Las Perseidas son una lluvia de meteoros de actividad alta (59 km/s), que en los países de tradición católica también se las conoce con el nombre de lágrimas de San Lorenzo, porque el 10 de agosto es el día de este santo. En la Edad Media y el Renacimiento las Perseidas tenían lugar la noche en que se le recordaba, de tal manera que se asociaron con las lágrimas que vertió San Lorenzo al ser quemado en la hoguera.

Las Perseidas son estrellas fugaces. Y una estrella fugaz no es más que una pequeña partícula de polvo de un cometa que, al entrar a gran velocidad en la atmósfera terrestre, emite luz debido al calentamiento por fricción. Éstas partículas pueden ser de diversos tamaños; incluso más pequeñas que un grano de arena, y al desintegrarse en la atmósfera terrestre crean los conocidos trazos luminosos que reciben el nombre científico de meteoros. Por efecto de perspectiva, todas las trayectorias de las diferentes estrellas fugaces convergen en un punto del cielo al que se le conoce como radiante. La constelación donde se localiza el radiante da nombre a la lluvia. Así, el radiante de las Perseidas se localiza en Perseo, de ahí el nombre de las Perseidas.

Su período de actividad es ostensiblemente largo y se extiende entre las fechas comprendidas entre el 16 de julio y el 24 de agosto. Aunque su máximo es entre el 11 y el 13 de agosto, lo que la convierte en la tercera mayor lluvia de estrellas del año junto con la lluvia de las Cuadrántidas (de la constelación Quadrans Muralis), cuyo máximo es el 4 de enero y las Eta Acuáridas (asociadas al cometa Halley) y cuyo máximo es el 5 de mayo.

El registro histórico más antiguo que se tiene de la actividad de las Perseidas data del año 36 d. C., de los anales históricos chinos donde se cita un pico de meteoros en esas fechas. Pero no fue hasta el año 1835 cuando el astrónomo belga Adolphe Quetelet (primer miembro no estadounidense de la American Statistical Association) demuestra que se produce una lluvia de meteoros de forma cíclica en agosto y con su radiante en Perseo.

El hecho de que las lágrimas de San Lorenzo se produzcan en verano consigue que la astronomía ocupe un espacio de atención en nuestro tiempo libre. Esto es debido a que la meteorología acompaña y los aficionados aprovechan las noches de verano para relajarse mirando al cielo en busca de esa estrella fugaz a la que pedirle un deseo. Lo de pedir un deseo a una estrella fugaz tiene su origen en los albores de la humanidad, en los que el hombre creyó que el cielo era la morada de los dioses. Y en la religión católica, al nacer Jesús, los Reyes Magos declararon que habían visto brillar una estrella en Oriente, lo que dio origen a la idea de que las estrellas brillantes indicaban un nacimiento o una señal de buena suerte. En definitiva: un buen augurio. También, en las sociedades primitivas, se creía que cada estrella era el alma de una persona. En cualquier caso, desde siempre se ha creído que un deseo formulado cuando la estrella va cayendo se cumplirá con seguridad.

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