Los líderes de los países más desarrollados del mundo, eso que han dado en llamar el G20, siguen marcando tendencias machistas. Mientras los Trump, Bolsonaro y otros pandilleros decidían el futuro de siete mil millones de almas en farragosas e inútiles reuniones, sus esposas llevaban a cabo una misión trascendental para el futuro del planeta Tierra: dar de comer a los pececillos en el estanque dorado del Templo de Osaka. Ellos dentro de la cumbre y de los suntuosos despachos, contando las ojivas nucleares que apuntan a la humanidad, liquidando las últimas ballenas majestuosas y cerrando los flecos del plan Trump para atacar Irán. Ellas fuera de las decisiones importantes, paseando sobre los puentes orientales del Templo de Kioto como obedientes y fieles esposas, entre nenúfares, bambúes y flores de loto. Allí se produjo el patético posado para la posteridad, la escena demoledora y terrible de un grupo de señoras bien vestidas dando de comer a los peces.

Resulta evidente que en el gang del G20 se ha impuesto el new style ultraderechista y macho. A alguien se le debió ocurrir que era una buena idea que las bellas esposas posaran dulces y radiantes en el jardín mientras alimentaban a las carpas. Solo un hombre se prestó a tomar parte en el denigrante posado, Philip May, a quien le tocó hacer el papelón de consorte de su santa, la primera ministra británica, que dicho sea de paso es otro machirulo que pasa mucho del feminismo. La Merkel andaría horrorizada con el dantesco espectáculo para la dignidad y la igualdad de la mujer, pero la pobre ya tiene bastante con sus misteriosos temblores.

La imagen que quedará para la historia de la cumbre de Japón, y que denota el grave momento patriarcal que estamos viviendo, recuerda bastante a aquellos lienzos de Gauguin en los que las exóticas mujeres tahitianas aparecían posando con flores en el cabello, vistosos vestidos estampados, la mirada perdida y poco que decir. Delicadas mujeres, elegantes mujeres, silenciosas mujeres como naturalezas muertas.

La foto de las damiselas obedientes de Osaka nos lleva inevitablemente a aquella magistral escena de Lo que el viento se llevó, cuando los caballeros sureños planeaban la guerra contra el yanqui entre puros kilométricos y copazos de bourbon mientras la señorita Escarlata, Melanie, las criadas negras y las demás princesas del racismo algodonero de Alabama quedaban fuera de la reunión, haciendo ganchillo, al margen de las charlas políticas de los hombres. Diríase que no hemos avanzado nada desde el peliculón de Fleming hasta nuestros días.

No sabemos si en la cena de gala del G20, a los postres, se ha servido sake de Tokio o brandy español Soberano, que es cosa de hombres, como tampoco sabemos en qué pensaban las abstraídas, discretas y siempre calladas esposas de los prebostes más poderosos del planeta. Quizá, durante el vals, y mientras su gordo y fatuo Donald le pisaba un pie torpemente, Melania Trump haya sentido el impulso de decir algunas palabras sobre los miles de niños migrantes que su esposo, el hombre del saco, ha metido ya entre rejas en la frontera con México. Y entre miga y miga de pan para las carpas, la prima Sara, esposa de Mohamed bin Salmán, probablemente haya deseado soltar algún comentario necesario sobre el troceado periodista Khashoggi, solo que su chorvo, el jeque, no la ha dejado abrir la boca.

Sus maridos las llevan de acompañantes al G20 para que luzcan palmito y pamela, para que sonrían como mises de la política y presuman de dentaduras perfectas y modelitos carísimos, pero a buen seguro que todas ellas tienen cosas mucho más interesantes que decir que sus poderosos maromos, esos mismos que están llevando el planeta al desastre final. Así, nos hubiese gustado saber qué opina Brigitte Macron sobre la revolución de los chalecos amarillos que hace tambalear a la France y sobre el viraje del liberal Albert Rivera hacia el lado oscuro “ultravox”. Como también nos hubiese gustado saber qué tiene que decir la nueva pareja de Giuseppe Conte, primer ministro de Italia, a propósito de los crímenes de Matteo Salvini en el Mediterráneo y del encarcelamiento de Carola Rackete, la heroína del Sea Watch.

Hubiese sido mucho más enriquecedor conocer las opiniones de las primeras damas sobre los asuntos que preocupan a la humanidad que ver cómo el gamberro Bolsonaro le hace la cobra a Trudeau o cómo el sheriff Trump manda sentarse en la silla a su lacayo Sánchez, pisoteando el honor de todo el pueblo español. Por cierto, ¿en qué estaría pensando Begoña Gómez mientras guardaba silencio diplomático y reverencial? Quizá en si Iglesias tragará finalmente con la investidura o si su Pedro nos hará votar por enésima vez. La prensa de derechas cuenta hoy que la esposa del presidente ha aparcado su feminismo por un rato para dar de comer a las carpas niponas. Qué mala baba.

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