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Los papalagi

Antonio Fernández-Fígares Morales
Antonio Fernández-Fígares Morales
Presidente de la ONG Paz en Acción, director de Radionuevaera.es, Coproductor del programa Tiempo de Cambio, colaborador de la revista Ser Consciente, coach, empresario, escritor y conferenciante. Tiene un profundo interés por todos los conocimientos humanísticos, dedicándose al estudio de la Psicología, especialmente el análisis de C.G.Jung, mediante una introspección de más de dos años. Su interés por comprender al ser humano y su destino le lleva a estudiar también Filosofía durante ocho años. Se forma en técnicas bioenergéticas durante un año y medio, y meditación, tres años. Es colaborador en periódicos, televisiones y especialmente en numerosas radios. Desarrolla varios productos que comercializa a nivel nacional como: -CURSOS DE AUTOAYUDA (12 TÍTULOS) -REVISTA: EL MUNDO DE LO INCREIBLE –PROGRAMAS: ELIMINE SU ESTRÉS Y VALORES PARA UNA CULTURA DE PAZ -LIBROS: RELACIONES HUMANAS, TECNICAS ÉTICAS DE VENTA y ESTRELLAS DE ESPERANZA. Imparte el taller: SER CONSCIENTE EN EL AHORA.
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análisis

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En 1910 el artista Erik Sheurmann, vivió un tiempo en islas de la Polinesia. Quedo hechizado por el estilo de vida samoano, sus habitantes eran saludables, pacíficos y alegres. No tenían propiedad privada, tal y como la conocemos y se abrían a los extranjeros con sencillez, ofreciéndoles sus cosas en un clima de armonía. Vivian respetando a la Naturaleza y sin ninguna obsesión por acumular posesiones, tan propia del hombre “civilizado” moderno.

Escribió un libro sobre Samoa, pero bajo el punto de vista de los samoanos, inventando un personaje que era un jefe polinesio que viajaba a Europa y hacia observaciones sobre la forma de vida occidental. El libro se llama Los papalagi y fue publicado en 1920.

Este jefe se llamaba Tuivii, había visitado Alemania, y les explicaba a sus compañeros como eran los papalagi (los hombres blancos), unos seres enfermos de codicia:

“Los papalagi realizan infinidad de cosas a base de mucho trabajo y privación, cosas como anillos para los dedos, matamoscas y recipientes de comida. Ellos piensan que tenemos necesidad de esas cosas hechas por sus manos, porque ciertamente no piensan en las cosas con las que el Gran Espíritu nos provee. ¿Pero, quien puede ser más rico que nosotros? Y ¿Quién puede poseer más cosas del Gran Espíritu que justamente nosotros?. Lanzad vuestros ojos al horizonte más lejano, donde el ancho mundo azul descansa en el borde del mundo. Todo está lleno de grandes cosas: la selva, con sus pichones salvajes, colibríes, y loros; las lagunas, con sus pepinos de mar, conchas y vida marina; la arena, con su cara brillante y su piel suave; el agua crecida, que puede encolerizarse como un grupo de guerreros o sonreír como una flor; y la amplia cúpula azul que cambia de color cada hora y trae grandes flores que nos bendicen con su luz dorada y plateada. ¿Por qué hemos de ser tan locos como para producir más cosas, ahora que ya tenemos tantas cosas notables que nos han sido dadas por el Gran Espíritu?

También decía: “Actualmente estos papalagi piensan que pueden hacer mucho y que son tan fuertes como el Gran Espíritu. Por esa razón, miles y miles de manos, no hacen más que producir cosas, del amanecer al crepúsculo. El hombre hace cosas, de las cuales no conocemos ni el propósito ni la belleza. Sus manos arden, sus rostros se vuelven cenicientos y sus espaldas están encorvadas, pero todavía revientan de felicidad cuando han triunfado haciendo una cosa nueva. Y, de repente, todo el mundo quiere tener tal cosa, la ponen frente a ellos, la adoran y le cantan elogios en su lenguaje. Pero es signo de gran pobreza que alguien necesite muchas cosas, porque de este modo demuestra que carece de las cosas del Gran Espíritu. Los papalagi son pobres porque persiguen las cosas como locos. Sin cosas no pueden vivir. Cuando han hecho del caparazón de una tortuga un objeto para arreglar su cabello, hacen un pellejo para esa herramienta, y para el pellejo una caja, y para la caja, una caja más grande. Todo lo envuelven en pellejos y cajas. Hay cajas para taparrabos, para telas de arriba y para telas de abajo, para las telas de la colada, para las telas de la boca, y otras clases de telas. Cajas para las pieles de los pies, para el metal redondo y el papel tosco, para su comida y para su libro sagrado, para todo lo que podáis imaginar.

Tuiavii añade: Cuantas más cosas necesitas, mejor europeo eres. Por eso las manos de los papalagi nunca están quietas, siempre hacen cosas. Esta es la razón por la que los rostros de la gente blanca a menudo parecen cansados y tristes, y la causa de que pocos de ellos puedan mirar las cosas del Gran Espíritu, o jugar en la plaza del pueblo, componer canciones felices o danzar en la luz de una fiesta y obtener placer de sus cuerpos saludables, como es posible para todos nosotros.

Tienen que hacer cosas. Tienen que seguir con sus cosas. Las cosas se cierran y reptan sobre ellos, como un ejército de diminutas hormigas de arena. Ellos cometen los más horribles crímenes a sangre fría, solo para obtener más cosas. No hacen la guerra para satisfacer su orgullo masculino o medir su fuerza, sino para obtener cosas.

Si ellos hicieran uso del sentido común, sin duda comprenderían que nada de lo que podemos retener nos pertenece, y que cuando la marcha sea dura no podremos llevar nada. Entonces empezarían a darse cuenta de que Dios hace su casa tan grande porque quiere que haya felicidad para todos. Y en verdad sería suficientemente grande para todo el mundo, para que todos encontráramos un lugar soleado, una pequeña porción de felicidad, unas pocas palmeras y ciertamente un punto en el que los dos pies se apoyaran.

Dios les envía muchas cosas que amenazan su propiedad. Envía calor y lluvia para destruir sus propiedades, lo envejece, derrumba y pudre. Dios también da a la tormenta y el fuego poder sobre sus cosas acumuladas. Y lo peor de todo: introduce miedo en los corazones de los papalagis. Miedo es la cosa principal que han adquirido. El sueño de un papalagi nunca es tranquilo, porque tiene que estar alerta todo el tiempo para que las cosas que ha amasado durante el dia, no le sean robadas por la noche. Sus manos y sentidos tienen que estar ocupados todo el tiempo agarrando su propiedad, incluso a las personas, que ellos imaginan que son suyas”

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