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Madonna y los gordos

Alejandro Jiménez Cid
Alejandro Jiménez Cid
Músico y ensayista
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análisis

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Uno de los hitos en la carrera de Madonna fue el lanzamiento del libro Sex (1992), un cartapacio de imágenes del fotógrafo Steven Meisel acompañadas por textos de la propia cantante, bajo el seudónimo de Mistress Dita. El álbum, denunciado por muchos como porno hardcore (no creáis que es para tanto), se convirtió en fuente inagotable de controversia en los medios, a la par que supuso un éxito comercial rotundo. La millonaria tirada se agotó en todo el mundo en cuestión de escasas semanas, y hoy sus ejemplares circulan en el mercado de segunda mano a precios desorbitados. Sex está concebido como un provocador muestrario de fantasías eróticas, algunas de las cuales no gozaban, ni entonces ni ahora, de mucho predicamento en el imaginario del mainstream: sexo entre hombres, sexo entre mujeres, sexo en grupo, sexo en público; cuerpos equívocos, andróginos y transgenéricos; escenas de mazmorra con látigos, cuero y cadenas; fetichismo, lluvia dorada, simulacros de violación, exhibicionismo y hasta sutiles sugerencias a la zoofilia. Todo un vergel de morbo, Sex se hojea como un catálogo de la imaginación sexual posmoderna, apología de una visión polimorfa y estetizante del deseo.

019 b Madonna Sex 2

Mi intención primera, al revisitar Sex para escribir estas líneas, no era sino recordar y rendir homenaje al libro en cuestión y al rol que Madonna asumió en aquellos años, ya desde el videoclip de Justify My Love (1990), como embajadora en los mass media de los comportamientos sexuales no normativos. Sin embargo, uno de los textos firmados por “Mistress Dita” que salpican las páginas de Sex me ha dado bastante que pensar y ha acabado por minar considerablemente mi otrora incondicional admiración por Madonna como icono cultural. Traduzco directamente del original: “Me acosté con un tío que no era asquerosamente obeso, pero que tenía cierto sobrepeso. Fue la primera y última vez. Era un tío que me gustaba de veras. Guapo pero con sobrepeso. Yo no quería tener prejuicios porque realmente me gustaba, pero la única manera en que podíamos follar era conmigo encima, porque me aplastaba. Tuve que sentarme encima, porque su barriga estaba molestando. […] Si veo a alguien que no tenga una belleza necesariamente convencional, aún puede atraerme, por su intelecto o por lo que sea. Pero la grasa es un gran problema para mí. Hace saltar algo en mi cabeza que dice: ‘es un cerdo incapaz de negarse nada’ (overindulgent pig)”.

En efecto, Sex presenta un amplio muestrario de cuerpos, pero todos, ya sean andróginos, tatuados o hipermusculados, son extraordinarios especímenes del canon de belleza establecido por los medios de comunicación de masas. Acompañan a Madonna en sus orgiásticos tableaux vivants las formas femeninas de Naomi Campbell o Isabella Rossellini, o las masculinas de Vanilla Ice, Tony Ward o el icono del porno gay Joey Stefano. La diversidad que aparentemente predica Sex es, en el fondo, pura fachada. Sin embargo, para Madonna no era suficiente una silenciosa omisión de la alteridad corporal en su libro (que es lo que se suele hacer por defecto en el discurso publicitario); no, ella sintió la necesidad de explicitar su rechazo dedicándoles a los gordos unas palabras cargadas de bilis negra. Esta rabia, tan visceral como fuera de contexto, que proyecta Madonna sobre los “cerdos incapaces de negarse nada” se podría quizás interpretar como una invectiva que la cantante se dirige, en el fondo, a sí misma: a la gorda que lleva dentro deseando salir a flor de piel y desbordar sus caderas de gimnasta, a esa gorda reprimida que lleva combatiendo obsesivamente durante décadas en el gimnasio.

Madonna como icono posfeminista, Venus en maillot y calientapiernas, subvierte el empoderamiento de la mujer transmutándolo de reivindicación política en disciplina física, cuasi ascética: ascesis, en griego, significa “ejercicio”, y si hay algo que hace nuestra diva es ejercicio. He aquí la paradoja: Madonna, que ofrece una agresiva imagen de bad girl, mujer liberada, independiente y dominadora, que se vende ya no como objeto sino como sujeto sexual (mujer deseante a más de deseada), vive en realidad esclavizada por la rutina alienante del gimnasio, amarrada a elípticas, bicifijas y demás sucedáneos de máquinas de tortura. Con esta actitud, que trasciende lo físico para convertirse en un camino espiritual de superación, domestica cuerpo y alma en consuetudinaria lucha por mantenerse fibrosa y conservar una apariencia juvenil.

019 c Madonna Hung Up
«Madonna, diosa del aeróbic, baila con su imagen en el espejo: fotograma del videoclip de Hung Up (2005)»

En el texto citado, Madonna reprende a quienes no siguen el severo camino de autodisciplina que ella ha escogido para sí: lo que no puede soportar de los gordos no es que sean overweight, sino overindulgent, que rechacen la lógica del autosacrificio y se permitan todo aquello de lo que ella se priva en aras de su sacrosanta figura (sí, sacrosanta: ¿no es un altar el lugar que le correspondería a una Madonna?). Por ello, les anuncia, con un mohín de desprecio, que nunca cruzarán el umbral de su Olimpo de sensualidad sofisticada: un club exclusivo reservado para aquellos elegidos que se lo han ganado con su esfuerzo y su constancia, para quienes han sabido mantener sus cuerpos limpios de lorzas, estrías o celulitis. Pura meritocracia estética. Nolite mittere margaritam ante porcos.

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