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Los medios del nacionalismo español (3 de 3: manipulación)

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Los medios nacionalistas no son medios para proporcionar información, sino revendedores de una ideología. Incluso, uno se atrevería a decir que no llegan a expresar una opinión (entendida como lo que uno piensa sobre algo), sino que la intención última es destruir la oportunidad de diferentes opiniones, cualesquiera, pues el Sistema defendido está por encima de ello. En este sentido, es un totalitarismo, incluso, supra ideológico.

No es muy difícil hurgar en la prensa capitalina de los últimos años y encontrar noticias que son, simplemente, mentira. La gravedad del asunto reside, o se afianza más, en el hecho que ello no comporte ningún coste. Esto es un reflejo (¿o consecuencia o causa?) de la misma gratuidad de las mentiras de los políticos. El señor Pablo Casado, a la sazón líder de la oposición y, por tanto, con posibilidades de dirigir el gobierno en un momento u otro, mintió respecto a su formación y titulación. El coste de ello, fue cero. En otros países hemos visto ministros que han dimitido por la misma razón. Es decir, en otros países es inexcusable lo que aquí es irrelevante. ¿Por qué? La explicación no solamente se debe dirigir a los medios, sino a la sociedad entera. Y valga decir que Casado es un ejemplo, una muestra que podemos encontrar en casi todo el espectro político, siempre con la misma gratuidad. El problema es grave, más de lo que parece.

No obstante, ciñéndonos a los medios, no sería suficiente con evitar la mentira: es necesario decir la verdad. Me refiero a la llamada “mentira por omisión”, que no es sino ocultar una verdad para que, en un conjunto de hechos ciertos, no se demuestre que, en el fondo, ocultan una mentira. La omisión es una práctica habitual para no enfrentarse a unos hechos que contradicen el hilo narrativo de la ideología que se promulga. Pues siempre caemos en lo mismo: se pretende sustentar la narración propia, no la información. Cuando un hecho no coincide con la línea expresada, cuando siembra dudas sobre aquello que se dijo, se omite, se obvia. Y esta ausencia, este vacío, es el que aprovechan las pequeñas mentiras (algunas insubstanciales, pero acumulativas) para fijarse y condicionar el pensamiento del lector, oyente o telespectador.

No hay una falta de rigor, ni mucho menos, sino una intención muy calculada. Incluso, podríamos decir que no hay una falta de ética, sino que se trata de otra ética, afianzada por un código moral propio que nada tiene que ver con el objetivo de proporcionar información.

Todo ello, es un lastre. Es un lastre para tener y participar de una sociedad sana e informada. Es un lastre para la democracia, para la cual, lo anterior, es imprescindible.

España no dispone de una democracia sana. Se suele medir la capacidad democrática de las estructuras del Estado, y España, a veces, está más arriba o más abajo. Pero estos registros no miden la salud interna de esta democracia y, por ello, no detectan el gran déficit de este país. Durante la crisis sanitaria del Covid19 se han publicado artículos, en la prensa extranjera, refiriéndose al “guerracivilismo” español. Se sorprenden. También causa sorpresa la inacción ante la corrupción de la Casa Real, estamento que proporciona el Jefe de Estado. También han causado estupor muchas reacciones políticas, policiales y judiciales respecto a la reivindicación catalana. Tal vez porque contrastan todo ello con esos registros sobre la democracia española y obvian que 40 años de dictadura fascista se inmiscuyen hasta la raíz en muchos aspectos de la sociedad. Y, uno de estos aspectos, es el uso de la prensa y otros medios como modo de propaganda y proselitismo de una ideología, como una pata indispensable en la que se sustenta la estructura del Sistema español: una corte capitalina que se sirve del nacionalismo para vivir a costa del resto del país.

El gran obstáculo para el entendimiento es que estos medios crean y alimentan un campo emocional para sostener sus ideas políticas, y que es un campo basado en la negatividad y menosprecio del otro. En el caso frente a la reivindicación catalana, hablaríamos más de una “incitación a la xenofobia” que de una xenofobia clara y explícita. La cuestión es asentar y alimentar la base de donde surja esta emoción (la xenofobia tiene mucho de emoción). Es decir, se trata de que uno tema los perros por agresivos o desprecie los gatos por egoístas. Si la idea se afianza, germinarán las emociones que irán calando y, por mucho que a posteriori uno sepa que no todos los perros son agresivos y que el egoísmo no compete a los gatos, la emoción persistirá: uno no podrá evitar sentir cierto temor y desprecio ante perros y gatos. Esto es un uso emocional con fines ideológicos y que, una vez se establece, es muy difícil de erradicar. También lo podríamos ver en el trato informativo dado a Podemos (¡chavistas! ¡comunistas!). Esta generación de emociones se sirve mucho de la imagen: las fotos en portada de la prensa capitalina se cuidan mucho de qué emoción transmite una imagen de Pablo Iglesias o de Pablo Casado, de Torra o de Ayuso o Arrimadas.

Pero esto no se queda aquí: estas emociones, este caldo de cultivo de la negatividad y el desprecio, marcan un modo de pensamiento. Estos medios no están informando, están canalizando un pensamiento donde las emociones se sentirán plenamente justificadas, y pensamiento y emociones se retroalimentan unas con otras. Ello parece que deviene un círculo vicioso, pero no es así: el círculo, aunque se limite a sí mismo, sufre tal acumulación que se expande como una espiral que extrema tanto las emociones como el pensamiento. A la larga, aquellos que encuentran afinidad en estos medios, se extreman, y los políticos deben extremar su discurso para satisfacerlos (de PP a C’s, de C’s a Vox, los obliga a todos a tender hacia el extremismo).

Cabe decir que todo ello, en opinión de un servidor, tiene mucho que ver con el voto. La atadura emocional a una narración mantenida por los medios es muy resistente, y se sobrepone al pensamiento crítico. Mantener esta atadura, alimentarla continuamente, es necesario para que resista, por ejemplo, los casos de corrupción, las mentiras o ciertas incoherencias (por ejemplo, un obrero votando el neoliberalismo de PP o Ciudadanos). No es que cierto votante sea tonto o no, no es que no vea la corrupción en “su” partido, no es que no sepa que están mintiendo, no es que no perciba que tal programa económico perjudica sus intereses, sino que todo ello está en un plano inferior a la atadura emocional. Y en momentos de duda o en que esta pueda aparecer, se recurre a fortalecer esta atadura emocional.

Por ejemplo, en la pandemia, ante la gestión del PP de Ayuso en la Comunidad de Madrid y la posición al por mayor del PP de Casado, se recurre al fortalecimiento emocional de la imagen: fotos de Ayuso llorando o afligida como una casta y virginal santa, o la fotografía de Casado como macho fuerte y rabioso ante la impotencia… en el baño, el rincón más íntimo de la casa. Aparte de los estereotipos profundamente machistas de tales imágenes, es relevante que el mensaje no tiene necesidad de validarse: emocionalmente ya viene validado de per se. Aquí, no hay ningún tipo de información, sino pura manipulación emocional para afianzar el hilo narrativo.

El resultado de todo ello es una erosión de uno de los fundamentos de la democracia: el acto de votar mediante el pensamiento crítico autónomo e individual, que exige explicaciones al poder. Y aquí llega uno de los mayores frutos de todo lo anterior: la atadura emocional exonera al poder de someterse a ese escrutinio crítico y de dar la correspondiente explicación (como la inviolabilidad de la Casa Real, pero extendido a toda la corte capitalina: lo que querrían todos es poder ser intocables como el rey). Al abonar este modo, al ser causa y partícipes de esta atadura emocional, los medios dejan de ser “informativos”. Y, lo que es peor, el lector o audiencia deja de tener interés por toda aquella información que no se acomode y cuestione esa atadura emocional. Porque la siente como “suya”, y percibe el cuestionamiento como una agresión o injerencia en su yo emocional. Es, todo ello, un modo que busca el “totalitarismo consentido”, requerido y hasta deseado. Y todos estos nuevos totalitarismos son, así, consentidos y reclamados por gran parte de su población, eligiendo grandes demócratas como Putin o Trump, Bolsonaro o Salvini, Orbán o…


Nota: El espectro catalán de medios de información, es diferente. No obstante, sí hay un medio más o menos comparable: El Nacional, un diario digital nacido el 2016. El uso de titulares suele ser despectivo y/o denigrante respecto a lo español, teñido a menudo con matices de burla. Es cierto que muchos de estos titulares se acercan más a la técnica de provocar el click en la noticia, para generar tráfico en la web, pues, a posteriori, muchas veces el artículo no acaba de reflejar lo que se prometía. Sin embargo, esto no evita señalar el uso de un vocabulario basado en la negatividad de lo otro o del otro. Pero, sinceramente, en prensa escrita (Ara, La Vanguardia, El Periódico, Avui), televisión (TV3) o radio (Rac1, CatRadio) creo que nada se acerca a las formas del triunvirato capitalino (ABC, La Razón, El Mundo), los canales como Antena 3 o Tele5, o de radio (la Cope). Tal vez sea por no seguir una línea histórica directamente ligada al fascismo capitalino, o a los intereses que se defienden a capa y espada y que se aglutinan alrededor de la corte… o tal vez lo vea así por los sesgos ineludibles que seguro alberga el que escribe este artículo.

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