Los trapos sucios nunca más deben lavarse en casa

Luis Landero retrata en ‘Lluvia fina’ la imposibilidad de que las heridas familiares guardadas en silencio durante años se mantengan impunemente sin saldar

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Imposible no caer en la tentación de comenzar esta reseña de la nueva novela de Luis Landero, Lluvia fina (Tusquets), con el archiconocido comienzo de la obra maestra universal Ana Karenina de Leon Tolstói: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Se ha debatido tanto en torno a esta afirmación que el planteamiento de salida de la nueva propuesta narrativa del autor pacense de Juegos de la edad tardía no viene sino a corroborar de principio a fin el sabio dicho hoy más cuestionado que nunca. Porque los trapos sucios deben dejar ya cuanto antes de lavarse sólo en casa. Este axioma oculta de manera implícita un consentimiento cómplice con esa realidad lacerante que es la violencia sobre la mujer, al fin en pleno siglo veintiuno plenamente visibilizada por la sociedad actual pese a los aires de regresión que soplan.

Landero se basta solo con el perfilado de unos personajes tan entrañables como despreciables para encogernos el corazón y dejarnos helado con un final que no se deben perder

Cualquier motivo puede ser un campo de minas en potencia cuando entran en liza las tiranteces familiares más escondidas durante años y años de barbecho. Esa es precisamente la lluvia fina a la que hace mención Landero en su espléndida nueva novela, probablemente la que llega más hondo, la que emociona más. Los males familiares aletargados durante mucho tiempo vuelven a la superficie cuando Gabriel decide reunir a toda su familia para celebrar el ochenta cumpleaños de la madre con el fin primordial de restallar esas heridas aún supurantes que los ha mantenido a todos distanciados durante todo ese tiempo.

Son muy pocos los personajes en liza en esta novela, pero todos ellos conforman una tela de araña perfecta en la que Landero va enhebrando una insalvable estructura literaria a modo de confesionario. Ejerce de maestra de ceremonias Aurora, la esposa de Gabriel, a la que confían sus más íntimas pasiones y dolores del alma sus propias cuñadas. Casi todas las conversaciones se producen a nivel telefónico a raíz de la convocatoria de Gabriel, alma máter que destapa la caja de Pandora entre sus hermanas, Sonia y Andrea. También Horacio, que fue el marido de Sonia, será pieza clave en este desmoronamiento familiar auspiciado por una, en principio, inocente llamada de teléfono efectuada para convocar a la celebración del 80 cumpleaños de una madre autoritaria.

Landero ejerce de chamán en el arte de contar elevando el nivel de qué por encima del cómo, porque se basta solo con el perfilado de unos personajes tan entrañables como despreciables para encogernos el corazón y dejarnos helado con un final que no se deben perder. Landero es un maestro cosumado y en Lluvia fina saca cum laude sin muchos aspavientos.

 

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