“Los gatos tienen la facultad de contemplar un secreto que los humanos desconocemos”

Edgar Borges presenta en ‘Ser gato’ un asombroso y bello experimento literario que conforma un todo sobre la búsqueda incansable de la infancia como paraíso perdido mientras alienta “mantener viva la capacidad de salto” para evitar cualquier domesticación

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El escritor venezolano afincado en España desde hace años Edgar Borges. Foto: Camila Borges.

El felino más universal por excelencia desde la noche de los tiempos llevado a la categoría de metáfora vital para intentar explicar muchos de los misterios a los que el ser humano no halla sentido alguno. Edgar Borges, escritor caraqueño (1966) afincado en España, lo utiliza como “una evocación a la infancia; el difícil intento de un adulto por recuperar la imaginación de la niñez”. Pero Ser gato (Altamarea), con ilustraciones –preciosas– de Fría Aguilar, es mucho más que todo eso. Es un libro bello al que rápidamente se le toma el mismo cariño y apego que a cualquier animal doméstico por la compañía y los sentimientos sinceros y primigenios que transmite, además de abrir una puerta insondable hacia sensaciones imperceptibles en busca de respuestas a preguntas universales.

¿Qué artefacto literario es Ser gato? ¿Poesía, narrativa, ensayo…? ¿Nada de todo lo anterior?

Un poco de todo y otro poco de nada. Ser gato es ante todo una necesidad de liberar el instinto, el punto místico que me nos vincula con la naturaleza. En ese intento no podía pensar en géneros ni en tendencias editoriales. Lo esencial era retar mis propios paradigmas, dejar fluir las intenciones y pasarla bien. Para lograr esta idea tuve el placer de contar con las ilustraciones de Fría Aguilar, una enorme artista santanderina que a través de siete ilustraciones dialoga y baila con los textos.

“Quién pudiera dormir y despertarse gato”, desea al comienzo de su nuevo libro. ¿Por qué?

Bueno, te podría decir que ese es el deseo del narrador personaje, pero la otra parte de la verdad es que, en muchos momentos, también a mí me gustaría despertarme gato. El porqué del narrador hay que buscarlo en la historia, mientras que el mío tiene que ver con mi aspiración de poder acceder a espacios invisibles. Creo que los gatos tienen la facultad de contemplar un secreto que los humanos desconocemos. Quizá por ello pasan horas indeterminables contemplando un punto que nuestra comprensión no alcanza. Los gatos saben algo que los humanos ignoramos.

Desde los antiguos egipcios, pasando por escritores contemporáneos como Beckett, Cortázar, Capote o Borges, el poder de atracción que ejerce este felino sobre el hombre es un misterio insondable. ¿A qué cree que se debe este fenómeno?

El gato tiene acceso a un espacio distinto al material. Ese acceso también lo ofrece la literatura y todo el arte. Es como una puerta abierta a un camino de posibilidades. El gato es un ser que dispone de la facultad de estar en varios mundos a la vez, el nuestro y otros que desconocemos, quizá por saturación de mensajes. La literatura es una fuerza que también permite la realización de viajes inmateriales. Tal vez de ahí venga esa afinidad entre el gato y la literatura. Quien conviva con gatos sabrá el gusto que sienten por echarse entre libros, por ejemplo.

“La literatura es, ante todo, un suelo que se abre, un golpe certero a las cuatro paredes del aprendizaje”

Reflexiona Ser gato sobre el bien más supremo del que disfruta este animal domesticado en su día a día: la libertad entendida en su plenitud. ¿Realmente es este felino un ser libre o también tiene ataduras al vivir atrapado entre sus instintos más primigenios?

Sería atrevido de mi parte responder si el gato es libre. Lo creo libre comparado con nuestras ataduras humanas. De hecho la historia del libro se plantea ese punto de comparación según la mirada de un sujeto que se siente prisionero. En cuanto a la domesticación, no estoy muy seguro si este felino haya aprendido nuestras normas o simplemente nos haya puesto a observar las suyas.

Este bello, breve e intenso libro tiene mucho de artefacto evocador y defensor de lo nostálgico, de tarro de las esencias de una infancia convertida en paraíso. ¿Es así?

Sí, el libro es ante todo una evocación a la infancia; el difícil intento de un adulto por recuperar la imaginación de la niñez. La historia acontece desde la frustración de un adulto que quiere ser gato para aprender a saltar, de nuevo, como antes, cuando de niño nadie lo miraba mal por jugar. El hombre que pide a gritos que le dejen cerrar los ojos para recuperar el paraíso que perdió.

¿Por qué ha decidido romper con los géneros establecidos para expresar sus pensamientos de forma tan diferente como lo ha hecho con Ser gato? ¿De dónde surgió esa necesidad?

Surgió de un aburrimiento terrible que me viene produciendo la idea de que el libro es solo un producto de entretenimiento. Entretener es importante, una necesidad incluso, pero no es el único fin de la literatura. La literatura es, ante todo, un suelo que se abre, un golpe certero a las cuatro paredes del aprendizaje. La literatura por naturaleza ha sido rompedora, una inconformidad constante ante lo real. ¿Cómo es que ahora se convierte en una fábrica de argumentos que convalidan la versión de realidad del poder?

El confinamiento por la pandemia ha sido probablemente la chispa que prendió en usted para desarrollar estas reflexiones en torno al concepto de libertad. Pero, ¿no hay en este libro también mucho de experiencias más o menos vividas o sentidas sobre su país de origen?

Si bien no se sabe todo aquello que de la memoria termina fluyendo a la hora de escribir, racionalmente te respondería que en este libro no hay nada vinculado con un punto geográfico en particular. Más bien tiene que ver con la inconformidad de un individuo ante los espacios clasificados del mundo.

Dice el felino en un momento determinado de su libro: “Si tenía siete vidas, una me la quitaron cuando me impidieron vagabundear”. ¿Caer en la domesticación es el principio del fin del sentido de la libertad?

Domesticar es una palabra horrible, igual que obedecer. Hay que hacer todo lo posible, y un poco de lo imposible también, por mantener viva la capacidad de salto. Ante una línea, saltar; ante la última palabra, saltar. Ante el fin del camino, saltar. Siempre saltar hacia distintos puntos y siempre con la diversión como resorte. No hay nada que amargue más a los domesticadores que la diversión.

Termina su libro con una bella reflexión en torno a las siete vidas del gato y a lanzarse al vacío sin saber cuántas vidas te quedan. ¿Hay que ser valientes para hacerlo con el fin de lograr la libertad, o simplemente sólo cabe esa posibilidad para los felinos?

La capacidad de riesgo debe estar presente en todas las formas de vida, lo contrario sería aceptar ser un muerto ambulante.

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