricos cada vez son más ricos y los pobres, cada vez somos más y tenemos menos.

Sin embargo, hemos perdido. La sociedad ha llegado hasta el extremo de asimilar las injusticias sociales con la normalidad del “virgencita que me quede como estoy” luchando no contra el que nos oprime y nos arruina, sino contra el que es aún más pobre y desfavorecido que nosotros a fin de no perder la mierda de estatus conseguido o lo que es peor, en el que creemos estar y que nos queda tan lejos como al equipo que lleva perdidos todos los partidos y cree estar más cerca de jugar la UEFA que de descender de división.

Hemos llegado a sentir tanto miedo, que algunos creen que el culpable de que sus hijos no tengan futuro son los migrantes que se juegan la vida para cruzar el estrecho en una balsa de goma para diez personas que comparten con otras veinticinco. Que quién se deja la piel y la carne [literal] en las concertinas que los desgraciados, que dicen protegernos, han instalado en Ceuta o en Melilla, les van a quitar un trabajo que sus hijos no quieren hacer y que jamás aceptarían porque creen denigrante (y con razón) que estar a cuarenta grados bajo el plástico del invernadero durante doce horas al día por 20 euros es esclavitud.

Desde que la sociedad del imperio decidió elegir a un actor fascista como presidente, el decadente imperio británico eligió a un hombre con tetas y vagina, alcohólica, inestable y prepotente como primera ministra, y llegó la Perestroika y acabó cayendo el Muro de Berlín, el capitalismo especulativo, el de salón que trafica, infla o destruye en función de las necesidades del capitalista de ganar siempre más, fue destruyendo del estado social y democrático hasta el punto de que hemos llegado a la involución total de la justicia social. No sólo se han cargado, por ejemplo en España, una sanidad ejemplar desde el punto de vista universal, sino que acabaron privatizando todos y cada uno de los servicios públicos, convirtiendo los impuestos en tasas que mayoritariamente pagan los pobres (porque son los únicos que no pueden evitarlas) y han acabado destruyendo todos los derechos laborales, la cohesión social y hasta la colectividad con el único fin de que el individualismo impidiera a los últimos de Filipinas, juntarse, luchar y revertir la situación. Así a los bancos, que además de destruir más de 300.000 empleos cuyos salarios seguimos pagando en parte desde la administración pública, les acabaron regalando, del dinero de nuestros impuestos, más de 120.000 millones de euros que no sólo no van a devolver, que no sólo no quisieron intervenir en sus Consejos de Administración como socios mayoritarios del capital, sino que van a volver a las andadas ahora regalándoles, de nuevo, el Sareb, una vez que hemos sufragado sus desmanes (otros 35.000 millones). Los sucesivos gobiernos, no sólo han acabado con la protección del estado social, sino que consienten que los bancos agredan económicamente a los que menos tienen, siendo imposible negarse a tener una cuenta corriente o no pasar por el aro de su dictadura empresarial. De igual manera, están consintiendo que la electricidad, que desde hace años es un bien de primera necesidad, porque nos obligaron a que así fuera, sea el medio de una estafa legal en una adjudicación de precios que nada tiene que ver con lo que obligan al resto de empresas como es que el precio final tenga una relación directa con el coste del producto, sino que se hace en una supuesta subasta dónde el generador, ofertante y comprador es el mismo poniendo el precio de todo el paquete el del que cuesta más generar y dejando al libre albedrío del generador, operador, suministrador (que como digo es el mismo) la generación de un mínimo de energía cara para que el resto sea cobrada al preció con más ganancia para ellos.

Los medios de incomunicación, cómplices de todos los desmanes, han parcelado la pobreza. Ahora los pobres no son pobres de solemnidad. Ahora la fragmentan dándole nombres rimbombantes: pobreza energética, pobreza alimentaria, pobreza institucional, pobreza menstrual, pobreza infantil,… de tal forma que parezca que es menos pobreza. Pero el resultado es que la pobreza infantil va asociada a pobreza energética, alimentaria, menstrual, etc., porque el que es pobre lo es desde para poder pagar un recibo de luz que no baja de los 100 euros, hasta para poder comer, comprar pañales o compresas o dar de comer a sus hijos.

Con esta situación, la gente, que, como digo, ha llegado a sintetizar en su ADN que la semiesclavitud y la servidumbre es algo normal e inevitable, lo único que quieren es ser felices y que no le molesten con cosas que no ven como suyas. Porque la sanidad no es algo que les preocupe de forma general, sino particular sólo cuando les toca. Porque las condiciones indignas no les preocupan mientras tengan para un móvil de última generación y unas cañas. El mañana, no existe.

La mayor parte de los políticos, que deberían luchar por protegernos, porque esa es su misión, no hacen nada para revertir la situación. Y los más allegados, los que pensamos que eran de los nuestros, únicamente vienen a advertirnos de lo malo que será como venga la derecha, cuando la derecha lleva instalada en el gobierno desde al menos 1939. Cuando el estado ha dejado de proteger a sus ciudadanos para maltratarlos, pegarlos, multarlos, detenerlos, para que la democracia no lo sea de verdad y sólo sea una tapadera de una cleptocracia oligarca, dónde los ciudadanos no son conscientes de que se respetan sus necesidades y dónde la supuesta libertad no te permite ni tener casa porque no puedes pagarla, algunos ciudadanos creen que lo que necesitan es ser libres, poder hacer lo que les venga en gana, convertir sus deseos en derechos, ser grandes, y que nadie les venga a decir si pueden o no salir a tomar una cerveza al bar. Y ese es precisamente el gancho del discurso de los fascistas. Que prometen todas esas cosas, aunque luego no vayan a consentir ninguna de ellas. Y la gente, gracias a los que presumen de gobernar para las personas, pero que dedican el tiempo a millones de chorradas, como dar personalidad jurídica a los canes o intensivos debates absurdos sobre el precio de una gabardina, si un tipo con pene y barba es una mujer y tiene derecho a ir al ginecólogo o a que le llamen Marisol en un examen y no José Manuel, pero pasan por alto que el recibo de la luz ha llegado a 208 euros en un mes, la gasolina está a 1,65 euros y subiendo, mi salario es el mismo que el de 2021, a pesar del 6,5 % de inflación, a pesar de que ahora en el súper con veinte euros apenas si me da para dos paquetes de papel del váter, un litro de gel, una garrafa de aceite, una caja de 6 litros de leche y dos latas de bonito y que nunca hay presupuesto público para mejorar la sanidad, el salario mínimo vital o la atención a los mayores y enfermos crónicos pero siempre lo hay para enviar barcos y aviones de guerra a una zona en la que no se nos ha perdido nada y en la que lo único en juego que hay es que el gas siga subiendo más y que el negocio, en lugar de Putin, sea del imperio.

En un mundo humano que tiende a la autodestrucción porque no se respeta a la Pachamama y porque los gobiernos siguen ignorando que la época del petróleo llega a su fin y que no hay modo de sustituirlo por electricidad porque ni hay cobre, ni tierras raras, ni otros metales suficientes para soportar el modo de vida actual, algunos siguen prometiendo la felicidad a base de una supuesta energía verde que se crea tras quemar petróleo o gas. Siguen prometiendo que la felicidad está en tener más y más bienes que no utilizamos y que las chorradas son más importantes que sacar a la gente de la miseria tanto intelectual, como económica.

Y los ciudadanos, que han asumido que la precariedad es inevitable y que para ser felices necesitan evadirse tragándose todos los días horas de televisión dónde se relatan las miserias de otros (y se sienten felices por ello) o disfrutar de que Nadal haya ganado su último gran slam o cabrearse porque unos señoros de RTVE eligen a una «papita baby» para ir a Eurovisión en lugar de a unas activistas gallegas o catalanas, o ver la hijoputez de la vida a través de una serie que relata las desdichas de una escritora americana en sus comienzos como asistenta, cuando podrían centrarse en  lo suyo, que es real y diario, pero prefieren vivir en la ignorancia porque así, por lo menos no les duele. Aunque eso sea el cebo para una vida aún peor en la que les obligarán a luchar aunque no quieran.

Ya lo cantaban Golpes Bajos en los noventa: “Malos tiempos para la lírica”

Salud, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

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