Ciertamente resulta paradójico observar la realidad política de nuestro país desde la externa mirada que permite en muchas ocasiones sobreponerse al etnocentrismo político en el que la denominada clase política parece ubicada hoy en día. Y es que hoy asistimos a la peor fractura que puede tener lugar entre la ciudadanía y la política, esa en la que los partidos políticos se alejan de la realidad y construyen una especie de burbuja paralela en donde las prioridades del interés general sucumben ante el cainismo de los intereses partidistas y particulares de las minorías que conforman la vida interna y orgánica en los cenáculos del poder. Y frente a esta divergencia de caminos entre la realidad mayoritaria de la ciudadanía y la minoritaria de quienes conforman su vida en la política nace el hartazgo de la sociedad ante la observancia de la inoperancia para resolver los problemas del presente y del futuro de quienes asumen hoy los liderazgos políticos en nuestro país.

Hoy nadie se ocupa de los sin tierra, de aquellos hombres y mujeres de nombres diversos, de credo diferente, de realidades distintas que palidecen en su debilidad ante los resortes económicos y sociales de un sistema global capitalista en permanente cambio.  Todos conocemos historias a nuestro alrededor algún sin tierra, son estos los que sufren la precariedad laboral de un sistema en donde la reforma laboral, ineficaz e ineficiente ha dado lugar a la pérdida de los derechos laborales y la protección de los convenios colectivos en la masa trabajadora de nuestro país hoy condenada a la precarización de las condiciones laborales y salariales.

Los sin tierra son los que emigran de nuestro país sin retorno posible condenando a las generaciones mejor preparadas a no tener la opción de poder contribuir al desarrollo, la innovación y el progreso de una España hoy cada vez más lenta en la carrera de liebres global en donde la capacidad de desarrollo y evolución de las sociedades dependerá en gran medida de la potencialidad de las generaciones mejor preparadas. Los sin tierra son los hombres y mujeres que se levantan cada día para hacer frente como héroes de lo cotidiano a la adversidad del mes a mes que cada vez se hace más largo en las interminables horas de trabajo con las que se intenta afrontar la mínima expresión salarial en la que parecen haberse convertido hoy los salarios de una España cada vez más ennegrecida por las cifras de la exclusión sociolaboral. Vivimos así hoy, rodeados de los Sin Tierra; son estos los que conforman las realidades más concretas de nuestro entramado social , ese en donde el 28% de familias hoy ya está en los umbrales de la pobreza extrema y donde el 23% de los niños y niñas en edad escolar sufren del hambre al que la crisis les ha condenado y la falta de liderazgo político les está condenando día tras día con su inoperancia.

En definitiva, hoy transitamos por una sociedad en donde la línea entre la exclusión y la supervivencia se muestra difusa y extremadamente fina en el funambulismo cotidiano en el que vivimos.  Pero mientras eso pasa, mientras los sin tierra mueren en vida la política se muestra incapaz de ser permeable a la realidad de un mundo cada vez más complejo en donde los retos y desafíos son urgentes y serán permanentes.  El socialismo siempre fue una herramienta de cambio al servicio de las mayorías, una vocación de servicio público a favor de los desfavorecidos que sufrían la opresión del poderoso, un escudo en definitiva que igualaba la contienda de la desigualdad social, económica y laboral para dar la oportunidad de tener tierra al sin tierra. Ese y no otro fue el socialismo que hizo grande a un PSOE que hoy vive de la amnesia de su historia a golpe de batallas cainitas que en poco o nada ayudan a quienes sufren: a los hombres y mujeres que hoy claman sin tierra por la Igualdad, La Libertad y la Justicia Social.

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