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Los ataques de ira incontrolada de Casado empiezan a ser preocupantes para la democracia española

El jefe de la oposición sacó lo peor de sí mismo durante el debate de ayer en las Cortes

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análisis

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Pablo Casado le ha perdido el respeto al Parlamento. Es lo que tiene andar de francachelas políticas con la extrema derecha, que al final se acaban contagiando las formas, las maneras, los tics. Su actuación de ayer en las Cortes fue sencillamente denigrante y debería enseñarse en las universidades como ejemplo de política basura. Contemplar a un señor desaforado y faltón desgañitándose en el atril y lanzando insultos a diestro y siniestro, entre aspavientos y gotículas de saliva brotándole de la garganta, dice muy poco del hombre que pretende gobernar España algún día. Alguien debió ofrecerle un Valium 5 y un vaso de agua al eterno aspirante a presidente.

Desde el primer momento se presentía que Casado venía con ganas de refriega. La campaña electoral en Madrid va viento en popa con una Isabel Díaz Ayuso disparada en las encuestas y no era cuestión de perder terreno respecto a su telonero Vox. Así que nada más tomar el turno de palabra, el líder conservador dio rienda suelta a su bilis contra Pedro Sánchez: “¿Usted quién se cree que es?”; “¿No se le cae la cara de vergüenza?”; “¿Cómo tiene la desfachatez de venir aquí? Un poco de respeto a la cámara”; “Viene con la chulería de un gobierno insensible e incompetente”. Si este es el estadista que dice liderar la derecha moderada de este país, apaga y vámonos. Con semejante derecha gamberra y carpetovetónica, Santiago Abascal no tiene sitio en el mercado.

Pero más allá de que la sobreactuación forme parte del manual parlamentario trumpista del principal dirigente de la oposición, habría que preguntarse qué pasó ayer para que viéramos al peor Casado que se recuerda, al Casado más brusco, áspero, tosco, basto y rudo. Dejando al margen cuestiones personales (todo el mundo tiene un mal día en casa y lo paga con el compañero de oficina) en ese análisis, sin duda, habría que incluir que las encuestas nacionales no terminan de despegar y remontar el vuelo en el PP. El líder popular es más de analizar cómo van los sondeos que sentarse a estudiar los problemas reales de España (una tarea ardua y tediosa que exige muchas horas de trabajo) y cuando las estadísticas no le cuadran, cuando los números demoscópicos no le salen, se pone furioso, monta en cólera, se remanga y acude a la Cortes como ese boxeador que necesita desfogarse en el punching-ball del gimnasio.

Otro factor que puede estar quemando por dentro a Casado es el éxito de su delfina Isabel Díaz Ayuso. La presidenta madrileña nació como juguete o pasatiempo divertido, como invento pasajero para que los españoles se entretuvieran un rato con ella y dejaran de hablar de la corrupción del PP, de Bárcenas, de la caja B del partido, de la Gürtel y la policía patriótica. Pero curiosamente ha ocurrido que la muñeca Pepona, la discípula aventajada, ha sido una puñetera bomba, un boom, y ha oscurecido a su padre y mentor, haciéndose realidad otra vez el clásico mito de Pigmalión. El Pinocho mecánico, con su gracejo innato y su habilidad para decir insensateces y burradas, va camino de cosechar mucho más éxito que el propio Gepetto, y eso ha debido despertar el recelo del jefe, que ya no ve con los mismos ojos a su pupila.

Ayuso va a ganar de calle en Madrid, según todas las encuestas, y eso es bueno para el partido pero malo para Casado, que ve peligrar su liderazgo. Es evidente que el engendro trumpista marcha solo como un androide bien engrasado e infalible, IDA se le ha ido, por decirlo de alguna manera, y esa competencia es negativa para alguien que pretende perpetuarse solo en el poder. Una vez más, aparece la frustración y el miedo, de ahí los ataques de rabia y furia incontrolables que le entran al dirigente de la oposición, que a veces se comporta como una niña del exorcista a punto de soltar un esputo verde contra Sánchez.

Y por último conviene no perder de vista un tercer factor que puede contribuir a provocar los abscesos de furor del aspirante a la Moncloa: estamos en plena campaña electoral y eso siempre es un chute de adrenalina, una droga, dinamita para cualquier político con modales populistas. Un proceso electoral transforma a todo el que se ve inmerso en él, lo cambia por completo durante un tiempo en un extraño fenómeno de Jekyll y Hyde, y Casado está pasando ahora por la fase aguda, esa en la que al paciente le salen pelos de oso, se le alargan las uñas y la voz se le vuelve animalesca y gutural. Como decimos, el mal suele ser pasajero y remite en cuanto han pasado los comicios y todo vuelve a la normalidad.

Si hay algo que un político no debe perder jamás es la compostura y en las democracias modernas y avanzadas, donde las clases medias moderadas deciden los gobiernos, todo líder que se deja llevar por la histeria y el ansia de poder está abocado a la marginalidad y al fracaso. Además, el mal es contagioso, y el lugarteniente de Casado, Teodoro García Egea, también presenta síntomas de un cuadro agudo similar. Ayer no pudo reprimirse a la hora de tildar de comunista a Yolanda Díaz y sacarse de la manga 6 millones de parados, un bulo que no se sostiene. La vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo, que es una señora fetén, educada e inteligente que sabe mucho más de todo que el atildado secretario popular, le respondió con una elegancia poco común en la fauna política española: “Presumo que los dirigentes del PP no manipulan los datos del paro. La cifra es de 3.940.640”, y acto seguido le recordó que España solo superó la fatídica barrera de los 6 millones de desempleados en 2013, precisamente con el Gobierno de Mariano Rajoy. En ese momento, a Casado le dio otro telele que pedía pastillita y camisa de fuerza.

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