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Madrid, la cuarentena

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Hubo un Madrid comunero que intentó resistir los embates autoritarios y caprichosos de un rey venido de Flandes, con su corte de ministros flamencos y costumbres de autoridad irrespetuosa con los modos, maneras y costumbres de sus nuevos súbditos castellanos y aragoneses. 

Hubo también un Madrid que se levantó airado contra el absolutismo borbónico de otro rey cargado de buenas intenciones, fraguado como gobernante en la ilustrada corte napolitana, pero rodeado de ministros italianos como el famoso Esquilache, el soñador para un pueblo que nos describió Buero Vallejo, que nada sabían de los tejemanejes y equilibrios de poderes en los numerosos pasillos del Palacio Real, entre golillas, nobles y estamentos clericales. 

El motín de Esquilache acabó con los sueños del tercer Carlos, aunque terminó por ser considerado el mejor alcalde de Madrid hasta nuestros días. No se rebeló Madrid contra el sombrero de tres picos y las capas recortadas, que también, sino contra una hambruna forzada por las malas cosechas, la carestía de la vida y una liberalización ultramontana que no midió los desastres que provocaría.

Hubo un Madrid de revuelta callejera contra el ocupante francés, un 2 de Mayo y luego fusilado en la madrugada del 3. Trienalmente liberal frente al absolutismo de aquel monarca inicialmente deseado y definitivamente felón y, también un Madrid gloriosamente revolucionario en ese apasionante sexenio que acabó en primeriza y maltrecha república.

El Madrid que trajo la República de los trabajadores, después de expulsar a un rey que reinaba sobre una corrupción tan generalizada que ni el mismísimo Primo de Rivera la pudo esconder bajo la alfombra de la dictadura. 

Aquel Madrid que resistió desde el primer momento al alzamiento de los militares y, desde entonces, hasta el último día en el que se perdió la guerra. Que siguió pagando tributo al dios del poder emanado de la guerra, en miles de juicios militares, en miles de fusilamientos como los de la Trece Rosas, en años de cárceles y batallones de trabajos forzados.

El Madrid en cuyos extrarradios, en su cinturón rojo, en sus suburbios, se mantuvieron vivas las ansias de libertad. Allá nacieron las Comisiones Obreras, los movimientos vecinales y allí se organizaron las células comunistas, los colectivos anarquistas, los grupos socialistas, los curas obreros y los cristianos de base.

Y cuando el dictador murió en la cama, cuando la dictadura quiso seguir gobernando los designios del país, fue Madrid el que encabezó la galerna de huelgas que tiró de España hacia la democracia y pagó altos precios, como aquella semana trágica, aquellos Siete días de enero en los que la sangré regó las calles y los despachos laboralistas como el de la calle Atocha 55. 

Un Madrid que vio cómo la Constitución del café para todos, que condujo a  la aprobación de los Estatutos de Autonomía de las Comunidades Autónomas, forzó que Castilla-León y Castilla La Mancha se configurasen de espaldas a Madrid, para evitar verse sometidas a los designios de esos más de seis millones de habitantes capitalinos, cuando las dos comunidades juntas no llegan ni a cinco.

La Comunidad de Madrid, nacida a la fuerza hace 40 años, nació inventando una bandera y un himno desconocido a cargo de un profesor anarquista como Agustín García Calvo, que escribió la letra de un himno antipatriota y descreído que ensalza la mezcolanza, la soledad del triángulo por decreto, en mitad del desierto.

En cuanto a la música, le fue encomendada al compositor vasco Pablo Sorozábal, que trabajó a lo largo de su vida sobre textos de Alfonso Sastre, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Gloria Fuertes, o Walt Whitman y que compuso la música de la obra teatral Ay Carmela.

Joaquín Leguina primero, acompañado por magníficos pares como Eduardo Mangada, Elena Vázquez, Manuel de la Rocha, o Pedro Sabando y luego Alberto Ruiz-Gallardón, con su incansable hombre de confianza Manuel Cobo, consiguieron dotar a Madrid de cierta personalidad. Aportaron cierta autoridad y liderazgo a la potestad que conceden los votos.

Luego comenzó el ciclo inaugurado por Esperanza Aguirre, que nació como fruto del golpe triunfante del Tamayazo y que creció al calor de las tensiones políticas generadas tras la amarga derrota de Aznar, porque fue Aznar el realmente derrotado, a causa de las mentiras en torno al 11-M. 

Las teorías de la conspiración y el dinero de los promotores privados que encontraron en lo público una fuente inagotable de beneficios fueron el viento que hinchó las velas de los buques corsarios madrileños hacia el charco de ranas que llevaron a la cárcel a los chicos de Aguirre y que desembocaron en el esperpento de la errática Isabel Díaz Ayuso. 

Una parte importante del pueblo de Madrid ha resistido y ha seguido encabezando todas las grandes batallas contra un destino indeseable, insolidario, insano, indigente e indocumentado, pero lo cierto es que, por el momento, la España profunda, que no tiene nada que ver con la honesta España vaciada, se ha adueñado de los mandos del buque varado en el centro de la península. 

Hegel dijo que todos los grandes hechos y personajes de la Historia aparecen  dos veces. A lo cual se sumó Marx, en su famoso 18 de Brumario de Luis Bonaparte, añadiendo,

-La Historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una burda farsa. 

Madrid celebra sus cuarenta años como autonomía sin pena ni gloria. Tal vez porque sus incuestionables logros, su voluntad de existir y sus actos heroicos, han quedado enterrados bajo la polvareda de la corrupción, la cortedad de miras, el pelotazo pertinaz y la política de los mediocres. 

Una lástima que nos hayan condenado a una cuarentena que tiene más de confinamiento, encierro, cuaresma y aislamiento, que de orgullosa memoria de un pasado que nos proyecte sin chulerías, pero sin complejos, hacia el futuro.

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