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Los patriotas no piden perdón

Pedro Antonio Curto
Pedro Antonio Curto
Escritor. Colaborador del periódico El Comercio y otros medios digitales. Autor de los libros, la novela El tango de la ciudad herida, el libro de relatos Los viajes de Eros, las novelas Los amantes del hotel Tirana (premio Ciudad Ducal de Loeches) y Decir deseo (premio Incontinentes de novela erótica). Premio Internacional de periodismo Miguel Hernández 2010. Más de una docena de premios y distinciones de relatos. Autor de diversos prólogos-ensayo de autores como Robert Arlt y Jack London, así como partiipante en varias antologías literarias, la última “Rulfo, cien años después”.
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Hay una leyenda muy conocida sobre la conquista de Granada en que el sultán Boabdil tras entregar las llaves de la ciudad y rendirse a los Reyes Católicos, en su huída, contemplo lo que acababa de perder y empezó a llorar. Ante sus lágrimas, Aixa, su madre, le soltó una frase lapidaria para la época: “Llora como mujer lo que no pudiste defender como hombre.” En algunas versiones lo de “mujer” se cambiaba por “niño” y hasta el propio sultán ha pasado a la historia como Boabdil el chico. La leyenda es la tópica y típica que figura en cualquier construcción nacional, sino fuera porque es una metáfora del nacionalismo dominante en el Reino de España: exaltación de la virilidad y la prepotencia, que hace del uso de la fuerza su identidad y modus vivendi. Las reacciones a la propuesta del presidente mexicano solicitando al estado español (como heredero del reino de Castilla), que pida perdón por los excesos y barbaridades cometidas en la conquista de México lo demuestran: “civilizar esta tierra”, “ofensa intolerable al pueblo español”… son algunas de las perlas con las que se ha respondido a la propuesta.

La carta del presidente mexicano se encuadra en el 500 aniversario de la institución en Veracruz del primer ayuntamiento del país por orden de Hernán Cortés. El conquistador desembarcó en 1519 en la península de Yucatán y empezó la conquista de México, campaña militar que terminó con masacres que diezmaron las poblaciones originarias, bien directamente por la guerra, bien por las enfermedades que llevaron los españoles. En la actualidad sobreviven unos doce millones de indígenas, de una población de cien millones de habitantes. La carta de Andrés Manuel López Obrador es mesurada, crítica pero reconciliadora, en la que no evita el iniciar un proceso de asunción de responsabilidades por parte de las propias poblaciones mayoritarias y de las instituciones. Algo de lo que le acusaba Vargas Llosa que al parecer no leyó o analizó la propuesta, pero no dudó en sumarse al linchamiento. Porque eso es lo que ha habido, un lanzamiento en tromba, desde el gobierno a Pérez Reverte, con diversos grados en su nivel de irracionalidad. Así se ha vuelto a escuchar que no sólo hay que rechazar el pedir perdón, sino reivindicar la conquista bajo el pretexto de que las poblaciones aborígenes eran salvajes y caníbales, mientras que los conquistadores españoles llegaron para “civilizar”. Es el viejo concepto de la raza superior; y es que en España el nacionalismo étnicista y supremacista viste de rojigualda.

Los efectos de la conquista y sus barbaridades son conocidas, teniendo en cuenta la dificultad de documentación de una época tan distante. “Breve relación de la destrucción de las indias”, de Fray Bartolomé de las Casas, “Historia verdadera de la Conquista de Nueva España”, de Bernal Díaz del Castillo, “Náufragos”, de Álvaro Núñez de Vaca y “Las cartas de relación de Hernán Cortés”, son algunas de las obras que describen aquella época.

Después de la destrucción de los pueblos originales, la corona española impuso el sistema de castas durante la colonia. El sistema de castas es la división social con la que se pretendía abarcar nuevos híbridos étnicos en el escalafón colonial, además de descubrir su carácter, defectos y virtudes de acuerdo a su color de piel, entre más blanco, más bueno, más negro, más malo. Hasta tal punto rigió este sistema que creó la llamada Pintura de Castas, que reflejaba en imágenes esas jerarquías étnicas y aún hoy se conservan cuadros.

Los imperios siempre han existido y su base ha sido la violencia en mayor o menor grado, lo han hecho las potencias colonizadoras y la ideología imperial sigue dominando el curso de la historia. Pero al menos algunos países han revisado críticamente su pasado: Italia, Canadá, Japón, Alemania, Reino Unido, Bélgica, Australia, Nueva Zelanda y hasta el Vaticano, en mayor o menor grado han pedido disculpas por las acciones de sus estados, desde genocidios recientes, hasta la violencia cometida contra poblaciones aborígenes, desde disculpas formales, hasta indemnizaciones. Construir una memoria crítica del pasado nacional es una necesidad de presente y de futuro, sino se quieren repetir viejos esquemas. Pero en España es hegemónico un nacionalismo con melancolía imperialista que aún no ha salido del laberinto del 98. Si no se supo asimilar la perdida de las colonias, ya en pleno siglo veinte se volvió a ejercer la barbarie. En la Guerra de Marruecos o del Rif, a parte de mandar soldados españoles al matadero, de unas practicas corruptas que enriquecieron a algunas élites, fue uno de los primeros estados en utilizar armas químicas, eliminando poblaciones civiles con ataques a zocos y aldeas. Tampoco por esto ha pedido perdón el Reino de España; debió ser una obra civilizatoria con gas mostaza.

Según parece, las lágrimas de Boabdil nacieron trescientos años después de su muerte en el libro Los paseos de Granada del padre Echevarría. Había que desacreditar a los enemigos del imperio; en esas se sigue.

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