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Lolailo

Miguel Ángel Cerdán
Miguel Ángel Cerdán
Licenciado en Historia. Profesor de Secundaria en la enseñanza pública. Articulista en diversos medios digitales e impresos de la Comunidad Valenciana.
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análisis

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Primero fue la LOGSE, luego la LOCE, después la LOMCE, ahora la LOMLOE, y a este paso acabaremos con la LOLAILO. Lo de Lolailo es una broma, o no, visto lo que le importa la Educación a la Industria política de este país.

Reconozcámoslo; la inmensa mayoría de la Comunidad Educativa de este país, empezando por el profesorado, se toma poco en serio, y como un desastre inevitable pero de efectos limitados en el tiempo, la nueva Ley que inauguramos este curso, la quinta en treinta años, la dichosa LOMLOE. Y es que cualquiera que no sea un fanático o alguien que viva del tema sabe que esta nueva Ley educativa durará exactamente un curso. En cuanto haya elecciones generales y se produzca un cambio de Gobierno, algo que las Encuestas y cualquiera que entienda algo de sociología y sea mínimamente objetivo dan por descontado, se derogará inmediatamente esta LOMLOE. Como han hecho sistemáticamente primero Aznar, luego Zapatero, luego Rajoy y ahora el señor Sánchez. Lo que no sabemos es si lo que venga después será mejor o peor, aunque lo más probable es que oscile, como las anteriores Leyes Educativas que ha padecido nuestro país desde 1990, entre lo malo y lo pésimo. En lo que PP y PSOE, y la demás Industria política de nuestro país estarán, como están y han estado, de acuerdo es en que nuestro país siga a la cola de Europa en financiación de nuestro sistema educativo, o en invertir en Educación un 20 % menos en relación al PIB  que la media de la UE. Ese es el verdadero “Consenso Educativo” que hay en nuestro país. El otro es encargar la elaboración de estas Leyes a desertores de la tiza, gurús que huyen del aula y expertos en nada que no sea escaparse de dar clase. Y el “Disenso” acordado por supuesto no es otro que elaborar Leyes para enardecer a sus respectivas parroquias, a sus paniaguados y demás, y por supuesto centrar la atención en disputas artificiales y en su mayor parte ridículas que entretengan al personal y que oculten lo esencial.

Es lo que hay. Y confieso que a mi edad y tras más de 27 cursos como docente, lo único que espero es que la cosa no empeore mucho más, y que se mantenga un mínimo de sentido del ridículo. En su momento me hubiera gustado que los que de verdad entienden de esto, que los que están a pie de aula, los docentes, hubiesen elaborado una Ley educativa. Que ésta se hubiese aprobado por consenso y con el suficiente nivel de inversión para al menos igualarnos a la media europea. Ahora sé que eso es una utopía, algo inalcanzable. Pero como siempre, los docentes resistiremos y sacaremos esto adelante. Siempre lo hemos hecho. Y no queda otra. Por nuestros alumnos.

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