Vengo observando que los partidos de izquierda, que son los que me interesan –de los de derechas no se puede esperar nada-, imbuidos en el día a día, se dejan de lado la estrategia global haciendo hincapié en lo inmediato, lo perentorio. Actuando de esta forma, se corre el riesgo de caer en un pragmatismo que pueda llevarse por delante su ideología, lo cual, si se prolonga en el tiempo, puede llegar a ser más que peligroso.

No voy a censurarlos por ello, porque bastante tienen con lo cotidiano, pero echo de menos que, al menos de vez en cuando, reflexionen acerca de los problemas que tiene la Humanidad, que trascienden, en demasiadas ocasiones, de lo que se hace en los parlamentos nacional y europeo, y también de las actuaciones de los que tienen responsabilidades de gobierno.

No es difícil llegar a la conclusión de que los grandes problemas que tenemos como Humanidad son, en primer lugar, la destrucción continua y salvaje del Medio Ambiente. Así no podemos seguir, porque el fin del planeta está más cerca de lo que muchos se creen: el cambio climático es más que evidente; los plazos que se están poniendo para ir terminando con las emisiones de gases de efecto invernadero son claramente insuficientes; hay grandes ciudades Pekín, Shangai, y también Madrid, en los que el aire es irrespirable; la contaminación de ríos, lagos, mares y océanos va en aumento; la deforestación provocada por los incendios amenaza con dejarnos sin el oxígeno que necesitamos para seguir viviendo; y, por último, el liberalismo de doble moral, que defiende la libertad total del mercado y de la iniciativa privada, no para de ponerle trabas al desarrollo de las energías provenientes de combustibles no contaminantes, que es una de nuestras más importantes tablas de salvación que nos quedan para evitar una prematura catástrofe de dimensiones impredecibles.

El otro gran problema es el de la inmigración. De entrada, hay que decir que el comportamiento de los “países civilizados”, entre ellos España, está siendo deplorable: en lugar de aumentar los fondos de cooperación para que los países del Tercer Mundo puedan desarrollarse, haciendo que la riqueza mundial se reparta, están teniendo una actitud vergonzosa, permitiendo, intencionadamente, que países pobres, con pocos recursos, estén sufriendo auténticos holocaustos, como el de Siria, ante la inactividad, o lo que es peor, la actividad negativa, de los países que tienen en sus manos la solución: Rusia, Francia y un largo etcétera.

Pero poniendo la lupa en lo más cercano, España, es una vergüenza que un país de emigrantes como el nuestro, que a lo largo de su historia: en los finales de nuestra guerra civil, o en la década de los 60, muchos de nuestros compatriotas tuvieron que emigrar buscando lo que en su país no tenían, un trabajo digno y una vivienda suficiente, actúen ahora de una forma cicatera cuando son los que, en reciprocidad, deberían ser solidarios.

Este penoso escenario, que hace que algunos pongamos en duda la racionalidad del ser humano, sigue ahí, ¿dónde está esa globalización que todo lo iba a arreglar? No parece que las cosas vayan a cambiar al menos en un horizonte visible.

Pero lo más duro de aceptar es que la actitud de los que tienen las soluciones en su mano, sean víctimas de una ceguera de tal calibre que les impide ver que, o nos ponemos todos manos a la obra a resolver estos graves problemas, o nos estaremos haciendo el harakiri, si no nosotros mismos, a nuestras generaciones venideras.

¡Cuánto egoísmo!

 

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