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Lo que no va a pasar. La autocrítica rupturista que hace falta en el Psoe

Daniel Martínez Castizo
Daniel Martínez Castizo
Historiador y antropólogo. Investigador y divulgador del patrimonio salinero
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análisis

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Todas las encuestas dan como favorito para ganar las elecciones generales del próximo 27 de abril (al menos en lo que a intención directa de voto se refiere), al Psoe que dirige Pedro Sánchez. Esto quiere decir que, una vez más en la historia del Estado español, dicho partido va a ser determinante a la hora de formar gobierno y gestionar la crisis de un régimen que necesita ser transformado para dar solución a los problemas de la clase trabajadora. Pero ¿puede el partido que ha creado y moldeado el régimen oponerse a sus pilares fundamentales para cambiarlo?


 

Una vez más el PSOE vuelve a ser la fuerza política de izquierdas –calificada así por los mass media y reconocida como tal por el común de la sociedad, grupos conservadores y de extrema derecha–, con mayor apoyo de cara a unas elecciones. La hegemonía de este partido se viene repitiendo desde que en 1977 pasara a convertirse en el principal partido de la oposición a UCD, (desbancando así al PCE del centro mediático de la izquierda), tras las elecciones para la configuración de las Cortes Constituyentes.

El poder político del PSOE se hace potencialmente efectivo tras la aplastante victoria electoral de los comicios generales que tuvieron lugar en 1982. Desde esa fecha y hasta la puesta en escena del efectivo sistema bipartidista en 1996, momento en el que el PP de Aznar llega a la Moncloa, Felipe González y sus barones controlan a su antojo todo el territorio del Estado gracias a que, en otros tantos procesos electorales de ámbito Local o Autonómico, también se hacen con los respectivos gobiernos de forma directa o con el apoyo de otros partidos progresistas y de izquierdas.

La capacidad del PSOE para hacer y deshacer era tal que se puede resumir perfectamente en la “eufórica” (para algunos arrogante o prepotente), actitud de Alfonso Guerra cuando dijo que “a España no la va a conocer ni la madre que la parió”. No obstante, y pese a contar con el apoyo de intelectuales y grupos de izquierdas, lo que el PSOE hizo no fue hacer irreconocible a España sino, más bien, continuar con el camino iniciado por el establishment durante el franquismo para incorporar todo el territorio a la moderna economía de mercado y el sistema democrático liberal.

A estas alturas del régimen no es ningún secreto que la victoria del PSOE en 1982, un partido de izquierdas que bien podría hacer temblar el proyecto de Transición ideado por las principales potencias europeas y EUA –como se bromeó con la película de Mariano Ozores “Que vienen los socialistas” o, de forma mucho más acertada y brillante, “Nacional III” de Berlanga–, no fue casual y respondió, más bien, a la seguridad que el poder económico y político tenían de que sería un instrumento muy útil para aplicar una serie de reformas que, si fuesen ejecutadas por un partido conservador, bien podrían poner en pie de guerra a la clase trabajadora hasta hacer inviable dicho proyecto.

Tampoco es ningún misterio que, los sucesivos gobiernos de Felipe González, pusieron los intereses y beneficios de los representantes de las rentas del capital por encima de la clase trabajadora a través de un proceso que fue conocido como el de “cultura del pelotazo económico”. Los suculentos procesos de privatización de empresas y sectores estratégicos, la permisividad hacia la especulación financiera y urbanística, así como la decidida apuesta por hipotecar el patrimonio natural por el bien de los intereses de las transnacionales europeas, convirtieron el Estado español en uno de los botines más preciados de la futura Unión Europea.

Y frente a estas actuaciones que provocaron huelgas generales y manifestaciones en contra de las políticas neoliberales, el PSOE respondió con el Estado de Derecho (reprimiendo y encarcelando), y una batería de Reformas Educativas (acabando con la posibilidad de crear conciencia crítica), que neutralizaron cualquier movilización u organización de la clase trabajadora. De esta forma, para cuando el PP de Aznar accedió al poder político, el camino ya estaba más que allanado con una dirección que ningún presidente –tanto Zapatero, como Rajoy o Pedro Sánchez hicieron lo marcado por la UE–, necesitó o atrevió a modificar.

No obstante, la crisis de régimen iniciada en 2008 se presentó como una oportunidad para devolver el poder a la clase trabajadora e iniciar un proceso de transformación del Estado. Ello suponía cuestionar y enfrentarse a los pilares básicos de la Transición (Ley de Amnistía; Pactos de la Moncloa; Monarquía; organización territorial; sistema electoral bipartidista y el libre mercado), del que ya se han ido desmarcando algunos partidos de izquierdas y que, por ahora, sigue defendiendo el PSOE de Pedro Sánchez.

Entonces, a menos de un mes de cumplirse 8 años desde aquel 15M que parecía poner en jaque todo el sistema, nos encontramos con un futuro panorama electoral en el que el PSOE, como no, volverá a ser determinante en la configuración del gobierno. Pero es que además, ya existe un precedente muy reciente de cómo sería un gobierno de PSOE con el apoyo de los partidos de izquierdas que aspiran a ser transformadores sin que, hasta al momento, se pueda sacar algo radicalmente positivo.

Queda patente, a no ser que se produzca un sorpresivo sorpasso, que el futuro del Estado español y sus pueblos va a seguir pasando por el PSOE que edificó y dio forma al régimen. Hasta que ese relevo hegemónico tenga lugar en el espacio electoral de “la izquierda”, las mínimas esperanzas de que el sistema comience a cambiar pasaría porque dicho partido haga una autocrítica de corte rupturista, asumiendo así todo lo que ha hecho contra la clase trabajadora para, de forma rápida, ponerse al servicio de la misma… casi ná.

Ahora bien, y a sabiendas de que la autocrítica rupturista es algo que en el PSOE no va a pasar (pese a la urgente necesidad), la izquierda transformadora que obtenga representación parlamentaria en el Congreso debe cuidarse mucho de llegar a acuerdos con Pedro Sánchez para, por una parte, no apartarse del horizonte del cambio de régimen y, por otro, no caer en la frustración inmediata que abre frentes internos innecesarios.

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