Creo que en estos días es importante hablar de esas víctimas invisibles  que causa la violencia de género que son los niñ@s, ya que han sido muy pocos los estudios que, a lo largo de los años, se han hecho sobre las consecuencia de esta  violencia en la vida, el comportamiento, la personalidad y la salud de los hij@s de las mujeres maltratadas.

Lo primero que quiero decir es que los hijos e hijas de las mujeres maltratadas son víctimas directas de la violencia, nunca meros espectadores. Pero además los expertos dicen que el 40 por cien de los menores expuestos a violencia también sufren abusos sexuales.

Las cifras de la vergüenza hablan también por sí solas. Del 2008 al 2014 31 niñ@s han sido asesinad@s por su padre, 20 de ellos durante el régimen de visitas. Según los datos de la Comisión para la Investigación de los Malos Tratos a mujeres, esto significa que el 64% de los niñ@s fueron asesinad@s mientras estaban al cuidado de sus padres, de acuerdo a lo dictado por un juez. De los 11 restantes, fueron asesinados cuando estaban junto a su madre.

El 97% de los maltratadores con orden de alejamiento por violencia de género tienen otorgados por parte de un juez un régimen de visitas para ver a sus hij@s.

La exposición a la violencia provoca en los niñ@s muy graves y diversos problemas que pueden condicionar el resto de sus vidas. Esa exposición a la misma no se produce al cabo de un tiempo sino que los expertos consideran que desde la gestación el propio feto es afectado por esa violencia. En trabajos en casas de acogida españolas se documenta la historia de niños que ya con 17 meses intervienen para intentar evitar las agresiones interceptando el paso dentro de la casa al padre o poniéndose delante de la madre para impedir al padre la agresión. En estos mismos trabajos en casas refugio españolas se documenta que los niños son testigos directos de la violencia en el 90 por ciento de las ocasiones porque estaban presentes durante la agresión. Otros son utilizados como espías para el control del maltratador a través del chantaje, y otros sufren directamente las agresiones para dañar el maltratador a la madre a través de golpear al niño. Otras agresiones se producen cuando el niño oye la violencia y produce las mismas consecuencias que con una agresión.

También están los menores que ven la agresión después de lo que llamamos la postagresión y experimentan la secuelas de la misma. Incluso los menores que no viven en la casa y que solo van en periodos vacacionales también dañan. Luego está la violencia que se produce postseparación, es decir, cuando se da un régimen de visitas. Otros tipos de exposición a la violencia es el impago de pensiones alimentarias al estar mermado de vida con calidad, y esa merma es violencia.

Todas estas exposiciones se van dando a lo largo de la convivencia y se dan una detrás de otra. Entre los problemas físicos que genera tenemos el retraso en el crecimiento. Ya desde el recién nacido en la mujer gestante, el estar sometida a violencia viene sufriendo estrés y eso genera alteraciones en la sangre fetal. Cuando se produce una situación extrema de mucho estrés la adrenalina y el cortisol aumentan y al mantenerse además en el organismo se altera tanto el materno como el fetal afectando al crecimiento.

La afectación en el cerebro del recién nacido durante el primer año de vida por la exposición a la violencia se produce porque el aumento de cortisol derivado del estrés altera el coeficiente intelectual, bajando hasta ocho puntos respecto a niños no expuestos a violencia. También en gestantes produce problemas que afectan a los pulmones, como el asma bronquial, las alteraciones en el sueño y la disminución de las habilidades motoras entre otros.

En el aspecto emocional esta violencia produce ansiedad crónica, depresión, ira, estrés… En el aspecto cognitivo tenemos el retraso en el lenguaje, el bajo rendimiento escolar y las dificultades para la concentración y el estudio. En el aspecto de la conducta o el comportamiento esta violencia genera agresividad, inmadurez, toxodependencias y conductas antisociales.

Estas alteraciones se desarrollan a partir de las sensaciones y los sentimientos que en los niños genera la violencia hacia su propia madre. Los niños y niñas que presencian las agresiones, ven los golpes, incluso perciben también esta violencia sin haber visto ni oído situaciones violentas. Estos niños viven con el miedo y el terror, se sienten desamparados, creen que pueden morir o ser heridos durante las agresiones a las que están expuestos.

La ansiedad que experimentan por el profundo temor a sufrir daños durante los ataques o a que sus madres sean heridas, la tristeza al ver a sus madres como víctimas de las agresiones por parte de quien debería dar seguridad y afecto, el estado depresivo por la creencia de que su situación es irremediable y de que nadie les puede salvar o ayudar, el aislamiento en su entorno escolar y social para mantener en secreto su problema que consideran son responsables del mismo y que viven desde la vergüenza, la evasión mediante el alcohol o las drogas en el caso de los adolescentes, y las reacciones agresivas como respuesta a la violencia vivida son otras de las gravísimas alteraciones que padecen est@s niñ@s. Es fundamental hablar en este punto de las transmisión generacional de la violencia.

Se ha demostrado que los hijos varones de hombres maltratadores, con una altísima frecuencia, maltratarán a sus parejas en una etapa adulta, y que las hijas tendrán también una mayor probabilidad de ser víctimas de la violencia por parte de sus parejas. El aprendizaje de las conductas agresivas se produce por la exposición continúa de la violencia que ejercen sus padres contra sus madres, y todo ello en el mismo contexto donde se establecen los lazos afectivos y emocionales que se desarrollan en  el grupo familiar, mezclándose y confundiéndose entre sí. Estos niños y niñas es difícil que tengan oportunidades de aprender estrategias adecuadas, no violentas, para la resolución de cualquier conflicto, pues no pueden normalmente desarrollarse en otras dinámicas familiares diferentes entre las que se han establecido entre sus familiares. La educación e intervención desde la infancia son fundamentales para la prevención de la violencia contra las mujeres.

Como dice el doctor Rojas Marcos, la semillas de la violencia se siembran en los primeros años de la vida, se cultivan y se desarrollan durante la infancia y comienzan a dar sus frutos malignos en la adolescencia.

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