Donald Trump
Trump, acusado de participar directamente en el intento de confiscar máquinas de votación

Donald Trump va a ser el próximo presidente de los EEUU: los ciudadanos estadounidenses han optado por un candidato que ha realizado durante largos meses un discurso excluyente, reaccionario, racista, misógino, extremista, violento, xenófobo y contra la minorías que también forman parte del país que quiere dirigir: siendo esto así, y puesto que entiendo que los ciudadanos votan en consecuencia y son coherentes con lo que desean, hay unos 60 millones de habitantes en EEUU que comparten o al menos han avalado el discurso excluyente, reaccionario, racista, misógino, extremista, violento, xenófobo y contra las minorías que residen en ese gran país, inmigrantes incluidos. Millones que, con su voto, han dicho sí a las promesas electorales y a las disparatadas propuestas del populista: desde la deportación de 11 millones de personas hasta el encarcelamiento de Hillary Clinton, pasando por la demolición de la reforma sanitaria de Obama, la construcción de un muro que separe a EEUU de México, la resurrección del proteccionismo más obtuso, la prohibición de la entrada al país de musulmanes, el abandono de las indispensables medidas para hacer frente al cambio climático y el fin de las instituciones internacionales y de todo tipo de cooperación externa, entre otras.

Sé que hay quien insiste en que realmente quienes le han votado no reclaman todo eso o incluso nada de eso, pero soy de los que prefiere recordar a los votantes qué han votado y qué discurso han avalado. Por aquello de tratarles como adultos, más allá del análisis político más sosegado y profundo que deba realizarse. Michael Moore, en su indispensable artículo escrito hace varios meses en el que vaticinaba el triunfo del “protofascista”, “Cinco razones por las que Trump va a ganar las elecciones”, avisaba de que “millones de estadounidenses van a votar a Trump, y no porque estén de acuerdo con él ni porque les gusten la intolerancia y el ego que le caracterizan, sino porque pueden, simplemente. Para ver el mundo arder y hacer enfadar a papá y mamá. Solo para ver qué pasa”.

Para que los malos triunfen basta que los buenos miren para otro lado o se laven las manos

Como prefiero que mis conciudadanos y yo mismo seamos conscientes de los problemas que nos afectan y planteemos soluciones a los mismos, considero necesario obrar en consecuencia: no se trata de votar simplemente porque podamos o para que el mundo arda… sino para construir algo más decente de lo que tenemos y para mejorar la sociedad en la que vivimos y vivirán nuestros hijos. Para que los malos triunfen basta que los buenos miren para otro lado o se laven las manos. Y es mejor no solo elegir la mejor opción entre las posibles sino ayudar a construir la mejor posible cuando ésta todavía no exista: aquella que resuelva los problemas sociales más acuciantes, amplíe los derechos de los ciudadanos, procure empleo digno y bienestar al mayor número de personas posible, impulse las reformas políticas, institucionales y constitucionales que se requieran y luche por acabar con todas las injusticias.

A menudo triunfan los corruptos o los populistas o los demagogos o los nacionalistas… porque no hay nadie enfrente para, precisamente, hacerlos frente. Michael Moore denunciaba en julio pasado que “no hay entusiasmo”, que era como decir que no había una alternativa política que ilusionara a la ciudadanía y fuera capaz de movilizarla. Ocurre siempre lo mismo. Clinton era el establishment y “representa a la política tradicional y no cree en nada que no sea lo que le haga ganar las elecciones”. En todo caso, nada de ello justifica el apoyo a un candidato de la calaña y del discurso de Donald Trump. Porque, además, había otros y, en todo caso, Hillary Clinton era una opción indudablemente mejor.

Escribía esta semana John Carlin, a propósito de los resultados electorales, que “la locura se impuso a la razón. Se dio el salto al vacío. El delirio se ha hecho realidad”, y estoy de acuerdo. Los estadounidenses deben dar cuanto antes la vuelta a la tortilla y no solamente impedir que las disparatadas propuestas de Donald Trump puedan ponerse en marcha… sino sobre todo deben ser capaces de construir una alternativa política que resuelva los graves problemas que afectan a millones de personas en EEUU e impida, a su vez, que el populismo y la demagogia se extiendan allí y en el resto del mundo. En Europa tenemos la misma peste, que parece que crece. No nos mantengamos de brazos cruzados. No nos resignemos. No seamos tan irresponsables de votar simplemente “para ver qué pasa” o porque podemos. Nos jugamos mucho. Defendamos la democracia, el pluralismo, la diversidad, los derechos humanos, la integración racial, la igualdad entre mujeres y hombres, la tolerancia religiosa y una sociedad mejor, más igualitaria y más justa. Como siempre, el futuro depende de nosotros.

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Nací el 11 de noviembre de 1974: tengo, por tanto, 42 años. Soy Diplomado en Ciencias Empresariales, Técnico en Gestión Fiscal y Técnico Especialista en Administración y Dirección de Empresas. Milité desde muy joven en diversos movimientos sociales que se enfrentaron al terrorismo de ETA, como Denon Arten-Paz y Reconciliación (durante los primeros años de los años 90) y Basta Ya (desde finales de los años 90). Milité posteriormente y durante unos tres años en el PSE, partido político que abandoné en 2006 al comprobar que dejaba de ser un partido nacional y de defender la igualdad y por su política en relación a ETA. Me afilié a UPYD el 29 de setiembre de 2007, el mismo día en que se presentó públicamente en Madrid. Desde el 1 de marzo de 2009 hasta el 20 de octubre de 2016 fui parlamentario vasco por UPYD. He estado en la Dirección de UPYD desde 2009 y soy exportavoz nacional del partido. Portavoz de la Plataforma Ahora

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