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Liberarse de los prejuicios

" Ahora adapto parte de la cultura de la generación Z, usuarios de todo, propietarios de nada. Ahora, lo único que está a mi nombre es mi contenedor humano"

Gonzalo Osés
Gonzalo Oséshttp://www.gonzalooses.es
Soy abre puertas, se me da bien conectar necesidades con soluciones. Me rijo por tres frases: la de mi madre “la vergüenza pasa y el provecho queda en casa”; la de mi padre, “la persona más feliz es la que menos necesidades tiene”; y la mía, “para crear valor hay que tener valor”. En plan profesional, soy FEO (Facilito Estrategias Operativas), cofundador de Xaudable, conecto innovación con el mercado, mentor y docente en @eoi y @SEK_lab. Emprendedor con mi startup de comida rápida saludable. Autor libro “abre puertas, cómo vender a empresas”. Miembro de @Covidwarriors. En otras décadas organicé en IFEMA la feria Casa Pasarela y fui gerente de un concesionario oficial en Madrid de motos Honda. Licenciado en Dirección y Administración de empresas por CEU San Pablo, diplomado en diseño industrial por IED (Instituto Europeo Di Design), master de comunicación aplicada en Instituto HUNE.
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análisis

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Nacemos sin nada, y al morir no nos llevamos nada material. Entonces, ¿para qué hemos
codificado nuestra felicidad basándonos en acumular cosas o experiencias?


Esa reflexión la hacía mientras iba vaciando el armario ropero de mi casa, viendo cómo el
90% de ropa que acumule desde hace años ya no uso
. A la par que hacía esta foto a una vieja camiseta que, al darle la vuelta, convierte algo terminado en los tres planos
dimensionales para habitarlos de nuevo.


Los tres meses que he vivido en Málaga en casa de mis padres, no he echado de menos ninguna de las cosas que he acumulado a lo largo de casi medio siglo de vida en mi casa.

Lo bueno de vivir en Málaga es que me permite descentralizar mi vida, al tener excelentes conexiones, y no solo el marketero tren, sino vuelos baratos y un bus que ida y vuelta a Madrid son 34 €. Lo cual, ante una mejora de la salud de mi padre, me permite estar un par de días en otras ciudades españolas para hacer consultoría estratégica o dar formaciones.

Entonces, ¿qué sentido tiene tener un activo mobiliario parado en el centro de Madrid? Sí,
al ser hijo único, soy un privilegiado, y al no tener que pagar hipoteca me ha permitido dar saltos al vacío, como cuando dejé mi curro de comercial en Honda para estudiar diseño industrial a los 30 años, con el objetivo de aprender a diseñar motos, una vez que ya sabía venderlas.


Soy generación X de los que iban de cervezas al Kronen antes de colarnos en Jácara al no tener la edad, pero sí la altura para franquear a los porteros. Y ahora, adapto parte de la cultura de la generación Z, usuarios de todo, propietarios de nada. Ahora, lo único que está a mi nombre es mi contenedor humano.


Siguiendo con la reflexión inicial, me pregunto en qué momento acepté creer que tendré tiempo lineal de alegría y realización personal basándose en las cosas que he adquirido a cambio de esfuerzo o alquilando mi talento por horas. Más ahora que empezamos en occidente a comprender que menos crecimiento es mejor
para la sostenibilidad de la civilización humana en el planeta.


Tampoco comprendo a los que van de espirituales se rigen por la acumulación de vivencias energéticas o vidas, si ya somos perfectos, otra cosa es que no nos acordemos, ¿Te has fijado en lo mágico que es respirar y conectar con otros seres sin hablar ni chatear?

Si cada ser llega a esta vida con un don innato que se traduce en talentos, quizás sea más
fácil para realizarse que le ayuden en educación primaria a detectarlo, y así no necesite acumular títulos universitarios, empleos, experiencias, y personas, perdón amistades.


Me comentaba Jesús, un startupero con que volví a coincidir, que él lleva paseando una
caja de Salamanca a Madrid, pasando por Barcelona, pero que está debajo de la cama sin
casi uso. Lo cual me recuerda a Nomadito, Pia, Carla con wifi o a Bosco: ¿cómo se puede vivir con las posesiones materiales que caben en una maleta?.


Será que soy optimista, pero cerrar una empresa por no encontrar hueco en el mercado, y
cambiar de ciudad para poder ayudar a mis ayudadores padres, me ha liberado de muchos de mis limitaciones prejuicios que me impedían atreverme a soltar alforjas de viajes personales pasados y me anclaban al sedentarismo de mi cueva.
Con cumplir lo básico de la pirámide de Maslow: techo, comida y una mínima conversación analógica para sentirme parte de un ecosistema vital, me da pie a volver a conectar con los humanos que están surfeando la innovación, como es el tsunami de las neurotecnologías.


Podría callarme y aparentar en «plan hidalgo» que del fracaso empresarial se aprende, pero, no sería yo ni me hubieran ofrecido la posibilidad de que leas mis reflexiones.


Gracias por dedicarme tu tiempo lineal presente.

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