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La voz de la petenera

Madre de mi corazón

Antonio Periánez Orihuela
Antonio Periánez Orihuela
Maestro de Primera Enseñanza. Licenciado en Filosofía y Letras (Historia del Arte) Doctor en Comunicación Audiovisual. Tesis: La Imagen de Andalucía en el Cine Español (1940-1960) Diplomado por la Universidad de Valladolid. Historia y Estética Cinematográfica. Colaborador varios años del Periódico Comarcal, "El Condado".
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análisis

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Dicen que Las Peteneras tienen mal fario. Y suelen decir, además, que algunos cantaores no se atrevían a cantar por peteneras, por eso, porque se tiene mala suerte el cantarlas. Así decía Antonio Machado que la guitarra del mesón de los caminos, un día sonaba alegre acompañando la jota y lloraba al día siguiente con la petenera. Peteneras. Palo flamenco, con su propio relato mítico, en palabras de hoy, envuelto en la leyenda.

Un cante de origen difuso, de un tiempo atrás cuando el grandioso Imperio Hispano entraba en una crisis de la que nunca se pudo recuperar. Por otra parte, el origen de la petenera está relacionado con temas musicales de sociedades del otro lado del charco y de otros pueblos que lloraban expulsados de su tierra, de su Sefarad. Este cante, que se ha hecho nuestro, formaba parte del espectáculo del café cantante, del tablao flamenco y del circo, porque también en los circos que trajinaban por todos los lugares de nuestro país, se cantaba jondo. Cante de siglos, de mesón y posada en cruce de caminos, entre arrieros traficantes de la pobreza y del contrabando de los miserables. De campesinos jornaleros en tabernas con humo de cigarro liao a mano, entre sorbos del vinillo fiao en la noche y del aguardiente por la mañana temprano, hasta el cobro del miserable jornal entendido como una gracia del señorito terrateniente.

No obstante, pese a sus contratiempos, la petenera llegó hasta nosotros en la garganta de los mejores cantaores, desde Antonio Chacón, la Niña de los Peines, Fosforito y del nunca olvidado José Menese. La letra de la petenera es sentida y dramática, desgarradora a veces, que expresa el sufrimiento y la tristeza del cantaor por la nostalgia de lo perdido, otras veces inciden con certera crítica en denunciar la injusticia social que vive nuestro pueblo. La Niña de los Peines terminaba una reconocida petenera con estos versos: “por ver si en un mundo nuevo/ encontraba la verdad”.

Pues bien, la petenera se hizo presente en las pasadas elecciones al Parlamento de Andalucía, porque una parte importante de los andaluces, “salió por peteneras”. Ya sabemos lo que significa esta frase, este dicho popular, pero, por si acaso, aquí lo hacemos constar. “Salir por peteneras” es tratar de hacer o decir algo que no se esperaba del que así lo expresa, que es inoportuno con lo acordado, que se contradice la norma. El día 2 de diciembre buena parte de la sociedad andaluza, así como suena, ha roto el cerco que le tenían marcado desde hace años. Esta vez no hemos escuchado en boca de los ganadores de siempre aquello de que “el pueblo andaluz es un pueblo sabio y sabe bien lo que hace”.

Una reiterada cantinela del partido que durante demasiado tiempo, con el aplauso añadido de los que han tenido un poder casi absoluto, igualando el récor ominoso del régimen franquista. Porque, esta oligarquía de la beneficencia, con acuse de recibo, que ha recorrido a su antojo los pasillos de todas las administraciones públicas posibles, se ha negado con insistencia a reconocer el verdadero resultado de su gestión. De nada le ha valido los malos resultados escolares, de la sanidad pública, los elevados índices de paro, la venta descarada de la economía a las multinacionales, la emigración forzosa de jóvenes profesionales bien cualificados, ni otras muchas cosas que ponían de relieve el fracaso de un proyecto político, si es que lo tuvieron alguna vez, durante décadas inagotables.

Esta embriaguez de poder repartida tan descaradamente entre los “suyos”, no ha tenido en cuenta lo “harto de estar harto” que estaba este pueblo al que tuvieron como un socio disciplinado. Una Andalucía convertida en asegurado caladero de votos de un partido que aparecía como el único posible, y todo por un camaleónico proceso de prometer lo que necesitaba el votante en cada momento, una forma de llenar el vacío de un pueblo entregado y poco reflexivo. La sociedad andaluza, así entendida, dio toda su confianza a los que representaban las necesidades populares, un poder hecho realidad desde la más pequeña pedanía hasta la más alta magistratura del Estado español. Ensoñada creencia. Porque, al parecer, Andalucía salía por fin de una postración de siglos.

Ni partidos nacionalistas, ni opciones de ruptura, ni nada de nada, este partido marcaba la culminación de lo que esperaban casi todos, y los que no lo hicieron fueron tachados de traidores a un cambio que alboreaba la esperanza de una comunidad castigada por la servidumbre. El triunfo en las elecciones del cambio fue perfecto, porque configuró el partido de los andaluces, eran los políticos andaluces, el gobierno de los andaluces, el poder de los andaluces y no podía pedirse más. Así, con el paso de los años, pocos se atrevieron a poner en tela de juicio que hasta en la aldea más humilde, estos padres de la patria, fueran maestros en la utilización de las puertas giratorias, o sea, que acapararon todo el poder. Se mire como se mire, Andalucía es lo que es hoy por un proceso de casi cuarenta años, y si la política ha influido algo en este proceso, ha sido la política del PSOE el único partido responsable de una amplia mayoría de las instituciones más importantes. Luego vendrá la ineficacia del resto, de los enfrentamientos inútiles de salón como pura caricatura política, del bipartidismo y de los que sirvieron de muleta en algunas ocasiones para salir escaldados de la experiencia imposible de superar.

Precioso dilema el de la situación andaluza sobre la que salta cada día la protegida élite mediática para decir sin complejos que el resultado de las urnas se aparta de la normalidad, que nadie lo esperaba. En esto se afanan sociólogos, politólogos y analistas de opinión que pueblan nuestras cadenas radiofónicas, televisivas y de la prensa escrita. Porque no tiene explicación sencilla que un electorado tradicionalmente de izquierda, mira por donde, haya sido capaz de poner en el Parlamento andaluz a un partido de ultraderecha.

Poco hay que decir sobre los acontecimientos, sólo recordar que si tensamos la soga en demasía esta se romperá por la parte más delgada. Pensamos que se ha utilizado esta cuerda electoral sin preocuparse de la fibra con la que estaban hechos sus entrelazados. Aquí, en la Comunidad andaluza, se jugaban más cosas que el mero hecho de votar izquierda o derecha, lo sabían todos, aunque lo realmente importante ha sido el saber quién es cada cual, no referido a partidos, sino al hecho mismo que se jugaba. El resultado electoral seguramente es poco, comparado con lo que puede venir a continuación. Aquí, como en la mayoría de los países occidentales, se está jugueteando alegremente con las cosas de comer, con el hecho mismo de vivir, con los sentimientos y las necesidades de una población que no vislumbra el tiempo de mejorar. La democracia formal es tan sólo una parte de la vida política, de la vida de la gente, sólo con democracia no se come, hasta esta situación hemos llegado.

El llamado estado del Bienestar queda demasiado lejos, no olvidemos que el mismo fue una creación capitalista para contrarrestar la influencia del enemigo que tenían enfrente. Hoy los enemigos de la democracia vienen con nuevos bríos y un conocido canto de vendetta, ya tienen lo que querían, deben frotarse las manos. Los que buscan seguridad, los que evaden el compromiso, los que nunca se meten en política, los no violentos, los que huyen de la protesta aunque sea justa, que se dispongan a escuchar los ecos cercanos del “novio de la muerte.

José Menese hizo popular una petenera con estas estrofas finales: ¡Madre de mi corazón!/ ya pueden los matadores/a prevenir los cuchillos./Sentenciado estoy a muerte/si me ven hablar contigo.

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