Este plazo se ofrece a modo de tregua, como una muestra de consenso y colaboración del Parlamento, que es en donde se formaliza la oposición política efectiva,  ante la compleja tarea de gobierno que le espera al nuevo gobierno surgido de las urnas. Esto es una demostración de la madurez democrática de la clase política, por que antepone el interés general a los intereses de partido.

 

El primer caso de esta práctica se produjo en los Estados Unidos al comienzo de la primera presidencia de Franklin Delano Roosevelt en 1933. El país se encontraba en medio de una crisis económica que amenazaba la subsistencia de la democracia y la unidad del país. En aquél entonces, durante esos 100 días de 1933 el Congreso aprobó 15 leyes que contuvieron el pánico bancario, dieron trabajo público a cientos de miles de desempleados y fundaron las bases del llamado New Deal. Un gran acuerdo nacional. Aunque debamos ser precisos, porque no fueron, en realidad, los 100 primeros días de la Presidencia de Roosevelt, sino el tiempo de la sesión extraordinaria del Congreso. Esta se desarrolló entre el 9 de marzo y el 16 de junio de 1933. Cuando empezó la cuenta atrás, Roosevelt llevaba cinco días de presidente, desde su toma de posesión el 4 de marzo. Aún así, fue una acción de Comunicación Social muy efectiva.

 

El cuadro era catastrófico, los bancos quebraban a miles. Recuérdese que no había una autoridad bancaria nacional. Las bolsas de Nueva York y Chicago se hallaban cerradas. El PBI del país había perdido un tercio de su riqueza en cuatro años. El paro rondaba el 25% en promedio, y en algunas ciudades llegaba al 80%. Los militares estaban movilizados por los brotes de violencia en las colas frente a los bancos para la retirada masiva de fondos. Las revueltas populares se incrementaban. El país se podía romper. Frente a ello, periodistas influyentes como Walter Lippmann le decían a Roosevelt que endureciera su gestión. En su lugar, Roosevelt optó por una gestión firme del poder ejecutivo, apoyando reformas en el Congreso, además de buscar el apoyo popular.

Roosevelt se ganaba la atención de sus conciudadanos con una política comunicativa que acercaba su mandato a las personas. En esos cien días empezó sus charlas radiofónicas pidiendo a sus “amigos” estadounidenses que no sacaran todo el dinero del banco y que confiaran en las medidas que se iban a tomar esa primavera para superar la crisis.

España está frente a desafíos que debe afrontar con decisión y eficiencia. No se debe seguir claudicando frente a los grupos económicos, políticos, mediáticos y religiosos que desean mantener sus privilegios por encima del interés general. Eso ya no es posible. Aunque eso sea motivo para que esa oposición, más preocupada por sus intereses que por la recuperación del bienestar general, le haya negado la tregua de los cien días.

Aún antes de producirse la investidura, desde todos los frentes mediáticos, empresariales, políticos y religiosos, se inició la más salvaje y menos veraz oposición que se recuerde desde el 78. Alarmantemente, una parte no menor de esa acción opositora se orientó a la acción de la Justicia, construida con un sesgo neoconservador en todos estos años, y del Tribunal Constitucional, también orientado con el mismo perfil. No tienen en cuenta las consecuencias.

 

 

 

 

 

 

 

Téngase en cuenta que el conflicto catalán se origina por el rechazo del Estatut de Autonomía aprobado por el legítimo Parlament catalán.

Las organizaciones empresariales y clericales vaticinan consecuencias apocalípticas, curiosamente en sentido inverso al beneficio que producirán a la mayoría de españoles.. El Banco de España se ha convertido en tribuna del neoliberalismo más radical. Todo parece indicar que el único grupo político que le ha dado esos 100 días a Pedro Sánchez es Unidas Podemos.

Las comparaciones con lo que se llamaron “Les Cent-Jours”, la vuelta triunfal del exilio de Napoleón a París, pudo haber surgido del círculo de periodistas cercanos a Roosevelt, ayudándole a promocionar el número 100. En realidad, los de Napoleón tampoco fueron exactamente 100, sino 111, pero el número redondo quedaba claramente mejor. Otros, los menos, atribuyen que la historia indica que esto sucede cuando Luis XVIII restituye el reino de Francia, precisamente a los 100 días de la derrota de Napoleón en la batalla de Waterloo, cuando el conde de Chabrol utiliza ese periodo para dar la bienvenida al rey.

En cualquier caso, a Roosevelt le gustaban las metáforas militares y utilizó la marca como una forma de presión para el Congreso y una manera de ganarse la confianza de los ciudadanos con un plazo claro y cercano. Como ejemplo: la primera ley aprobada por el Congreso, el 9 de marzo de 1933, dio el control del sistema bancario al presidente.

Confío en que Pedro Sánchez lo tenga claro, a sabiendas del grupo de neoliberales que ha aceptado en su entorno.

Cuentan, según el libro “The Defining Moment: FDR, Hundred Days and the Triumph of Hope” de Jonathan Alter, que poco después de tomar posesión, un visitante no identificado por las crónicas de entonces, se acercó al presidente y le dijo: “Si su programa tiene éxito, será usted el mejor presidente de Estados Unidos. Si fracasa, será el peor”. Roosevelt contestó: “Si resulto ser un mal presidente, probablemente seré el último presidente”.

 

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