Si un nuevo caso de corrupción deja en entredicho a una formación política, sus incondicionales acudirán de inmediato a la hemeroteca o a las tertulias televisivas –ricas, cómo no, también de incondicionales– para recoger munición. En cada reunión con familiares, amigos o compañeros de trabajo, los incondicionales repetirán esa retahíla de desvaríos para justificar a sus líderes. No tienen opinión propia, los incondicionales; la tienen subarrendada, externalizada, cautiva, porque lo importante, a fin de cuentas, es aparentar que uno lleva la razón o, cuando menos, que uno tenga la última palabra.

Esto no es tan distinto del deporte nacional: ganar a toda costa, aunque sea en el último minuto y por penalti injusto. Callar bocas, que se dice.

Los debates binarios o antitéticos son los más apetecibles. Gurtel o Eres. Errejón o Iglesias. Susana o Pedro. Constitucionalistas o antisistema. En la calle o en las instituciones. Españolismo o independentismo. Y así con todo.

Sólo dos opciones planteadas y que el personal se posicione en la trinchera que más le provoque (o le convenga). La realidad se expresa, cada día, de esta forma antitética en los medios de comunicación de masas. ¿Por qué motivo? Porque nos conocen bien, admitámoslo ya de una vez. Saben que somos un país de incondicionales. De forofos, si lo prefieren.

No me fío de los consensos lingüísticos sobre todo cuando se instigan desde el discurso político

Cuando una palabra se pone de moda suelo ser cauteloso. No me fío de los consensos lingüísticos sobre todo cuando se instigan desde el discurso político. Sin embargo, la palabra cuñado -o cuñadismo- me parece útil. Todos entendemos a qué nos referimos cuando alguien la utiliza, sobre todo en estas fechas pre-navideñas. Pero quisiera hacer una puntualización para preservar mis acostumbradas cautelas: casi todos tenemos un cuñado, aunque olvidamos con demasiada ligereza que también todos somos cuñados de alguien.

Hay, cómo no, incondicionales de la antipolítica. Incondicionales del todos son iguales o del eso ya lo dije yo hace tiempo. Personas que hacen una constante enmienda a la totalidad y que son verdaderos forjadores de pesimismo. Sin embargo, si se los escucha atentamente, queda de inmediato en evidencia que son igualmente forofos de una opción concreta. Juegan al espionaje entre trincheras pero van disfrazados con gabardina y lentes oscuras. Se les ve venir de lejos, pero les encanta dar la brasa. Su particularidad es que no elijen el discurso oficial de los incondicionales radiofónicos o televisivos. Van de outsiders, pero sólo porque vigilan su fortaleza desde fuera, como perros vigía.

Cuando los líderes hacen autocrítica –ha ocurrido alguna vez, aunque cuesta incluso recordarlo– los incondicionales respiran aliviados. De algún modo, esa autocrítica momentánea –ciertamente matizada– es la propina que reciben los fieles por sus servicios en defensa de lo indefendible. Todo el mundo se equivoca, repiten entonces. Hasta el mejor escriba hace un borrón. Somos humanos. Etcétera. Los incondicionales de la moderación callan de forma cómplice ante las injusticias. Los incondicionales de la intransigencia sólo se alimentan de odio. Hay incondicionales en todos los ejes y para todos los gustos.

Sin embargo, todo este discurso no sería más que una generalización propia del cuñadismo imperante si no viene acompañada de una conclusión, de una propuesta o de un consejo.

Sean exigentes con la información que consumen. Eviten las tribunas que sólo repiten argumentarios de partido. Vigilen a los suyos y júzguenlos por sus actos, sin comparaciones legitimadoras: por favor, es importante que no caigan en la tentación de compararlo todo; cada cuestión tiene su propia entidad e importancia. Adquieran una visión más global de las cosas, sin perder de vista los detalles. Magnificar lo pequeño o despreciar lo cotidiano suele ser otro síntoma de este esquema de pensamiento que tanto me aburre, si les soy sincero.

No confundan estas ideas que aquí les expongo con el desapasionamiento. Nada más lejos de mi intención. Es más: sean ustedes incondicionales si así lo desean, pero incondicionales de su propia coherencia.

Aunque les duela.

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