Imaginemos, por un momento, que esta situación de aislamiento social y de extrañeza nos tocara en mitad de una guerra, hacinadas y hacinados en un campo de refugiados; que nos tocara pasar este confinamiento junto a nuestro maltratador, violador y posible asesino, o huyendo de tu país por cuestiones políticas. ¿Cómo pasaríamos una cuarentena sin agua? Imaginemos, por un instante, que además de tener que hacer el titánico esfuerzo de quedarnos en casa -porque tenemos el privilegio de vivir bajo un techo-, se vulneraran nuestros derechos más básicos y fundamentales. En tiempos de apartamiento y coronavirus, quejarse y expresar lo que llevamos dentro es tan necesario como saludable. Sin embargo, este parón al que nos hemos visto obligadas y obligados por el bien común, también podría servirnos para repensarnos y ponernos en el lugar del otro, aunque solo fuese por un segundo.

Y, ¿quién es el otro? Os preguntaréis. Los otros son muchas de las personas invisibles en el Estado español, que cuentan como meras cifras en informes administrativos. Sin embargo, a pesar de su invisibilidad, el panorama no es tan desolador, pues son muchas las personas encargadas de acompañarlas en este y en otros trámites, motivados por su condición de solicitantes o beneficiarias de protección internacional. Son las personas que comúnmente conocemos como refugiadas.

En 2019, España se situó a la cola de los países comunitarios en materia de reconocimiento de solicitudes de asilo. Los datos de la agencia Eurostat revelaron que uno de cada 20 solicitantes (5%), recibieron algún tipo de protección. Además,la Oficina de Asilo y Refugio (OAR), con más de un tercio de los 118.264 solicitantes de asilo provenientes de Venezuela, dio prioridad a sus expedientes para agilizar su sistema desbordado, según informó El País. Así, casi 40.000 venezolanas y venezolanos vieron denegadas sus solicitudes en 2019, aunque en torno a un tercio se beneficiaron de autorización excepcional por razones humanitarias. Por otro lado, de más de 60.000 resoluciones, solo se otorgó el estatuto de refugiado a 1.653 personas y se dieron 1.503 protecciones subsidiarias. Según fuentes del Ministerio de Interior y CEAR, los principales países de procedencia de las personas solicitantes por orden de número de solicitudes: Venezuela, Colombia, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Perú, Marruecos, Siria y Ucrania.

¿Cómo se encuentran estas personas? ¿Cuál es su situación y de qué manera se les acompaña? ¿Qué hay de sus recursos personales para afrontar esta crisis? Hablamos de personas con una gran resiliencia o, dicho de otra forma, con una capacidad de adaptación a la adversidad muy fuerte. Según Lidia Cotes, psicóloga en un programa para personas solicitantes y beneficiarias de protección internacional, “estas personas son supervivientes y, con mucha probabilidad, esta situación no les va a quebrar”.

Reflexiones de una psicóloga COVID-19 positiva desde el confinamiento

“Llevo varias semanas sin contacto social y me quejo, me quejo mucho y a diario. La queja me gusta y me sirve”, comienza Lidia. No obstante, estos días de cuarentena y de aislamiento le han servido para rescatar de su memoria “muchas de las reflexiones que han compartido las personas migrantes y refugiadas con las que trabajo”. Esto también alberga grandes enseñanzas para la psicóloga: “Me sirve porque me recuerda que no he vivido, vivo, ni viviré situaciones de vulneración de mis derechos más básicos y fundamentales. No he sido violada ni torturada en Libia. No he estado secuestrada ni encarcelada injustamente en Marruecos”. Lidia no es “una de las 3000 personas que actualmente viven de manera inhumana e insostenible en los asentamientos de Almería”.  A ella le sirve “porque aprendo maneras diametralmente opuestas de afrontar las diferentes situaciones que nos ofrece la vida”. Como también le sirve para traer a su mente la frase de Paul Steingberg, superviviente de Auschwitz: “Las pequeñas desgracias de la vida cotidiana me resbalan como la lluvia en el parabrisas”.

Hay días en los que estoy triste y lloro mucho, otros en los que siento odio hacia este mundo injusto y todas las personas malvadas que viven en él

Lidia recuerda cómo la semana pasada hablaba con una mujer colombiana solicitante de asilo, que tuvo que huir de su país hace diez meses y que actualmente vive en el centro donde trabaja. “Hacemos seguimiento para ofrecerles acompañamiento emocional, entre otras cosas, porque la situación de aislamiento puede hacer re experimentar, o no, vivencias traumáticas del pasado”, explica la psicóloga. Volviendo a la conversación con la usuaria de su centro, Lidia le preguntaba “sobre su proceso de adaptación en este nuevo escenario de crisis y reflexionábamos juntas sobre el momento presente”. La psicóloga reconoce que sus quejas, como COVID-19 positiva, eran por “no poder oler ni saborear nada y por esta sensación permanente de cansancio”. Para lo que su interlocutora le recomendaba que “tomara mucha fruta”, aunque lamentaba que no hubiese tanta variedad como en su país.

El relato de la mujer le hizo recordar a Lidia que “en situaciones de crisis, de exilio, de guerra, puede aparecer de manera simultánea y ambivalente miedo, extrañeza, soledad, tristeza, así como valentía, ilusión, ganas de ayudar y compartir, o la necesidad de sentirse parte de algo, de ser recordado”. Sobre esta situación de crisis global, aquella mujer que tuvo que huir de Colombia hace diez meses, le dijo: “Yo ya me siento aislada desde que dejé mi país, esta situación no es nueva para mi”. He perdido cosas que amaba y he visto crecer a los míos desde una pantalla… Acepto que he tenido mala suerte. He dejado atrás todo lo que era importante para mi. Hay días en los que estoy triste y lloro mucho, otros en los que siento odio hacia este mundo injusto y todas las personas malvadas que viven en él. A veces, la soledad no me deja hablar porque nadie puede entenderme y en cualquier intento de expresar mis emociones siento que no les doy valor, que las subestimo. Pero también hay días de redescubrimiento de mi vida interior, de amor, y de amabilidad conmigo misma”.

Para Lidia, a la que la semana pasada le confirmaron su negativo en coronavirus, “la situación que nos ha tocado vivir, vivir en tiempo cero, supone para muchas personas una quiebra de lo que habitualmente pensamos que es el mundo: un lugar más o menos seguro y agradable donde vivir”. En este contexto, admite que “nuestra rutina ha cambiado y puede ocurrir que aparezcan reacciones hasta este momento desconocidas y sentir gran preocupación por ello”. Y lanza un mensaje alentador desde su confinamiento en el Sur: “Saldremos de esta. Nos adaptamos a esta situación de caos e incertidumbre. Aceptamos lo que viene y de alguna manera, nos comprometemos con la realidad que nos ha tocado vivir”.

Lidia nos cuenta esto porque a ella le sirve y porque cree, “que puede servirle a otras personas”.

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