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Los viernes, milagro

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Argimiro conducía. Saturnino estaba en la retaguardia con la radio por si había problemas. Argimiro escogía el camino según le iba indicando Saturnino, quién seguía su señal a través de un mapa digital. Su intención era encontrar una ruta segura por la que, cuando Argimiro volviera, poder llevar agua, alimentos y material de construcción al campamento que construirían para sacar potasa. Con una inversión de varios millones de euros, de los que dos estaban siendo empleados en la búsqueda de una ruta segura a través del desierto, el negocio era importante.

Llevaba ya diez días de exploración y empezaba a sentir cansancio. No habían avanzado lo suficiente ni tampoco lo que estaba planificado. El mapa era impreciso y se encontraban con numerosos obstáculos que le hacían retroceder y volver a empezar casi desde el principio una y otra vez. Por el sur, habían encontrado un enorme barranco imposible de cruzar con un coche. Por el este, el viento era tan permanente y tan intenso que tuvo serios problemas para dar la vuelta y volver al inicio porque el camino marcado era borrado por el viento constantemente. Por el oeste, acabó metido en un enorme desfiladero que cada vez le desviaba más al norte y que podría poner en peligro toda la operación, si al final acababa a cientos de kilómetros de su destino.

Cansados de tan desafortunado emprendimiento, optaron por volver al camino del barranco y establecer un puente colgante con parte de los dos millones presupuestados para el proyecto. Un puente colgante sencillo, a base de cuatro postes hormigonados en cada una de las dos orillas del que colgarían dos potentes cables de acero que sujetarían, mediante tirantes, una plataforma rígida por la que pudieran pasar vehículos de hasta tres mil kg. Tardaron casi un mes en que una empresa llevara los materiales, construyera el puente y lo dejara en estado suficientemente estable como para que Argimiro continuara con el viaje.

Pero los problemas no habían acabado. Dos días después de haber cruzado el puente, lo que desde el aire, cuando habían encontrado el yacimiento, parecía arena sólida, descubrieron que eran dunas y que si con un coche todoterreno eran difíciles de sortear porque los badenes que producía la arena ponían al vehículo, en muchos casos, con una inclinación suficiente como para que volcara, con un camión se hacía imposible el tránsito. Argimiro, propuso desde la radio, abandonar y, desde el principio, volver a empezar buscando otra alternativa. Podrían comenzar a partir del puente ya totalmente concluido o incluso darlo por amortizado y comenzar por otro lugar. Pero Saturnino que se había llevado, bajo cuerda, una buena comisión del empresario que les había construido el puente, opinó que era mejor continuar y ver cómo podían sortear las dunas.

Volvieron a contactar con el empresario que había montado el puente. Este se presentó con un técnico de su empresa en helicóptero. Dijeron que sería costoso, pero que por 25.000 euros podían estudiar cómo hacer que las dunas fueran transitables. Unos días después, les pusieron sobre la mesa un proyecto. Costarían más de cuatrocientos mil euros, pero creían que lo conseguirían. Proponían llevar varias máquinas excavadoras que allanasen el camino. Y para evitar que la arena se moviera y tapara de nuevo lo limpiado, podrían una valla plástica a ambos lados. Dos meses después de haber finalizado el puente, los tres kilómetros de dunas con badenes eran un camino llano envuelto en unos arcos de acero que soportaban un plástico como los invernaderos.

El día que Argimiro volvía a la carretera, se levantó un viento infernal de temporal. Al mirar al horizonte, una masa marrón grisácea cubría la línea del cielo y la acortaba. Se avecinaba una tormenta de arena. A la mañana siguiente, la carretera, los arcos de acero y el plástico, habían desaparecido y las dunas volvían a formar obtusos ángulos que ponían en peligro la horizontalidad del todoterreno que Argimiro conducía. Volvió a hablar por radio con Saturnino y le volvió a plantear la posibilidad de abandonar un proyecto que estaba siendo una ruina. Aún no habían conseguido atravesar ni la mitad del camino del desierto y ya llevaban invertidos más de ochocientos mil euros de los dos millones presupuestados.

Pero Saturnino tenía otros planes y el empresario también. Así que decidieron aportar medio millón de euros más para que el constructor estudiara la forma de volver a descubrir los aros, el camino y evitar que la arena se los volviera a comer. Tres meses después, volvieron a pedir más presupuesto. A Argimiro le parecía que Saturnino había tomado la decisión de huir hacia adelante costara lo que costara. Pero era mucho peor. Se había puesto de acuerdo con el empresario del puente para dar esperanzas a los promotores de la mina y pulirse los dos millones y que corriera el tiempo. Con la esperanza de que entre tanto, surgiera una solución llovida del cielo.

*****

Los viernes, milagro

“Muchos han comerciado con ilusiones
y falsos milagros, engañando a la estúpida multitud.”
LEONARDO DA VINCI

Hace algo más de un mes, toda la prensa independiente, que dependen de lo que dicen para poder seguir pagando la hipoteca, nos comunicaba que Macron echaba por tierra el proyecto MidCat, que consistía, grosso modo, en unir por tierra Cataluña (el puerto de Barcelona) con Francia a través de un gasoducto que llevaría gas natural licuado desde los puertos catalanes hasta el sur de Francia, continuando hasta el norte de Europa. Decía por aquel entonces Macron (sólo ha pasado un mes pero parece que hayan sido años) que los 3.000 millones que costaría el proyecto, eran demasiados, considerando que ese gasoducto tardaría años en entrar en funcionamiento y que los ya existentes entre Euskal Herria y Navarra con Francia están el 53 % de su capacidad y que el mismo barco que llega a Barcelona, podría hacerlo a Marsella, Amberes o Bremerhaven.

Mes y medio después, las uvas siguen sin estar maduras, pero algo ha cambiado (a peor) porque el proyecto MidCat que era por superficie, se ha convertido en el BarMar, un ¿gasoducto? ¿hidroducto? que unirá bajo las aguas del Mediterráneo Barcelona con Marsella. La noticia dice que se trata de construir una tubería que lleve hidrógeno verde (que no existe) y tal vez gas natural entre el puerto de Barcelona y el de Marsella. Yo que no soy experto en nada, pero que tengo edad suficiente como para olerme un posible timo a distancia, y que he leído, que los gasoductos tradicionales no pueden transportar hidrógeno porque este acaba “comiéndose” el acero y porque las presiones son distintas, no me creo nada. Las moléculas de hidrógeno son mucho más pequeñas por lo que el riesgo de fuga es mayor. Y aunque existe una tecnología que consiste en untar con un polímero el acero por dentro para evitar fugas, no se ha probado en grandes distancias y menos debajo del mar. Además, según el mapa presentado a la prensa, hay lugares del Golfo de León con 2.000 metros de profundidad y el lecho marino es rocoso e inestable.

Pero lo que realmente me rechina, es que la prensa, esa que hoy te cuenta que todo es maravilloso y a la mínima desgracia, saltarán a la yugular del político si no es de los suyos, acostumbrados ya a no investigar nada, ni a hacer las preguntas correspondientes (¿Cómo?, ¿Cuándo? ¿Por qué? o ¿Cuánto? que antes eran las madres del periodismo serio), hablan de sacar hidrógeno como el que va a la fuente a buscar un cubo de agua. Y no. El hidrógeno no es una fuente de energía en sí. Es un vector energético. La diferencia está en que la fuente de energía produce, mientras que el vector, necesitamos gastar energía en producirlo. Y a escala industrial se necesitan enormes cantidades de electricidad (por eso digo que el hidrógeno verde no existe). Actualmente, según este artículo, se necesitan 50 KW/h de electricidad para obtener 15 KW/h de hidrógeno. Como se ve, todo un negocio. Es como si un labrador necesitara dos toneladas de trigo de siembra para recoger 600 kilos en cosecha.

Además, lo que llaman hidrógeno verde, sale de la electrolisis del agua, que lo separa del oxígeno. Si el agua dulce ya es un bien escaso, sólo queda sacarla del agua salada, lo que incrementa exponencialmente el gasto de energía y aumenta los residuos nada ecológicos como la sal y algunos elementos químicos.

Por eso, ante el anuncio del presidente de España, ese que parece preocuparse más por tener contento al jefe del imperio que en buscar soluciones para la gente que vive en el país que gobierna,   en lugar de hacer como todos esos cantamañanas que repiten en artículos publicitarios las bondades propagandistas sacadas de Iberdrola, Nartugy o Enagás, mis preguntas y lo que creo que todos deberíamos saber es, ¿de dónde piensan sacar el hidrógeno? ¿de dónde la ingente cantidad de energía eléctrica necesaria para la electrolisis? ¿Cuánto nos va a costar? ¿De qué espacio de tiempo estamos hablando para que esto sea posible? ¿Qué pasará si todo resulta ser una cagada como el Castor?

Una línea soterrada de alta tensión cuesta 300.000 euros por km. Un gasoducto por tierra alrededor de los 655.000 euros/km. Por mar, según he podido leer,  nadie sabe lo que cuesta aunque algunos comentan que, como mínimo, se duplica, es decir millón trescientos mil euros kilómetro. Si así fuera, el BarMar costará más de 6.000 millones que irán a manos de los de siempre (recuerden ustedes el Castor). Los amigos del palco del Berbabeu, que serán los únicos que ganarán aunque el proyecto acabe siendo un bluf. Al hacer estas mismas preguntas en Twitter, algunos me redirigían a artículos sobre proyectos de inversión de “hidrogeno verde”. Artículos que hablan de los miles de millones a invertir, de los supuestos cientos de puestos de trabajo que crearán, pero ninguno explica de dónde van a sacar el agua para la electrolisis, ni tampoco de dónde los miles de metros cuadrados de paneles solares necesarios para un proyecto de futuro con hidrógeno. Los paneles solares, las baterías, los molinos eléctricos, etc., todos, se construyen con tierras raras. Tierras raras que ni Europa, ni USA tienen. La mayor parte de ellas están en territorio ruso y en África en manos de China que ha comprado millones de hectáreas de tierra.

Mientras todos los expertos dicen que no es posible sustituir el petróleo por hidrógeno y continuar con esta vida de malversación de recursos como si no tuvieran fin, leo que primero Volkswagen considera insuficiente los aportes de dinero público para el desarrollo de baterías eléctricas y después que el gobierno cede y amplia a 880 millones las ayudas del PERTE al vehículo eléctrico. Leo que Enagás, Iberdrola y otras eléctricas recibirán millones de subvenciones para el desarrollo de la tecnología del hidrógeno verde. Basta poner “hidrógeno verde” en Google y darse cuenta que las 5 primeros entradas después de los anuncios de pago son de empresas eléctricas (Iberdrola, Acciona, Repsol, Enel,…)

Y a mí, lo que me acaba pareciendo es que todo esto es un sindiós, un sinsentido en el que los de siempre acaban recibiendo miles de millones de nuestros impuestos, mientras los que lo pagamos porque no podemos o no queremos hacer ingeniería financiera, ni podemos llevarnos la pasta a paraísos fiscales, ni tenemos amigos ministros que nos den una amnistía fiscal, acabamos siendo timados con el recibo eléctrico cuyo precio del Kilovatio sigue estando cinco veces por encima de lo que sería un precio justo con una ganancia del 10 % para las generadoras. A nosotros, los que pagamos, nos hacen pasar frío en invierno y calor en verano, nos obligan a gastar parte del salario en desplazamientos inconvenientes y acabamos siendo los financiadores involuntarios y forzosos de la barra libre de todos estos caraduras que comen jamón en el palco con nuestros políticos.

La solución no es fácil. Antonio Turiel lleva años explicando el fin del petróleo y que la única posibilidad es el decrecimiento y la concienciación de que la tierra da lo que da, que todo es finito y que, lo que tenemos, deberíamos administrarlo de forma justa y ordenada. Pero claro, tenemos un serio problema y no sólo por los ricos que consumen cien veces lo que les tocaría. La famosa clase media, esa que no existe, pero a la que todo el mundo cree pertenecer, no es consciente de problema. Y lo que es peor, sigue creyendo que esto es pasajero y que es culpa de Putin. Y si además, aunque costoso, puede acceder a la gasolinera cuando quiera y llenar el depósito e irse al centro comercial (en coche, por supuesto) a pasar la tarde, o al centro de la ciudad a tomarse un vino, si los medios de incomunicación y aborregamiento se dedican a hacer publicidad de los vividores de las eléctricas en lugar de investigar y hacer preguntas, pues viva la Pepa, aquí paz y después gloria y a ser feliz que aquí no pasa nada. Y si además la solución pasa inexcusablemente por derrocar este hijoputismo y hacer que el consumo decrezca considerablemente y se haga de forma justa y organizada, pues tú lo que eres es un puto comunista y que se lo pregunten a los de Cuba o Corea.

Moriremos con las botas puestas.

Salud, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

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