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Los ejércitos rusos se estancan y Putin prepara un ataque feroz sobre Kiev

El Kremlin ha fracasado en su plan de ganar la guerra con una invasión rápida

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análisis

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Putin ha calibrado mal sus fuerzas y ahora está a punto de ver cómo su poderoso ejército embarranca en medio del barro y la nieve, tal como en su día le ocurrió a otros dictadores con ínfulas de emperador como Napoleón y el propio Hitler.

Dos semanas después del inicio de la invasión, los rusos han quedado estancados en todos los frentes. El Kremlin pensó que una guerra relámpago sería suficiente y que en unos pocos días sus tropas brindarían victoriosas en Kiev. Sería un paseo militar donde las ciudades ucranianas irían cayendo una tras otra como piezas de dominó. No ha sido así. Hoy la capital de Ucrania resiste y sus habitantes no solo han sido capaces de organizar una defensa numantina haciendo acopio de víveres y medicamentos para soportar varias semanas más sino que han logrado reforzar su ejército con milicianos extraídos de la población civil y voluntarios de las brigadas internacionales llegados de todos los rincones del mundo. Más de dos millones de personas han preferido quedarse en sus casas antes que emprender el éxodo de refugiados a la Unión Europea. Por la noche se ocultan en los túneles del metro convertidos en improvisados refugios antiaéreos. Por el día hacen una vida lo más normal que pueden, ayudan a sus vecinos y colaboran en la defensa de la ciudad.

Maestros de escuela, deportistas, funcionarios, gente que nunca había empuñado un arma, se ha alistado voluntariamente, de la noche a la mañana, para defender su tierra ante el asombro del resto del mundo. Los primeros días se entrenaban con escopetas de madera. Hoy ya cuentan con armamento sofisticado enviado por los países occidentales y Estados Unidos, un material que está resultando clave para que los ucranianos puedan hacer frente a los ejércitos implacables de Putin. Fusiles, ametralladoras de gran calibre, minas, granadas antitanque, misiles tierra-aire de fácil uso y capaces de derribar aviones han servido para convertir Kiev en un fortín que parece inexpugnable. Hasta el ejército más poderoso del mundo (y el ruso lo es) sentiría auténtico pavor al tener que adentrarse en semejante trampa urbana, un escenario de calles sin salida, guerrilleros bien pertrechados y francotiradores que cada vez se parece más a Stalingrado, la tumba de los ejércitos nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Conquistar Kiev no saldrá gratis, costará muy caro, probablemente varias decenas de miles de soldados.

Hoy la anunciada ofensiva sobre la capital sigue retrasándose. La bravura y capacidad de resistencia de los kievitas ha sorprendido a Putin y es solo comparable a la de aquellos madrileños que durante la Guerra Civil española hicieron frente a las bombas de la aviación fascista levantando barricadas y colgando carteles con el célebre “No pasarán”, un grito orgulloso recuperado por la sufrida población de Kiev. Los salvajes ataques rusos de estos días contra instalaciones civiles de Mariúpol y Jersón (hospitales y escuelas) no pueden interpretarse de otra manera que no sea como el fruto de la impotencia y la frustración de Putin, que ha dado orden de disparar indiscriminadamente contra la población civil, sembrando el terror y causando el mayor número de bajas. El genocidio siempre es la expresión última de un general acorralado que ve cómo pierde la guerra.

La imagen de ese convoy ruso de más de 60 kilómetros de largo parado a las puertas de Kiev denota que las cosas no van bien para el Estado mayor putinesco. De manera inteligente, los ucranianos han aprovechado el armamento donado por las potencias occidentales no para enfrentarse cara a cara con los tanques enemigos sino para, mediante acciones rápidas típicas de guerra de guerrillas, interceptar y destruir los convoyes de logística, combustible y transporte de suministros encargados de llevar provisiones al frente. Y ahí siguen los camiones y carros blindados rusos, varados, apelotonados unos sobre otros como chatarra inservible sin poder moverse.

Mientras tanto, los comandos ucranianos hostigan a la maltrecha columna rusa con constantes operaciones de castigo, nocturnas y diurnas, que no dejan un solo minuto de descanso a los invasores, unos soldados cada hora más cansados, asustados y desmoralizados. El listado de bajas aumenta por días y si es cierto que el Kremlin está dando a sus soldados comida caducada hace siete años la derrota está más que asegurada. Esa infamia unida al hecho de que hablamos de jóvenes militares que han sido enviados al frente engañados y arrastrados por los delirios de grandeza de su líder, sin que sus familias sepan que han sido movilizados, no augura nada bueno para la aventura de Putin. Ni siquiera la noticia de que van a llegar 16.000 mercenarios sirios y chechenos parece servir, de momento, para enmendar el curso de la guerra.

Los vídeos de jóvenes rusos capturados por las fuerzas ucranianas (esposados, llorando y pidiendo ir a casa con sus madres) se propagan por las redes sociales como la pólvora. Siempre teniendo en cuenta que la propaganda de uno y otro bando impide conocer los hechos y los datos reales, las cifras que nos llegan hablan de 2.000 soldados rusos muertos desde el inicio de la invasión; más de 300 carros de combate interceptados; varias decenas de vehículos blindados de infantería inutilizados; y aviones y helicópteros abatidos.

Sin duda, Moscú ha cometido el fallo de subestimar al rival y de no preparar bien sus planes de ataque. “Solo te pueden vencer tus propios errores”, decía Sun Tzu en El Arte de la guerra. La prepotencia y el exceso de confianza son los peores enemigos del guerrero. En las últimas horas, y por primera vez en dos semanas, en el ejército ruso empieza a cundir la idea de que la invasión puede fracasar. El miedo se propaga entre los batallones rusos, los oficiales aduladores le dicen al dictador lo que quiere escuchar y la información que se transmite al Kremlin es cualquier cosa menos un parte realista de guerra. Los informes se corrigen antes de que lleguen al Estado Mayor moscovita, ningún general se atreve a contradecir al tirano o a mostrarle la verdad con toda su crudeza. El Pentágono empieza a filtrar que Rusia no dispone de material ni tropas suficientes para lograr los objetivos militares. Moscú pide ayuda a China. En la retaguardia, el pueblo ruso sufre los estragos del bloqueo y las sanciones. Una guerra larga sería la tumba de Putin. El tirano lo sabe, de ahí que una ofensiva contra Kiev parezca ya inminente.

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