Madrid, capital europea de la pandemia: un infierno de virus, incompetencia y torpezas políticas

La presidenta Díaz Ayuso no se plantea la dimisión pese a que su gestión de la pandemia es de largo la peor de todas las regiones de Europa

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¿Pero qué demonios está pasando en Madrid?, se preguntan todos los expertos epidemiólogos. La comunidad autónoma con mayores recursos y potencial de todo el país se ha visto desbordada por la pandemia y nadie a esta hora parece tener ni la más remota idea de cómo frenar la expansión del coronavirus, que cada día se supera en récord de contagios. El alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, se queja de que Pedro Sánchez tiene manía a los madrileños porque no para de hablar de lo mal que se están haciendo las cosas por allí. “Que arrime el hombro y deje de señalar y estigmatizar a esta comunidad”, se lamenta amargamente el primer edil popular. Sin embargo, el victimismo fácil y la teoría de la conspiración comunista ya no cuelan como excusas para explicar el extraño fenómeno sanitario que acontece en la meseta. La gente se contagia por miles mientras sus dirigentes participan en un macabro carnaval veneciano de inútiles enmascarados que confirman que en este Estado autonómico de chichinabo y escasamente federalizante cuantas más competencias más incompetentes. En pleno siglo XXI, cuando los científicos acaban de desentrañar los recónditos secretos de la energía oscura a miles de millones de años luz de distancia, no es de recibo que un Gobierno regional, el del Partido Popular, no sepa a estas alturas qué diantres se está haciendo mal y qué es lo que se debe corregir.

Las materias sanitarias están transferidas desde hace años y es hora de exigir responsabilidades. El pasado lunes, el doctor Simón advertía de que Madrid preocupa y mucho. Con un 14 por ciento de la población de España, acumula en la última semana casi un tercio de todos los positivos por coronavirus: 14.871 de los 49.399 nuevos casos. En cuanto a las hospitalizaciones, un 30 por ciento de los ingresados por covid-19 en España (6.807) han caído en esa comunidad. “Madrid es la comunidad autónoma donde hay que poner toda la atención. Es el ‘hub’ [núcleo de comunicaciones] del país. Ahí están los centros de transporte y si se dispara la transmisión en la capital, la expansión al resto del país está garantizada”, alerta Álex Arenas, físico e investigador de la Universidad Rovira i Virgili y experto en modelos matemáticos.

La situación se ha descontrolado tanto que cualquier coartada del PP castizo respecto a la pandemia suena a broma, a tomadura de pelo, a chufla, befa y mofa para con los madrileños. Nada se está haciendo bien y de no ser la situación tan triste y dramática esto sería como una mala comedia de Ozores con Pajares y Esteso en el papel de consejeros sanitarios alocados y ligeros de cascos. El panorama es desolador, muy similar al que teníamos en marzo, cuando la pandemia nos cogió desprevenidos. La Atención Primaria, primera línea de combate contra el virus, está desbordada y de nada sirve que las mareas y protestas ciudadanas se echen a la calle para advertir de que el otoño amenazante se acerca y puede colapsar el sistema de Salud en cualquier momento. Nadie escucha a los profesionales y pacientes, las camas hospitalarias y las UCI están al límite, faltan médicos, enfermeros y material adecuado y poco o nada se ha hecho respecto a las residencias de ancianos, muchas de las cuales siguen en manos de piratas que hacen negocio con la vejez y la enfermedad. Con paciencia, los maestros de escuela guardan largas horas de cola para someterse al consabido PCR y al final los envían otra vez para casa con la prueba pendiente y una palmadita en la espalda. En cuanto a las unidades de rastreadores, que la OMS ha señalado como agentes fundamentales para el seguimiento de los contagiados, siguen brillando por su ausencia. Eso sí, en los hospitales ya hay más capellanes que cirujanos, para que los contagiados vayan santos y bendecidos al cielo. Es la extremaunción de la extrema derecha; el retorno al nacionalcatolicismo escolástico y acientífico de Trento.

El disparate lo consuma el vicepresidente regional, Ignacio Aguado, para quien el populoso Metro de Madrid, frecuentado por 677 millones de viajeros al año, no es un foco importante de contagio. Se nota que él no lo coge cada día como tantos proletas que viajan enlatados como sardinas en los crueles vagones del amanecer. Todo es un absoluto caos sanitario, un infierno vírico que ni un cuadro de El Bosco, y ya ni siquiera sirve lamentarse por tantos años de aguirrismo y recortes, ni por las privatizaciones a calzón quitado, ni por la venta a trozos de los hospitales públicos a los amigachos del régimen púnico-madrileño. Las miradas deben dirigirse única y exclusivamente a Isabel Díaz Ayuso, la inefable presidenta, una niña inmadura políticamente que fue enviada a un Trafalgar epidémico y que no sabe ni cómo coger el timón del barco. La última que ha soltado, y que da ganas de reír por no llorar, es que a lo largo del curso “es probable que prácticamente todos los niños”, de una manera u otra, terminen contagiándose del virus. Y añade sin despeinarse: “La gente ya se está contagiando y los niños ya se están contagiando. Todo el mundo se está contagiando y no hemos empezado el colegio. Los colegios se van a convertir en lugares muy seguros”. Alguien debería recordarle a la “trumpita” presidenta que la última responsable de este sindiós es ella, por si no se había dado cuenta todavía. Tiene suerte de que Ángel Gabilondo sea un filósofo estoico-pacifista que no se mete con nadie, ni hace ruido, ni pone mociones de censura por no molestar.

Definitivamente, los madrileños están en manos de una cándida Heidi de la política que vive feliz y contenta en su casita de la montaña (mayormente la choza de lujo de Kike Sarasola). Una incompetente Blancanieves en un cuento de hadas (más bien de terror apocalíptico) que vive rodeada de funcionarios ineptos como revoltosos enanitos del Bombero Torero. Ella que es tan taurina.

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