Cada vez que se habla de las víctimas del franquismo y del postfranquismo, que hasta en esto hay diferencias, se habla de víctimas refiriéndonos a los encarcelados, represaliados, fusilados o huidos, y cuanto más, se habla de sus viudas.

Pero en ese pacto no escrito de silencio sobre la transición desde la dictadura a una democracia, podríamos decir que “democracia campechanamente tutelada”, nos hemos olvidado de unas víctimas; víctimas, además inocentes donde las haya.

Lo cierto es que nadie pensó en el panorama de vidas truncadas que han tenido de vivir los hijos de todos ellos, los “hijos de los rojos”, más allá de las pullas y las vejaciones escolares.

Y no hablo ya de los episodios de bebés robados, donde la Iglesia Católica fue la gran proveedora de carne neonata; hablo de unos niños, los hijos de los encarcelados, represaliados fusilados o huídos que perdieron, por culpa del franquismo sus opciones de futuro, porque, reconozcámoslo, su panorama se ennegreció desde que sus familias fueron señaladas por el dedo del franquismo.

Quizás vale la pena, ahora que nuestro franquismo tardano ha conseguido que sus víctimas fueran muriendo sin darles la capacidad de una verdadera recuperación, que es la de ver a sus verdugos juzgados, que recordemos que continúa viviendo en España una segunda generación de víctimas.

Víctimas a las que nadie ha prestado atención ni reparación, salvo una investigadora en sociología y economista, Vanessa Damiano, quien lleva más de dos años investigando el impacto de la dictadura en esas víctimas. 

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre