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La verdad sigue aunque no la quieran

José Repiso Moyano
José Repiso Moyano
Escritor español de larguísima trayectoria nacido en Cuevas de San Marcos, Provincia de Málaga, que ha publicado miles de obras en 50 años (literarias, de conocimiento,etc), y ha obtenido premios y reconocimientos por su participación en concursos, periódicos, revistas, recitales, programas de radio, acciones humanitarias y eventos literarios en todo el Mundo.
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análisis

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La verdad y la realidad tienen algo siempre en común, sí, que por mucho que sean negadas y tapadas por los seres humanos siguen exactamente igual, igual a como son. ¡Ciertísimo!

Bueno, trataré aquí de la reprobación máxima (de indignación) o del insulto. A lo largo de la historia, toda ofensa, toda ira o irritación y toda gran indignación ha ido acompañada de un insulto (explícito o sutilmente manifestado), sí, esta es la pura verdad. Aunque lo que habría que aclarar, para evitar confusiones, es lo que realmente es y cuál es el funcionamiento del insulto.

Empezando, el insulto o el motivo del insulto siempre significa una reacción de desprecio a la dignidad (o al comportamiento) de otra persona (o de una situación existencial misma). Y, con esa base, se manifiesta de muy diferentes maneras: a) rididulizando o utilizándose la mofa, b) comparando mal, c) difamando, d) con agravios o con “palabrotas-tacos”.

También, el insulto puede ser (en subjetividad) lo que la otra persona cree que lo es por sentirse “herida”, malpuesta, humillada o no reconocida tal como es. He ahí que cualquier desobediencia, no aceptación cultural, excesiva grosería, no reverencia o “no mirar bien” o mal aprovecharse el bien del otro, perfectamente pasa a ser un insulto con más o menos gravedad.

Pero el insulto, en su naturaleza o en objetividad, tiene siempre el trasfondo del desprecio y, tal desprecio, puede o no puede atentar contra el honor o contra la dignidad jurídica de una persona, sobre todo cuando es un insulto que miente, acosa, humilla y desacredita realmente (en obviedad) a esa persona.

En consideración, no siempre se insulta realizándose un daño objetivo a alguien, sino a veces se insulta porque va en la condición humana el hacerlo a modo de desprecio natural o legítimo, a modo de respuesta intolerante frente a un mal o a modo de autodefensa psicológica por amedrentar o por disuadir a un enemigo o rival. ¡Exacto!

Se mire como se mire, decirle a alguien que es un “mentiroso”, atentaría siempre a su honor-imagen social si realmente no es un mentiroso, ¡obvio! (y sería eso insulto objetivo). Del mismo modo, decirle que es un “falso”, atentaría siempre a su honor-imagen social si realmente no es un falso. Y del mismo modo, decirle que es “maleducado”, atentaría siempre a su honor-imagen social si realmente no es un maleducado.

Lo que quiero decir es que, lo que en racionalidad es un insulto, es imposible de concretar si no se aportan pruebas determinantes de que a alguien se le humilla (realmente y no aparentemente) o se le daña o se le atenta contra su honor.

Sí, porque ante lo que cada cual opine o sugiera, cada ser humano siempre reaccionará con una naturaleza diferente (y válida por salvaguardar su diferencia) a sus miedos, a sus competidores, a sus enemigos, a sus sacrílegos contrarios con respecto a sus mismos principios.

En el contexto religioso (seguido del político) es en donde más insultos se han desarrollado; y precisamente porque es en donde más se enfrentan esas diferencias humanas señaladas. Sí, la sensación de que “es el otro el que profana”, “son los de otra religión-política los que mienten-profanan”, siempre imperará en los seres humanos por los siglos.

Eso no se puede casi evitar; pero, lo que sí se puede evitar, es que la sociedad sea aún tan irracional, tan burda y tan estúpida. Obvio.

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