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Los patios de monipodio poselectorales

Manuel I. Cabezas González
Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)
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análisis

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En el sistema político español, toda elección (municipal, autonómica o general) es seguida por lo que los profesionales de la política denominan, utilizando un lenguaje políticamente correcto, las consultas y las negociaciones para pactar y formar gobierno municipal o autonómico o nacional. A propósito de estas consultas-negociaciones, yo prefiero hablar, más bien, utilizando un lenguaje cervantino, de contubernios o de conversaciones en la sombra, en los modernos “patios de Monipodio” poselectorales.

Miguel de Cervantes sitúa en este escenario (el patio de Monipodio) el inicio de la intriga de una de sus Novelas Ejemplares, Rinconete y Cortadillo. En esta novela corta, Cervantes narra cómo Pedro de Rincón y Diego Cortado llegaron a la casa de Monipodio, sita en Sevilla; y cómo fueron recibidos, en el patio de su casa, por los miembros de la cofradía del crimen y del latrocinio, regentada por Monipodio, al que todos obedecen y respetan, a pesar de ser un “hombre bárbaro, rústico, desalmado e iletrado”. Aquí, en este patio, Monipodio les dio la bienvenida al sindicato del hampa. Los bautizó con los nombres de Rinconete y Cortadillo. Les asignó un territorio para cometer sus fechorías. Y los instruyó en el arte de las gentes de mal vivir, para que consiguieran rápidas ganancias ilícitas, sin dar un palo al agua.

Esta novela corta de Cervantes me ha permitido imaginar lo que debe pasar en los distintos municipios y en las sedes de los partidos políticos, después de unas elecciones municipales, autonómicas o generales. Las reuniones, las consultas y las negociaciones de los electos y de las cúpulas de los partidos deben ser también contubernios o conciliábulos. Y deben parecerse mucho a lo que sucedía en el “patio de Monipodio”: mercadeo, intercambio de cromos, reparto del botín electoral, atribución de “tetos” —así son denominados, en Almagarinos (pedanía del Bierzo Alto), los pezones de las vacas— para amorrarse a las ubres de los presupuestos públicos y para ocupar un buen lugar en el cubil de la vida política.

En efecto, concluidas las elecciones del pasado 28A y del 26M, comenzaron las consabidas reuniones y negociaciones. Éstas, en el momento en que redacto este texto, se están desarrollando y/o están a punto de concluir en la penumbra de los “patios de Monipodio” de los partidos. Y las formaciones que han conseguido representación en los comicios municipales, autonómicos o generales, se están poniendo de acuerdo para repartirse los puestos y el poder. En este mercadeo opaco, sin luz ni taquígrafos, podemos distinguir dos situaciones diferentes, pero muy relacionadas entre sí y, además, con muchos puntos en común.

Por un lado, está la situación en la que ningún partido ha conseguido la mayoría absoluta para poder gobernar. Es el caso más generalizado en las últimas elecciones generales, autonómicas y municipales. En esta coyuntura, los partidos escenifican exigencias no negociables o marcan líneas rojas que no se pueden traspasar. Ahora bien, todo esto es pura pose o comedia, forma parte del guión y constituye un canto a la galería. En el fondo, todos los partidos negociadores quieren tocar poder y el mayor poder posible. En realidad, con estas negociaciones no se trata de analizar qué problemas de los ciudadanos habría que abordar en primer lugar y cómo hacerlo, ni tampoco de cómo gestionar la “res publica”, ni de cómo actuar para que esta gestión sea transparente y democrática,… Se trata, más bien, de repartirse, sólo aparentemente a cara de perro, el pastel del poder.

Por otro lado, está la situación, muy excepcional, en la que algún partido ha conseguido la mayoría absoluta. En las pasadas elecciones, se trata de una situación muy marginal en el ámbito municipal de poblaciones pequeñas o medianas. En este caso, la negociación-distribución de puestos se produjo entre los militantes del partido, en el momento de la confección de las listas, que son siempre fruto de intrigas y de tejemanejes para situarse en los primeros puestos de las mismas. Lo de “las primarias” y lo de las “listas abiertas” son un brindis al sol y una pura filfa.

Ahora bien, tanto en un caso como en el otro, el lugar en las listas, así como los puestos y las responsabilidades a asumir, no recaen, en general, sobre los militantes más honestos, mejor preparados y más competentes, sino sobre aquellos que han sido sumisos, que han tragado carros y carretas, que no se han movido y que, como hubiera dicho Alfonso Guerra, han salido en la foto. De ahí que los candidatos por “decisión digital” del jefe de turno y ungidos con el poder de las urnas tengan que rodearse de un ejército de “asesores” y sean, en demasiadas ocasiones, como el cervantino Monipodio: “hombres bárbaros, rústicos, desalmados e iletrados”.

Con estas dos modalidades de reparto del poder (sin o con mayoría absoluta), ha sucedido y sucede, en la vida política española, lo que todos sabemos: ausencia de músculo ético en la casta política y michelines mórbidos para la salud democrática de la sociedad española (latrocinios, corrupción generalizada, malversación de caudales públicos, despilfarro de recursos de todos, chanchullos sin cuento, opacidad en la gestión de la “res publica”, habilitación de “puertas giratorias”,… Que sais-je encore?

En las actuales negociaciones poselectorales, que están a punto de terminar, los partidos, de antiguo cuño (PP y PSOE) o de nuevo cuño (Podemos, C’s y VOX principalmente), han seguido o están siguiendo la hoja de ruta que acabamos de describir. Para empezar, nos han hecho votar a tientas o, más bien, a ciegas: nos han idiotizado con sus mensajes vacíos de contenido y sus seudo-debates, verdaderos shows a la altura de “Sálvame”. Y, ahora, en este momento poselectoral de reparto del pastel del poder, no hacen gala de altruismo ni de transparencia. Se comportan, más bien, como los rufianes del lúgubre y cervantino patio de Monipodio, sin luz ni taquígrafos, preocupados sólo por el inmediato beneficio personal y partidista.

En efecto, tanto los partidos tradicionales (PP y PSOE) como los partidos emergentes (Podemos, C’s y VOX), de los que depende, en estos momentos, la gobernabilidad de España, de las CC.AA. y de muchísimos ayuntamientos, han estado arrastrando los pies para no desvelar sus auténticas intenciones. Todos se la están cogiendo con papel de fumar, pensando sólo en sus intereses partidistas o personales y no en la solución de los acuciantes problemas de la ciudadanía española.

Este espectáculo censurable denota que, a los de la casta política (la añeja y la neófita), les viene como anillo al dedo aquella cita crítica de W. Churchill, que reza así: “el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Ante este triste y politicastro espectáculo, los ciudadanos debemos esperar lo peor ya que, como dice un aforismo popular, “la política hace extraños compañeros de cama”. Y, como correlato, los ciudadanos sólo podremos seguir desconfiando de la casta política, de la antigua y de la nueva. ¿Dónde han dejado los principios, los valores y sus tan cacareados “códigos éticos”? ¡Qué lejos estamos de aquel eslogan que puso en circulación C’s, en el momento de su nacimiento, pero que ya ha olvidado y abandonado, al olor de la sangre del poder, en el desván de los recuerdos: “Sólo nos importan las personas”!

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