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Leguina expulsado: un reaccionario menos en el PSOE

El partido socialista retira el carné de militante al expresidente de la Comunidad madrileña por mostrar su apoyo a Isabel Díaz Ayuso

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análisis

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Y justo el día de la Constitución, Pedro Sánchez le hizo un hermoso regalo a la izquierda de este país expulsando a Joaquín Leguina del partido. El expresidente de la Comunidad de Madrid llevaba años colaborando con la caverna mediática y se había convertido en una de las voces más conservadoras de este país. Últimamente le había dado por apoyar a Isabel Díaz Ayuso en su cruzada ultra contra Sánchez y ya hasta resultaba difícil distinguir sus opiniones de las de las gentes de Vox (ha llegado a sugerir que “en algunas cosas Abascal está atinado”). No podía seguir ni un minuto más en el PSOE y se le ha retirado el carné de militante, como a quien comete varias infracciones de tráfico y se queda sin permiso de circulación tras agotar todos los puntos.

Leguina ha estado mucho tiempo sin dar pistas de socialismo, frecuentaba tertulias y conciliábulos retrógrados y compadreaba más y mejor con los franquistas que con sus compañeros de Ferraz. Ante esa deriva, la Ejecutiva Federal decidió abrirle un expediente de sanción y ayer resolvió el asunto. “No me identifico en absoluto con un partido como el de Pedro Sánchez que pacta con los enemigos de mi patria”, dijo en cierta ocasión con un discurso calcado al de las derechas españolas. Pues si no se identifica, señor Leguina, a la puñetera calle y circulando. No pasa nada, hombre, otra cosa no, pero en España abundan partidos de derechas, de modo que siempre puede encontrar acomodo en alguno. Siendo simpatizante ayusista, no estamos seguros de que en el PP de Feijóo lo reciban con los brazos abiertos, por mucho que Pablo Casado le abriera la puerta a él y a Nicolás Redondo Terreros, “dos socialdemócratas patriotas que siempre serán bienvenidos en este espacio de concordia”, tal como escribió en Twitter el defenestrado dirigente popular. Y tampoco está claro que en el extraño mundo verde estén dispuestos a olvidar su pasado sociata (los voxistas creen que el gran culpable de la Guerra Civil Española fue el PSOE, no Franco que se levantó en armas contra la democracia). Así que por ahí está marcado.

El gran error del exdirigente madrileño ha sido no mirarse con sinceridad al espejo, no psicoanalizarse él mismo para saber qué había sido de aquel idealista de la izquierda que en el pasado, en sus años de juventud, levantaba el puño y la rosa y cantaba La Internacional. Una persona es un constante mundo en evolución y Leguina había evolucionado tanto (más bien involucionado) que ni siquiera él había caído en la cuenta de que se había convertido en un ultra. Entre gamberradas radiofónicas contra Sánchez, debates mañaneros con los líderes mediáticos de opinión de la caverna y boutades contra el Partido Socialista de hoy, al que por alguna razón le sigue guardando un profundo rencor, había llegado al Pleistoceno Superior de las ideas, convirtiéndose en un reaccionario sin apenas darse cuenta. Ahora, por lo visto, anda con la cantinela de que nadie podrá callarle la boca, anuncia que todo lo ha dejado en manos de su abogado y amenaza con batallas legales en los tribunales para ser reintegrado en el partido. Sigue sin entender que su problema no es judicial, ni político, sino un asunto personal que no ha resuelto consigo mismo. El paquete que le ha metido Ferraz estaba cantado porque se veía meridianamente claro que ese pato caminaba raro, que cargaba descaradamente a la derecha y que de socialista, si es que alguna vez tuvo algo, ya no lo quedaba ni el álbum de fotos de recuerdos con Felipe.

Leguina está mejor fuera del PSOE que dentro, es una situación más coherente, más lógica, mucho más normal. Él mismo debe sentirse liberado de cargas y remordimientos. Salir definitivamente del armario de la política para mostrarse tal como uno es, libera mucho. Ahora podrá despotricar sin complejos y con entera libertad contra el sanchismo. Ahora podrá dedicarse a seguir propagando el rencor contra la izquierda, desde los platós televisivos del NO-DO posmoderno y los micrófonos calientes de los obispos, en la línea de lo que hace Vox. Y por supuesto, ahora no tendrá que cortarse ni andarse con timideces cuando quiera echarle un piropo político a IDA. Entre uno y otra hay feeling. De hecho, Leguina pidió el voto para la lideresa castiza en las pasadas autonómicas, quién sabe si postulándose o buscando carguete. Ya entonces los instructores de la Ejecutiva Federal tendrían que haberle dado el pasaporte, poniéndolo de patitas en la calle.

Demasiado ha tragado el partido con la incoherencia de este personaje y de otros que a fuerza de irse de cafés con los grandes gurús de la caverna han caído seducidos por los vapores lisérgicos del trumpismo rampante. Todo lo malo se pega. Hay quien dice que Leguina nunca fue un socialista de verdad, sino un infiltrado, un cuco, otro listillo más de la Transición que hizo carrera en el PSOE como podría haberla hecho en cualquier otra casa. Puede. Nosotros no queremos llegar tan lejos. Nosotros preferimos pecar de ingenuos y pensar que la gente cambia, muda de ropa y de chaqueta, ve las cosas de otra manera en la madurez que en la juventud. Con la vejez llega el miedo al olvido, a las revoluciones, a un mundo nuevo. Uno se vuelve conservador (y hasta ultraconservador), huraño, hater de los jóvenes que llegan por detrás para cambiar las cosas. La manzana podrida ha sido sacada del cesto. Un buen aviso para aquellos lobos conservadores disfrazados con la piel del cordero socialista.

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