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Luchando contra el hambre

Javier Puebla
Javier Pueblahttp://www.javierpuebla.com
Cineasta, escritor, columnista y viajero. Galardonado con diversos premios, tanto en prosa como en poesía. Es el primer escritor en la historia de la literatura en haber escrito un cuento al día durante un año, El año del cazador, 365 relatos que encierran una novela dentro.
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análisis

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Hay un hambre que es enfermedad, peor que enfermedad, que te vuelve loco, que impulsa a quien la padece a hacer cualquier cosa: no moverse y dejarse morir en una esquina, atacar a quien sea o lo que sea por conseguir un mendrugo de pan.

Ese hambre, que en occidente está desterrada pero que la memoria genética conoce y no olvida, reverbera como un eco en nuestro interior. Y el cuerpo, quizá también el alma, la echa de menos: porque es el disparadero que rompe todas las barreras, que permite al ser humano buscar la ayuda de la locura para hacer cualquier cosa con tal de conservar la vida.

Por extensión, por eco, por nostalgia, llamamos también hambre a las ganas de ganar. De ganar en una competición, de conseguir algo que todos o muchos anhelan. Pero muy rara vez ese hambre es capaz de ponernos en los disparaderos de la locura, obligarnos a hacer cualquier cosa. Podemos soportarla sin excesivo sufrimiento, podemos soportar el fracaso en un mundo que se ha convertido en una competición ridícula y absurda, porque tenemos la pancha contenta, no tenemos hambre verdadera.

Pero también es una enfermedad ese hambre más pequeña, y al no saciarla nos vamos debilitando, haciendo flojos y débiles, corderos en manos de quienes no solo la sacian sino que revientan de tan llenos, odres enormes y tensos, esclavos de su insalubre gula.

Tengo hambre de felicidades sencillas, de paseos con amigos, de ver felices a los miembros de mi familia. Tengo hambre de respeto, de que no conviertan mi vida en un laberinto con paredes hechas con normas excesivas dictadas -y la palabra exacta es dictadas- por personas que ni nos conocen ni conocen nuestra forma de vida. Ese cambiar las aceras en las ciudades cuanto aún están perfectas. Ese: te prohíbo salir a la calle para protegerte de ti mismo. Ese te obligo a tirar tu coche porque tiene más de 20 años aunque solo lo utilices un par de veces al mes y en absoluto contamine.

Tengo hambre de respeto. Tengo hambre de afecto. Me obligo a luchar para calmar ese hambre. Cuido hasta donde soy capaz y llego a cuantos me rodean. Doy ejemplo.

Pero para los que dictan y obligan y no respetan ni siquiera existo, saben que mientras tenga pan para echarme la boca y ropa para cubrir el cuerpo y protegerlo del sol o del frío no voy a volverme loco, no voy a convertirme en algo salvaje e incontrolable que pueda afectar, poner en peligro, su fofo entendimiento de la vida.

(Mecanografía: MDFM)

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2 COMENTARIOS

  1. Una de las muchas cosas malas de hacerse viejo es que los apetitos se reducen y ya nunca está uno tan hambriento como en la juventud.

    El hambre feroz y la locura, igual que la revolución, fueron nuestras obligaciones cuando jóvenes.

    Pocas veces cumplimos con esas obligaciones y ahora solo nos queda quejarnos de que los jóvenes ya no son como antes.

  2. Los jóvenes son exactamente iguales que antes. Hace unas noches estuve en una discoteca al aire libre y era todo igual comen el guión era el mismo con unos pocos matices y pequeños cambios en el vestuario y la peluquería. La única diferencia era que los actores habían cambiado.

    Un abrazo, Javier.

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