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El mal menor o el bien mayor

Eduardo Rivas
Eduardo Rivas
Licenciado en Ciencia Política
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análisis

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En las elecciones para cargos ejecutivos en los países presidencialistas, el electorado suele volcarse por elegir, cuando los candidatos no representan cabalmente el ideario del votante, que es la mayoría de las veces, elegir al candidato menos malo, se opta por el mal menor más aún cuando las elecciones son obligatorias, como es el caso argentino. Esto se debe a que en una lógica de suma cero, se privilegia que no triunfe en los comicios quien menos cercano se encuentra al pensamiento del elector, aún cuando el elegido no represente las ideas del elector. Esto incluso se observa en las elecciones parlamentarias, puesto que es tan fuerte la impronta presidencialista que, además de imponerse por sobre el Poder Legislativo, la ciudadanía en general mantiene la misma lógica de votación cuando no están en juego cargos legislativos.

Sin embargo la historia es diferente en las elecciones cuando el sistema es parlamentario, puesto que a diferencia de lo antes expuesto, el juego es de suma positiva, es decir, todos pueden ganar algo aún perdiendo. En este caso, uno puede optar por elegir lo que a su entender es el bien mayor y aunque esa opción no sea la más votada, contribuir a la construcción de un ‘mal menor’. La única posibilidad en la que esta lógica se rompe es cuando una fuerza política obtiene mayoría absoluta, puesto que no hay posibilidad que ganen varios en la construcción de mayorías de gobierno.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando en un sistema parlamentario el bien mayor es la no participación? Es el caso de lo que pensaron más del 30% de los ciudadanos habilitados para votar en Andalucía. Para ser más claros, 1 de cada 3 electores andaluces entendió que la mejor elección era no elegir a ningún candidato. Esto provoca, entre otras cosas, que cambie la base de representación, puesto que no quedan vacías 1 de cada 3 bancas sino que las bancas disponibles se reparten entre los partidos que recibieron votos. Esta realidad hace que partidos que no obtendrían una gran representación si la participación electoral fuera alta, pasan a ser determinantes en este contexto. Y más aún cuando las opciones históricas están en franco retroceso.

Por primera vez desde 1982 las izquierdas no logran mayoría para formar gobierno en el Parlamento andaluz, lo cual es toda una noticia en sí mismo, y se explica al menos por dos realidades.

La primera de ellas es la caída en la participación ciudadana, que se ubicó en el 58,47%, sólo por encima de los comicios de la III Legislatura en 1990 que fue del 54,72%.

La segunda es la caída en los apoyos a las dos fuerzas de izquierda que se presentaban. Mientras el Partido Socialista Obrero Español (PSOE-A) recibió 400.000 votos menos que en 2015, es decir cayó un 7,5% su participación en el total de votos y redujo su participación en el Parlamento de 47 a 33 escaños, la coalición Adelante Andalucía, conformada por Podemos e Izquierda Unidad – Verdes, también redujo su caudal electoral, en este caso 280.000 votos, lo que se traduce en la caída de más de 5% en su participación y la pérdida de 3 escaños. También perdió participación la derecha… y quienes ganaron ampliamente fueron las fuerzas ubicadas a la derecha y extrema derecha del Partido Popular, puesto que Ciudadanos duplica su participación en el concierto de fuerzas andaluzas y pasa de 9 a 21 bancas, y VOX, que hace irrupción en el Parlamento andaluz tras obtener casi 400.000 votos, pasando del 0,5% al 11% su porción de votos, y sentar legisladores propios por primera vez en el hemiciclo. Es decir, 12 ultraderechistas andaluces decidirán quién será el nuevo Presidente de la Comunidad, porque a decir verdad cuesta imaginar que piensen en una Presidente.

Como cantaba Vox Dei, ‘todo concluye al fin, nada puede escapar’ y Andalucía dejando atrás 36 años de gobierno de izquierdas es un fiel reflejo de ello, aunque no solo de ello, porque a su vez, es el primer parlamento autonómico al que llegan fuerzas ultraderechistas y no lo hacen de manera testimonial, sino determinante para el propio devenir parlamentario.

¿Llevarán al recinto lo que exponían en la campaña? ¿Será una versión andaluza del Teorema de Baglini (que en realidad, según su expositor, debiera denominarse Teorema de Arnulphi) que formula que ‘la seriedad y responsabilidad de las posiciones es inversamente proporcional a la distancia que a uno lo separa del poder’ puesto que ‘a menor distancia del poder, menor irresponsabilidad y mayor responsabilidad.’?

Las encuestas ya presagiaban un ingreso de VOX al Parlamento, pero lo anunciaban con alrededor del 5% de los votos, la realidad demostró que su caudal fue más del doble de lo previsto. ¿Qué posiciones adoptarán entonces? ¿Radicalizarán aún más su posición?

Está claro que el PSOE ya no es el Partido rupturista y esperanzador de otrora, tampoco lo es Izquierda Unida ni quienes supieron imaginar un sorpasso regional. Las izquierdas ya no representan el cuestionamiento al status quo, ya no son el bien mayor y abroquelan su participación electoral en retener el voto de quienes eligen el mal menor. Las preferencias andaluzas mutaron, y hoy el ‘voto bronca’, que nadie puede dudar que es mucho tras 36 años de gobierno ‘socialista’, aunque a decir verdad, como cantaba Krahe ‘¿es socialista, es obrero? ¿o es español solamente? Pues tampoco cien por cien’, el cuestionamiento al sistema viene por dos herramientas fundamentales, la abstención y el voto extremista por derecha. Para los andaluces, VOX hoy es un bien mayor y eso es algo que aunque no nos guste tenemos que ver y oír con claridad.

La elección del pasado domingo en Andalucía deja muchas enseñanzas para las izquierdas españolas, ¿sabrán aprenderlas?

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