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Lo que aprendí del Bello Brummell

Jaume Prat Ortells
Jaume Prat Ortells
Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.
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análisis

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La estética moderna es hija de un loco sifilítico que murió arruinado y olvidado de todos con poco más de sesenta años. Sí, esto es un cliffhanger para arquitectos, que pensarán en Adolf Loos, el personaje que demostró que a la austeridad se llega por la vía del exceso, pero no. En realidad el maestro Loos se limitó a construir la obra de otro señor muerto noventa y tres años antes que él en idénticas circunstancias, si sustituyes la pederastia por la ludopatía como causa de ruina. Adolf Loos moría el 23 de agosto de 1933 con sesenta y dos años. George Bryan Brummell moría el 30 de marzo de 1840 con sesenta y un años. George Bryan Brummell sólo produjo una obra: él mismo. El título de esta obra: el Bello Brummell, más conocido como Beau Brummell. La historia, que es una cabrona, ha conseguido que una colonia diseñada expresamente para cuñados le quite el nombre a este individuo que, paradójicamente, odiaba profundamente los perfumes.

El Bello Brumell es el personaje clave para que el arte entre en la modernidad fijando el paradigma contemporáneo de la elegancia. El Bello Brummell es el creador del concepto del dandismo. Enfrentado a una corte que identificaba elegancia con aditamentos, ornamentaciones, colores, sobrevestidos, forros, perfumes, pelucas y maquillajes, reducirá la indumentaria a la mínima expresión. La base: la higiene personal. El Bello Brummell no se perfuma. Se lava. No se pone peluca. Se peina. No se pone guantes. Se hace la manicura. No necesitará otro ornamento que la corbata de Eton adecuadamente anudada. No necesita otros colores que el blanco, el negro y el gris. Desposeído de todo lo superfluo, el corte, la calidad de las telas, el lustro de las botas (conseguido a base de lavarlas con champán francés), y, por encima de todo, la conjunción de su indumentaria devendrán su marca personal. Rápidamente esta marca quedará convertida en el paradigma de la elegancia hasta hoy en día. Nuestra indumentaria, la manera de movernos, de comportarnos, de sentarnos, es decir, nuestra etiqueta, son la suya. Sin ningún tipo de variación. Giorgio Armani, Alexander McQueen o Yohji Yamamoto no son más que los herederos directos del Bello Brummell. Su preocupación por la indumentaria, por aquello que está en contacto con nuestro cuerpo, por aquello que nos relaciona de manera directa con los otros, es lo que define la civilización. Porque el vestido es la civilización.

Y el vestido es la arquitectura, porque la arquitectura siempre se ha vestido. Los criterios que visten la arquitectura moderna son los del Bello Brummell. No, no es casual que lo que más interesase a Adolf Loos, el padre de la estética moderna, fuese la moda. No es casual que el principal cliente de Adolf Loos fuese la sastrería Goldmann & Salatsch. Ni es casualidad que el emperador Francisco José, uno de los últimos guardianes de la estética rococó, mandase tapiar, enfadado, las ventanas de su palacio que miraban al edificio que Loos construyó en 1911 para estos sastres en el número 3 de la Michaelerplatz, Viena.

Fotos: Federico Cairoli.

Josep Ferrando, otro arquitecto muy interesado en la moda, ha completado el que es, a mi juicio, el mejor edificio de toda su carrera, el edificio Sáenz Valiente de la Universidad Torcuato di Tella de Buenos Aires, Argentina. Este edificio se puede definir como una estructura con el mínimo vestido posible para que sea considerada arquitectura, un vestido mínimo sin espíritu minimalista: un vestido mínimo que incorpora todos los elementos necesarios, sin falsearlos ni esconderlos tras juntas o paredes, dejándolos a la vista sin aditamentos ni sobreañadidos, sin plumas ni perfumes. Lo que hay es lo que se necesita para que el edificio pueda ser un edificio: puertas, ventanas, carpinterías, goterones, gárgolas, etcétera. Lo que hay, sin esconderse, se trasciende y se transforma en arquitectura plena. Justo como hacía el Bello Brummell.  

En Suramérica el título de arquitectura no ha surgido, como en Europa, de las facultades de Bellas Artes. En Suramérica la formación del arquitecto sale como una extensión de la ingeniería. La carrera de arquitecto en Suramérica no es arte aguantado. Es estructura trascendida. Y es esta la razón por la que la mejor arquitectura suramericana, tan diferente de la europea, tan apreciada aquí sin terminarla de entender, se exprese a partir de un atrevimiento estructural que en Europa puede llegar a parecer de mal gusto. Mientras que en Europa una casa se realiza aguantando una distribución, en Suramérica una casa se realiza cubriendo la superficie necesaria con los mínimos elementos estructurales posibles (es decir, mediante el empleo de grandes luces) para gestionar el espacio cubierto a posteriori. Por eso es tan sencillo encontrar casas con luces estructurales de 15 metros o con grandes voladizos.

Fotos: Federico Cairoli.

Fijarse en la estructura, trabajar con ella, concebir el edificio desde este elemento es la mejor manera de trabajar con el lugar que se podría hacer para emprender este proyecto. Y más: hasta donde sé cualquier arquitectura se aguanta con la estructura. Trabajar con ella, organizarla, decir las cosas más importantes a través de este elemento es llegar a la expresión plena de nuestro arte. Todo el entorno de este edificio, contando el propio campus de la Universidad Torcuato di Tella, está lleno de edificios que se expresan principalmente a través de su estructura. Especialmente si tenemos en cuenta que el edificio está a un cuarto de quilómetro de El Monumental, el estadio de River Plate, magnífica obra de los arquitectos Aslan y Ezcurra, una fantástica instalación para 70000 espectadores que es, también, una estructura vestida (literalmente) de domingo.

El edificio Sáenz Valiente está concebido con una carga de representatividad muy superior al del resto del campus. Es la pieza destinada a identificarlo. Es el embrión de su futuro desarrollo. Paradoja: La arquitectura en Suramérica se desarrolla partiendo de la ingeniería, pero, como en cualquier otro lado, el estilo al que tienden los edificios institucionales es el único y verdadero estilo internacional que existe: el clasicismo. Este edificio responde a esto mediante un planteo estructural adecuado. Liso y llano: el cuerpo sobre rasante se inscribe en un solar rectangular más bien alargado. Las fachadas largas del edificio son portantes y, entre ellas, se tienden unas vigas de gran luz. Esto repetido seis veces es el edificio. Las fachadas largas estructurales son una trama ortogonal de pilares y jácenas. Es juego que la define es sencillo: sobre una altura base de forjado, que se duplica para formar la planta baja, la fachada reduce tres veces su luz estructural. Si definimos el módulo entre pilares como el de las plantas superiores, la primera y la segunda tienen un módulo doble. La planta baja tiene un módulo triple del de las plantas primera y segunda. Es decir: la estructura es un árbol que, desde troncos potentes en planta baja, se ramifica hasta llegar arriba. Obviamente es un árbol abstracto, nada figurativo, la mínima expresión de un árbol. El lenguaje es el de los elementos constructivos y no hay lugar para metáforas. Esta dispersión de la estructura en altura y este aire vagamente vegetal son una de los dos guiños al clasicismo que encontramos en este edificio. Del segundo nos ocupamos luego. Y más: las vigas que atraviesan el edificio van perdiendo canto conforme vamos subiendo y se van duplicando. Cada vez que se duplican pierden 25 cm. de canto, de modo que las tres plantas superiores tienen más altura aparente que las dos de abajo, porque hay dos alturas de techo: la real, de 4,20 metros de forjado a forjado, y la aparente, definida por el plano virtual de las vigas. Todo este juego de medidas que define este sistema tan sencillo que podría dictarse por teléfono no tiene un origen abstracto, sino tan concreto como los edificios que lo rodean, galpones de 8,40 metros de altura con una preciosa estructura de hormigón armado. Es decir: el edificio Sáenz Valiente es, en realidad, un sistema hecho a base de relaciones concretas con el entorno: es, como sus vecinos, un edificio expresado a base de la estructura con el origen de su sistema en las dimensiones de la estructura de dichos vecinos.

Fotos: Federico Cairoli.

Un edificio, para que funcione, tiene que acabar bien. Acabar quiere decir llegar al cielo de una manera digna y entregase a los vecinos de una manera digna. La última planta de este edificio está vacía, formando una terraza. La última planta, casi toda entera al aire libre, necesita estar menos vestida que las otras. La desnudez significa aire, el mismo aire del cielo. El edificio, sin perder factor de forma, con una estructura densa, se entrega contra el cielo aire contra aire. Vacío contra vacío. Lateralmente el edificio vuela un módulo estructural entero. Un edificio clásico ha de tener esquinas para que lo sea. Este necesita estar en continuidad con los galpones. Solución: el edificio pierde la esquina en la planta baja para escapar lateralmente. El fuste clásico que forman las plantas superiores está suspendido de la nada.

En el interior: vestidos. Elementos añadidos a partir de la estructura. El segundo guiño al clasicismo es la escalera, una escalera abierta de buen recorrer que organiza las plantas nobles (y que no anula las escaleras de incendios obligatorias: ah, la normativa). A parte de la escalera, una planta de altillo colgada del techo de la planta baja. El resto: plementerías que van solucionando el programa de la manera más sencilla y económica posible y, cuando el edificio se destapa, plantas. El verde como relación con el cielo.

Me doy cuenta de que estoy terminando y todavía no os he contado lo mejor de este edificio. Lo hago: lo mejor que tiene este edificio es que no sé qué es. No sé para qué sirve. No sé qué programa tiene. No lo sé quiere decir no lo he querido saber, por supuesto. Y no lo he querido saber porque un edificio planteado con tal confianza en las dos armas principales de los arquitectos, la geometría y la estructura, puede ser cualquier cosa. Puede ser un aulario. Puede ser un edificio de administración. Puede ser una escuela de primaria. Puede ser una guardería. Puede ser una biblioteca. Puede ser un centro cívico. Pueden ser viviendas. Podría ser un hospital satélite COVID planteado sin parafernalias estúpidas. La cantidad de usos que puede soportar con eficacia y dignidad un planteo como este es, literalmente, inimaginable. La flexibilidad de los edificio no se comenta. No se enuncia. Se construye. Y este es un edificio absolutamente flexible. Tanto que ni tan sólo tiene un nombre basado en su función. Es suficiente nombrándolo como la persona que se ha querido homenajear. El planteo radical, la abstracción, las relaciones, han creado un organismo con una doble distancia al lugar: la nula que le da el enraizamiento a las dimensiones, a las proporciones de las estructuras vecinas, y la abstracta, la infinita que le da este uso sutil del clasicismo. No se necesita nada más para construir este sistema. El resto de la historia la harán sus habitantes.

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