miércoles, 24abril, 2024
25.3 C
Seville
Advertisement

Los ojos del dolor

Angélica Morales
Angélica Morales
Poeta, novelista y directora de teatro. Ha sido ganadora (entre otros) del XVII Premio de Poesía Vicente Núñez, Diputación de Córdoba 2017; XLVIII Premio Ciudad de Alcalá de Poesía 2017; 42 Premi Vila de Martorell (poesía en castellano) 2017; IX Certamen Literario Internacional “Ángel Ganivet”, Asociación de Países Amigos, (Helsinki, 2015). II Convocatoria Perversus GEEPP Ediciones (Melilla) 2015; Premio Internacional de Poesía Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria 2013; Premio Internacional de Poesía Miguel Labordeta 2011. En novela, su obra “Mujeres rotas (TerueliGráfica, 2018)” quedó entre las 10 finalistas del Premio Planeta 2017. Así mismo, otra de sus novelas (por el momento inédita) “La Convención”, también quedó entre las 10 finalistas del Premio Azorín de novela 2018. Entre sus libros de poesía publicados, destacan España toda (Hiperión, Madrid, 2018); Pecios (GEEPP Ediciones, Melilla, 2016); Monopolios (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014); Asno mundo (Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, 2014) y Desmemoria (Gobierno de Aragón, 2012). En novela ha publicado, entre otros, “Palillos Chinos” (Mira Editores, 2015); y “La huida del cangrejo (Mira Editores, 2010). Colabora en las revistas literarias y culturales como Turia, Letralia, Rolde y La Piedra del Molino. Blog Literario: https://angelicamorales.wordpress.com/
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

Ha sido uno de esos vídeos que circulan por las redes lo que me ha hecho llegar hasta aquí y afilar los dientes de mi pluma para hablar sobre el abandono de los animales. Será que acabo de adoptar a una gatita y tengo la sensibilidad a flor de piel, que la miro y pienso que mi pareja y yo somos lo único que tiene y que conoce, y que si un día la alejásemos de todo este ámbito confortable que estamos construyendo para ella, la pobre se vendría abajo, no sabría qué es lo que está ocurriendo, por qué todo a su alrededor se ha desmoronado. Eso ha sido justamente lo que le ha sucedido a la perrita del vídeo. Un pobre animal que acaba de ser abandonada en la perrera. Un primer plano de su figura, sentada en una jaula, como recién caída de un cielo hostil, como si Dios, después de haberle acariciado el lomo y darle a beber miel de flores, le hubiese pegado una patada en el culo y la hubiese arrojado al mismísimo infierno.

Supongo que la vida está llena de animales que se abandonan, de perreras a rebosar de gatos y perros que son repudiados por sus amos. Pero yo solo vi aquellos ojos de color castaño, la profundidad de su dolor meciéndose en el llanto, su morro subiendo y bajando, como si estuviese haciendo un puchero infantil, esa forma de buscar en el vacío, esa soledad dando vueltas entre los barrotes de su jaula. Esos ojos que permanecían insistentemente en un primer plano, mientras alguien grababa la agonía de su alma, los latidos mansos de su corazón. Esos ojos que podían ser los ojos de un anciano cuando vienen a llevárselo para conducirlo a una residencia porque sus hijos no quieren hacerse cargo de él. Esos ojos que podrían ser los de un niño huérfano en el fragor de una guerra o los ojos ardientes de un minusválido que ya no sirve al concepto de hombre y sociedad. Esos ojos de abandono absoluto, de rendición, de terror íntimo, de no saber en qué lugar colocar la agonía, todos los interrogantes que flotan en su memoria.

Y me pregunto si la humanidad es eso, un abandono que se anuncia en el mismo instante en el que llegas al mundo, una espera inocente cerca del puñal dulce que más tarde habrá de darte muerte.

Porque antes del abandono había una mano, una caricia, agua fresca en un cuenco, pienso a rebosar cerca del labio, días felices tras el cristal, un nombre (el suyo), un premio, un paseo, un futuro que de pronto se ve truncado porque alguien dice que la perra molesta, porque alguien decide que hasta aquí hemos llegado, que es una perra demasiado vieja, que no hace sus necesidades a tiempo, que ladra demasiado o muerde al los niños. Y súbitamente un vaso que se rompe, un reloj que detiene sus pasos sobre la alfombra, entre los dientes de su juguete preferido. El coche, una jaula, un desconocido dándole a comer el silencio, un hogar que ya no existe, el perfume de la desilusión lamiendo su mantita.

Porque continúan en mí esos ojos brillando en la espesura, esa súplica callada, ese dolor mordiendo ahora todos mis sentidos.

Recuerden esos ojos. Esos ojos de dolor caníbal.

Recuérdenlos y no duerman.

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
Advertisement
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído