Parece que a los políticos les tiene que gustar el futbol, amar al equipo de su pueblo, salir en Semana Santa detrás de un paso, a ser posible con un báculo, disfrazarse en Carnaval o participar en la correspondiente romería. A ello siempre habría que añadirles que sean graciosos y de buen porte.

No me refiero a nadie en particular, pero cada vez veo el “postureo” más generalizado, enquistado. Te ofrezco esto, pero si no te gusta, tengo otra medida que seguro te agradará, …y dos huevos duros, al estilo de Groucho Marx.

Lo que ocurre realmente es la degradación de eso que llaman Democracia, así, con mayúsculas, la que supuestamente atribuye la titularidad del poder a la ciudadanía, cuando en realidad todo se reduce a introducir una papeleta en una urna cada cuatro años. El papel del ciudadano, en ese teatro, se ha resumido en sentarnos en un butaca para ver pasar los discursos prometedores de unos y las críticas implacables de los que se les oponen. Pero no se preocupen, que la sangre no llega a ninguna parte, se trata de un paripé, luego los unos y los otros se saludarán, se repartirán dietas y parabienes y sin sonrojarse, volverán a sus casas, donde los problemas reales no tienen mucho que ver con lo que ellos supuestamente defienden.

El escenario de los mítines nunca ha sido más teatral, o si acaso televisivo, ya no hace falta llenar una plaza de toros o un polideportivo de barrio, basta con salir rodeado, preferiblemente de gente joven y guapa detrás, en unos minutos del telediario. Los platós políticos son reducidos, minimizando costes y esfuerzos del busto parlante, total qué más da, para qué llenar un espacio donde sabes que todos te van a votar, que han venido en el autobús desde el pueblo, con el bocadillo y la banderita. Y detrás de los figuras se encuentran los que preparan al candidato o candidata, el control adecuado del sudor, el morenito pero sin pasarse, la camisa blanca remangada con su vaquero, y nada de hablar de cosas concretas, el mensaje es tocar la sensibilidad del oyente “vamos a volver a ser lo que éramos”, “este país te necesita”, “hay que buscar aquello que nos hizo grandes”… y tu aplaudes como si te estuvieran llevando en volandas hacia un futuro prometedor.

Fue la canción de Olga Guillot la que me llevaba machaconamente a dejar de militar, entonces, en una organización política, después de quince años. Lo había vivido por dentro, sabía que nada de lo que se decía se hacía. Concreto lo anterior: no creo que Pedro Sánchez vaya a llevarnos a la izquierda, y mucho menos, que is gobierna, retome el camino del reformismo o de lo que fuera la socialdemocracia sin claudicar ante el liberalismo como lo hicieron los últimos gobiernos del PSOE (ojalá me equivoque). 

El puño, la banderita republicana y la Internacional a nadie se le escapa que es sólo parte del attrezzo. También se me tambalea la imagen de los nuevos políticos que salieron del 15M, donde vuelvo a ver ese teatro de enfervorizados «aplaudientes» que perdonan todo lo que dice el líder, aunque hablemos de una medalla a una virgen, o una moción de censura destinada al fracaso más inevitable. Mientras, el del puro, se va a ver el fútbol, que queda muy bien. Y todos contentos. 

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