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La vida cuando era frágil

Ada Valero plantea en ‘La vida cuando era frágil’ la historia desgraciada del suicidio de dos amigas adolescentes y el cupo de responsabilidad que tienen padres, educadores y homicidas

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análisis

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Hace unos años en la terraza del Helios, junto al mar de Denia, Manuel Vicent, Álvaro de Luna y un nuevo amigo que llegó con ellos, se unieron a nuestra tertulia. En algún momento, Álvaro nos preguntó: ¿Recordáis quién os enseñó a leer? La pregunta, sorpresiva para todos, nos inquietó durante el resto del verano. En mi caso, descarto que fuera mi padre; carecía de paciencia. ¿Fue mi madre la primera que emparejó las cosas a sus nombres? ¿Cómo se llamaba mi primer profesor, en Castellón? Me gustaría envolverme en un abrazo largo con quien aprendí el significado de las palabras de los libros, los signos en los carteles de las calles, las cifras que me permiten aumentar o reducir. Quien me enseñó a leer abrió cancelas tras las que encontré nuevos países, otros amores, maneras de entender la vida; historias de goces y desdichas contados con la emoción y la destreza que embelesan.

Hoy de mis lecturas suprimo las novedades, excepto aquellas que amigos de confianza me aconsejan con un fervor incontestable. Prefiero retomar una y otra vez a los autores que cuestionan mi lógica, a las autoras que polemizan sobre mi masculinidad o a quien me cuenta una y otra vez las historias verídicas de El Aleph. El tiempo es demasiado veloz, siento que no hace mucho yo tenía veinte años, y ahora, a los setenta, que he empezado a morirme, es comprensible que no lo emplee en la lectura de las novelas de esas afamadas locutoras de radio capaces de contar una improbable historia de amor entre un taxista catalán y una princesa india (700 páginas), tampoco leo a supuestos historiadores que relatan sanguinarias disputas por el poder (otras 700 páginas) que inician en el cuaternario y acaban durante la caída del Muro de Berlín.

La vida cuando era frágil no permite el escapismo del lector. Y no lo consiente porque cuenta con suficientes motivos temáticos para que todos nos sintamos interpelados

Un amigo que me influye, aconseja que lea la reciente La vida cuando era frágil, de Ada Valero. Es la historia desgraciada del suicidio de dos amigas adolescentes, del cupo de responsabilidad que tienen padres, educadores y homicidas, de los interrogantes que casi todos obviamos despejar (en España se suicidan diez o doce personas diarias ─un mayor número de muertes que las causadas en accidentes de tráfico o por el cáncer de pulmón debido al tabaquismo─ y buena parte de los suicidados son jóvenes). Me trae el libro puntualmente un chico amable, doctorado en Arquitectura, que reparte paquetes de Amazon. Percibo, ya en los primeros párrafos, que la autora es alérgica al exceso, modula frases elegantes y emplea palabras con las que desafía a la más exacta precisión.

Su realismo ─ni mágico ni socialista─ es el idóneo para facilitar la interpretación personal del lector (algunos ejemplos: Pág. 55, «[los padres] No conocían la letra redonda de sus hijas, no sabían que Rocío dibujaba con un círculo el punto de la i, que Fátima escribía la m como una u doble, no esperaban que las dos abreviaran los que con una k, esa dejadez juvenil, incluso en la solemnidad de la despedida definitiva». Pág. 86, «…la biblioteca que dejó su padre antes de largarse, llena de volúmenes decorativos comprados al peso». Pág. 173, «[La madre de Anthony] «Estaba despeinada, en los ojos quedaban restos del maquillaje que no se había quitado por la noche, antes de acostarse…»), donde apreciamos la negligencia de los padres de las protagonistas, la idea ornamental que el progenitor de Anthony tenía de la cultura o la actitud de su madre vencida por la desidia. Un realismo, decía, que basa su eficacia en que el lector, a partir de las descripciones mínimas y certeras del desgaste de un zapato, de un aderezo en el pelo o de cualquier hábito, compone las cualidades de los personajes, sus estados de ánimo, y los recrea. Con lo que muchos consideraríamos nimio o inservible, la autora, con una especial sensibilidad, diseña sugestivos actores y ambientes.

La vida cuando era frágil no permite el escapismo del lector. Y no lo consiente porque cuenta con suficientes motivos temáticos para que todos nos sintamos interpelados. Desde el abandono de la responsabilidad de los padres; la obsesión de las dos niñas estimuladas a crecer alocada e indiscriminadamente; la mercantilización del colegio al que acuden junto a la intranquilidad de su dirección tratando de impedir que las noticias lleguen a la prensa o el abuso delictivo de algún profesor que disfruta con la seducción fácil y cobarde de unas jóvenes inmaduras.

Es una novela en la que se salvan pocos y, sin embargo, anima a la salvación: bastaría que sus lectores nos preguntásemos quién, en verdad, asesinó a Fátima y a Rocío, y si cada uno, en su medida, contribuimos en la masacre. He leído, pero también he «visto» a las dos jóvenes asfixiarse dentro del coche con el humo del tubo de escape; una imagen que me ha conmovido tanto como aquella que recuerdo de Robert Walser deslavazado, muerto y abandonado sobre la nieve.

Con una prosa espléndida, depurada y convincente (de las mejores entre las actuales que se publican en castellano), Ada Valero narra con un estilo y voz propios ─quizá innatos─ que pocos autores muestran en su primer libro, como también le sucedió desde sus comienzos a Philip Roth. Son escasos los escritores que construyen personajes tan complejos bajo el disfraz de la simpleza, y menos con la precisión mineral de esta autora ─recuerdo el de Anthony y su frágil arbitrariedad, que es la de quien solo dispone de certezas─.

El chileno Adolfo Couve dijo que escribir es dificilísimo porque se trata de «sacar del tiempo lo que ocurre en el tiempo, para que sobreviva», y Ada Valero lo logra con su primera novela. Y lo hace —a pesar de los que se abriguen con el calor tibio y repulsivo de la doble moral— incluyendo las dosis de dureza necesarias que Annie Ernaux reclama cuando advierte: «Escribir no sirve de nada si no se llega al fondo de la verdad».

Al amigo que me influye le he propuesto que tengamos paciencia hasta la aparición de la segunda novela de Ada Valero, y estuvimos de acuerdo cuando nos dijimos que La vida cuando era frágil es propicia por lo que trata, y oportuna en el tiempo, para hacer una miniserie televisiva de seis u ocho capítulos. Además, he aprovechado para preguntarle si recordaba el nombre de quién le enseñó a leer: tampoco lo sabe. En mi caso, cada vez con mayor certidumbre, creo que fue mi madre.

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