La clave de esta debacle que nos rodea está, como siempre en todo lo humano, en la definición de los términos. No olvidemos que la auténtica revolución moderna la inició William Ockham y no Descartes, un tipo pacífico navaja en mano pero de letras. Que ha triunfado la ideología neoconservadora se ve no sólo en los millones de votos que unos personajes rodeados de corrupción e inercia inculta como la cúpula actual del PP reciben, sino en el calado sociológico de sus ideas: hay una parte mayoritaria de la población que ha desvinculado el ejercicio económico de lo político, de tal manera que la distribución de la riqueza es un acontecimiento natural que sólo puede ser analizado a posteriori (el imperio de lo pragmático) y, por tanto, es inocente de sus resultados, sería como culpar en un tribunal a un huracán por sus daños…

Niego la mayor, y ésta debería ser la dovela clave del arco de la nueva izquierda: el Capital es responsable, es parte interesada, no una circunstancia neutra del acontecer humano. Renunciamos, fíjense los ortodoxos, a la ingeniería social; la física caótica (y no somos más que criaturas naturales) nos enseña que los sistemas complejos son impredecibles, parecería atrevimiento de tontos… Pero ¿implicaría esta renuncia a cambiar el sistema una desregularización del mismo que termina convirtiendo a unos seres humanos en un medio para el enriquecimiento de una minoría? A escala nacional o mundial, la explotación del hombre por el hombre ha vuelto por sus fueros decimonónicos, y tal que entonces se ha establecido como naturaleza ineluctable de la Humanidad; pero además de egoístas y canallas de nacimiento también nuestro cerebro es un espejo del comportamiento de los otros y cuando vemos sufrimiento lo sentimos, somos conscientes, y la Cultura nos lleva a comprender sus causas y a la solidaridad y la ayuda, y cuando no la damos somos calificados como cobardes por nuestro entorno; si alguien dejara morir indiferente a un indefenso, ¿no merecería nuestra reprobación?.

Lo peor es la corrupción de lo mejor

Hay mucho de cobardía, interesada, insisto, porque se obtiene un beneficio, en negar la evidencia de un sistema que es injusto, y no porque todo el mundo no sea rico, eso sería una estupidez muy endeble, sino porque no ofrece una igualdad de oportunidades; la brecha entre quienes disponen de poder y conocimientos (también llamados dinero) y quienes sufren la condena (en otras épocas llamada esclavitud) de ser mano de obra rentabilísima, esta separación entre el tener o no tener se agrava ante la falta de acción de la izquierda dormida. Y rentabilísima significa para los trabajadores que para poder sobrevivir deben autolimitar sus aspiraciones o se condenarían a la consunción, y ésta es la maldad intrínseca del neoliberalismo actual, émula de las teorías círculo-viciosas que consideraban la subsistencia como techo de la ganancia del obrero para garantizar la existencia de la industria; la responsabilidad cae sobre la víctima.

Este cambio de paradigma económico, como anunciara el de Tréveris, acarrea una modificación ideológica: la derechización de nuestra sociedad es evidente y brutal, acercándose peligrosamente al fascismo, que es la inversión de los valores: llamar paz a la guerra, instinto a la estrategia, razón a la fe, economía a la explotación, cruzada a la conquista, memoria al olvido, patria a la propiedad privada, mesura a la censura, solución al exterminio… y algo que oigo continuamente (y hasta de frente): radical al pacífico, radical a quien denuncia la estulticia cobarde de una política que tiene en riesgo de exclusión social a un tercio de la población española, que ha devuelto a la Historia de Europa la figura del proletario, el trabajador condenado a una pobreza con la que financia el negocio que le da de comer, mientras de manera “natural” el propietario aumenta su capital y su capacidad para invertir y “generar riqueza” (para él, claro).

la derechización de nuestra sociedad es evidente y brutal, acercándose peligrosamente al fascismo, que es la inversión de los valores

Este es el juego patriótico actual del Parlamento y los partidos tradicionales. Y, aunque hay una parte de la sociedad europea que se ha movilizado frente a este radicalismo neoliberal y delirante, jugar esas cartas tiene el riesgo de terminar consolidando la partida. Esto no significa más que la recuperación, la definición de los términos que decíamos al principio: hay que actualizar la labor del Congreso, hay que simplificar la Leyes y gobernar con ellas, hay que consolidar la separación de poderes y someterse a su imperio, hay despojar de emotividad a los símbolos estatales (y eso incluye a los nacionalismos), hay que racionalizar la gestión del Estado (y con la Constitución en la mano hasta cambiar la estructura de la Jefatura de este Estado), hay que volver al debate político de ideas porque éstos (que todo lo tienen siempre tan claro) están empezando a decir en los bares y las plazas: “Hay que poner orden”. La derecha siempre ha justificado su extrema violencia en el destino histórico y la providencia (divina).

Es patético ver utilizado aquel argumento tardofranquista, en una prensa tan responsable de lo que está pasando como los políticos de los que viven, que decía: “Qué querrán estos jóvenes, ¡si tienen de todo!, una guerra les daba yo”. No quieren entenderlo, nos hemos vuelto tan cutres y casposos que ejercemos de viejos venerables creyéndonos que podemos frenar a la juventud… y es la muerte la que acabará con nuestra podredumbre en vida. Esperpento. El nuevo Franco es Felipe González (y Aznar, y Zapatero, y Rajoy), y quien no quiera entender la profundidad de esta afirmación es que no está comprendiendo lo que sucede; hemos creado un régimen, en el sentido peor del concepto político, y hay “jóvenes” que protestan (y no sólo es cuestión de edad).

Decía Platón que lo peor es la corrupción de lo mejor; si es usted progresista, despierte de una puta vez, coño, y si es conservador y lleva a gala su liberalismo engáñese si quiere: pero los agredidos y las víctimas son otros… y usted está tomando parte.

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