Nicolás Maduro ha ganado las elecciones en Venezuela, unos comicios en los que se ha dudado de la veracidad de los resultados y de la propia legitimidad para convocarlos. Sin entrar a valorar ninguno de estos aspectos que, al fin y al cabo, corresponderá determinar al pueblo venezolano, es sorprendente cómo desde la representación política del elitismo económico populista se han lanzado a tomar cartas en un asunto que, en teoría, ni les va ni les viene. Dejen a los venezolanos en paz, dejen que sean sus partidos los que determinen el futuro a través del diálogo y no de la confrontación, algo de lo que algunos líderes de la oposición y de los partidos europeos y norteamericanos que la financian, saben mucho.

Nicolás Maduro es el remedo mediocre de la herencia del chavismo original y, como era de suponer, ha transformado el proyecto original de Hugo Chávez en una pseudo dictadura que no hace otra cosa que dar alas a quienes quieren tomar el poder a través de la creación de una situación de inestabilidad y violencia en las calles que justifique cualquier acción de asalto al poder.

Venezuela es una tierra rica, una tierra llena de recursos, sobre todo petróleo, una verdadera golosina para intentar imponer un sistema de dictadura público-privada a través de la entrega de los recursos del pueblo venezolano a las multinacionales, algo que Chávez no permitió. Sin embargo, las élites han puesto sus ojos en Venezuela, como en el pasado lo pusieron en otros países de Latinoamérica, porque su situación geográfica unida a los recursos naturales que posee, además del atractivo turístico, la convierten en un nicho de negocio demasiado apetecible como para no intentar explotarlo. De ahí que a través de los partidos políticos de ideología neoliberal, o sin más ideología que el entreguismo a los intereses de las élites económicas, se esté planteando una imagen de la oposición como de víctimas de una dictadura para que la comunidad internacional imponga sanciones a Venezuela como ya se hizo con Cuba.

La realidad es que las elecciones venezolanas han generado una serie de reacciones de países cuyos gobernantes no tienen legitimidad alguna respecto a los resultados de las mismas. Diario16 no entra en valorar el hecho de que Maduro haya ganado con menos de un 30% del censo, la baja participación o la ausencia de la principal alianza de partidos opositores. Sin embargo, un país al que se podría denominar como «Estado Fallido» como Argentina, arruinado, pidiendo préstamos al FMI —que no es otra cosa que entregar la soberanía económica a un ente supranacional que defiende los intereses de las élites económicas mundiales—, presidido por Macri, el hombre que prometió al pueblo argentino todo lo contrario a lo que ha hecho y que es el representante, junto a Piñera en Chile, del neoliberalismo más cruel, no tiene legitimidad alguna para afirmar que no acepta los resultados de las elecciones venezolanas.

Por otro lado, el comportamiento de los partidos de la derecha en España tampoco tiene legitimidad. Mariano Rajoy ha amenazado con imponer sanciones económicas a Venezuela. Albert Rivera, el hombre que mantiene contactos personales y profesionales con muchos de los bolichicos que se enriquecieron con la corrupción de Rafael Ramírez, ya afirmó desde el primer momento en que Maduro convocó las elecciones que esos comicios eran un fraude. ¿Qué legitimidad tiene la derecha española para afirmar esto? Ninguna. Sin embargo, hay mucho interés en mantener vivo el debate sobre Maduro, sobre todo porque hay demasiados intereses económicos en juego. Mucha de la financiación de ciertos partidos proviene presuntamente de quienes retomar el poder en Venezuela tras haberse enriquecido con la corrupción de PDVSA y de otras empresas, un hecho del que, en su momento, informaremos debidamente en estas páginas. Incluso desde el ya menos supuesto socialismo español, personajes como Felipe González amenazaron directamente con imponer sanciones a Maduro porque, según su versión, sólo atiende a razones cuando se «le rasca el bolsillo». Dejen a Venezuela en paz, los unos y los otros. Permitan que se llegue a un cambio político a través de un diálogo limpio y no con la espada de Damocles del elitismo sobre las cabezas de la verdadera víctima de estos movimientos: el pueblo venezolano. La solución para el país no pasa por esta oposición financiada por las élites económicas ni, por supuesto, por Nicolás Maduro, sino a través del consenso, de la libertad y de la democracia en su más estricta interpretación.

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