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Lo que las banderas esconden

Araceli Adalid Botia
Araceli Adalid Botia
Nací en 1988, el año de la primera Gran Huelga General que paralizó España, y eso marca. Me gradué en Ciencias Políticas y de la Administración Pública y cursé un Máster en Comunicación Política mientras transitaba la precariedad laboral, que me resisto a abandonar. Lucho contra ella y contra otras injusticias porque mis padres me educaron en la sensibilidad social. Sindicalista y militante en Izquierda Abierta, vivo enamorada de la vida, aunque a veces duela.
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análisis

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La trucha arcoíris ha sido ilegalizada. Es ilegal, como lo era el referéndum catalán. Igual. Pero esto no abrirá telediarios, ni ocupará portadas de periódicos. Pasará a ser una pequeña parte del agujero negro informativo en el que se pierde todo lo que se nos oculta a la ciudadanía porque “carece de relevancia”. Y de lo que no se informa, sencillamente no existe. Los ríos y menús de todo el país van a cambiar, pero esto no es importante. Lo importante es un debate tan falso y absurdo como el circo mediático que le da validez y lo legitima, una versión remasterizada del esperpento de Valle-Inclán.

Y nos lo hemos tragado, todos hemos opinado, hasta nos hemos enfurecido. ¿Para qué? Para fortalecer una estrategia de las derechas catalana y española, ensalzando nacionalismos y sacando a pasear, bandera en mano, a los caminantes blancos, que sabíamos de sobra estaban esperando su momento para impregnar las calles del odio y la violencia que tanto echaban de menos. Mientras esto sucedía, la política, encaminada a la solución de los problemas de la gente, pasaba de largo.

La política pasaba de largo cuando, ya a título póstumo, Bruselas se lamenta por la inacción de la Comisión Europea y los Estados miembros ante los efectos del cambio climático, a pesar de las numerosas advertencias y quejas de expertos y científicos desde hace muchos años. Pero tenemos que ver a Galicia devastada por las llamas para ser conscientes de que los incendios son un problema de primer grado cuando octubre tiene un clima de auténtico verano. Debemos ver las cenizas de uno de los paraísos naturales más importantes de nuestro país para que cobren un poquito de importancia temas como la defensa del medio rural, las políticas de prevención o la despoblación y el envejecimiento de los paisajes rurales, pues no es el eucalipto el culpable de todo, aunque a veces sea fácil culpar de los problemas de gestión humana a las especies que se ven afectadas por ellas, independientemente de su origen. Ni que decir tiene que debemos darnos cuenta y reconocer que el monstruo del calentamiento global es, seguramente, el problema más importante al que nos enfrentamos, nos atrapa ya en sus fauces, sin prácticamente capacidad de reacción ni escapatoria.

La política espectáculo, por definición, no puede solucionar nuestros problemas graves, presentes y futuros, puesto que su finalidad es la misma que la de cualquier otro reality show: entretenimiento. Porque no hay un vínculo claro entre la realidad y su representación, entre lo que nos preocupa y su solución. Que hayan declarado ilegal a una especie que lleva con nosotros desde finales del siglo XIX conlleva un gran impacto medioambiental. En la alteración deliberada y sin fundamento del orden ambiental y animal jugamos a ser dioses, como si aún no supiésemos cuáles son los efectos de ese juego. ¿Por qué la ley va a determinar qué seres animales son legales e ilegales? Después de más de un siglo desde su introducción en nuestro país, ¿qué consecuencias puede tener en el medio natural? No hay ningún estudio serio y riguroso que aborde los motivos para tomar tan drástica decisión, aunque imagino que alguna cartera bien llena si los tendrá.

Pero la arbitrariedad legislativa en el plano ecológico es una bobada al lado de los problemas nacionalistas que nos afectan a todo y todas, y de los cuales también dependen vidas y ecosistemas. Todos los españoles no hemos visitado Cataluña en persona, pero qué español no ha visto una trucha en su casa. Sin embargo, los medios de comunicación no le darán ningún tipo de validez ni legitimidad a un debate que no sea el estipulado por unas élites económicas y políticas muy preocupados en tenernos muy entretenidos. Este proceder no es democrático, ¿por qué no se abren estos temas al debate público? ¿Por qué la agenda mediática decide por nosotros que las medidas medioambientales no le interesan a nadie, excepto cuando son culpables de catástrofes?

A ti que lees, ya te he robado demasiado tiempo con temas sin importancia. Sigamos con el circo, muchos payasos esperan su turno. El espectáculo debe continuar, The show must go on, y el paro, la precariedad, el terrorismo machista, la sequía o los efectos del cambio climático son actores secundarios con los que es mejor no contar, no vaya a ser que sus historias nos den por pensar.

En definitiva, con todo esto quería decir que pescar una trucha arco iris va a ser igual que fumarse un porro.

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