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La unión de España como moral

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Para un servidor, una de las cuestiones es si la independencia de Cataluña es un fin o un medio para el independentista que la desea. Si esta independencia es un fin en sí mismo (algo que se supone propio del individuo o de la persona que es “un fin en sí misma y no un medio”), creo que hablamos de una motivación o interés nacionalista, sea este sujeto un independentista de izquierdas o de derechas. Y que es legítimo, claro, al menos tanto como es legítimo ser nacionalista español o francés (uno de los escollos para un diálogo sincero es que el nacionalismo español, de izquierdas o de derechas, no se reconoce como tal). Pero, si uno considera que la independencia de Cataluña es un medio para tener (en su propia sociedad cultural) una sociedad mejor y más justa, entiendo que la afrenta al Estado Español es, paradójicamente, muchísimo más potente: porque le estamos diciendo que no creemos en él, que nos es in-útil para esta mejor vida que pretendemos. ¿Somos egoístas, pensando así? Supongo que responderán que sí, y que ustedes no lo son. Pero deberíamos observar desde qué lugar (de intereses) nace su opinión. Además, me atrevería a decir que han pensado en una cuestión económica y ya está.

El 17 de enero, El Mundo entrevista a la actriz Carmen Maura, que desconozco si es sospechosa de ser de izquierdas, de derechas, o todo lo contrario. De sopetón, suelta un comentario que, faltaría más, El Mundo resalta en negrita y, con regocijo, alza a titular: <<Cada vez que veo que para conquistar a los catalanes les están dando dinero, me pone negra. Porque precisamente no es la comunidad que más lo necesita>>. Vamos a suponer que dice “conquistar” en el sentido de “seducir”, y vamos a obviar que no “les están dando dinero”, sino que les devuelven una parte del dinero recaudado de sus impuestos trabajados. Pero no voy por ahí, sino por aquí: ¿quién considera Carmen Maura que es la comunidad que más necesita ese dinero? No importa, me atrevo a ser pitoniso y vaticinar que será una comunidad de España. Ah, ¿y por qué no de Grecia? ¿O del Senegal? Porque somos españoles, ¿no? Esto, ¿también es egoísmo, o la “españolidad” lo contrarresta? Esto, ¿también es nacionalismo? ¿No? ¿Por qué no? ¿Por la simple razón de que España es un estado y Cataluña no? Entonces, si piensan así, solo hacen que cargar los argumentos de los nacionalistas catalanes.

Es muy fácil, y crea simpatías, señalar los catalanes por el hecho de serlo. Además, tiene premio (en este caso el periodístico del titular). ¿Se atrevería, la señora Maura, en El Mundo, a decir algo así como: <<nos deberíamos preguntar por qué, como mínimo, el 48% de los catalanes se quieren largar de España>>. Eso no crea simpatías y, además, la respuesta suele venir dada: son egoístas, insolidarios… pero, claro, siempre referente a los españoles. Pero estaríamos hablando, de nuevo, de dinero.

¿Es viable, económicamente, una España sin Cataluña? Vamos a suponer, por un momento, que no. Entonces, se me plantea una pregunta: ¿qué estaría usted dispuesto a hacer si su compañero de piso quiere irse y ello le causara no poder pagar las facturas del gas, agua, electricidad? ¿Si, además, tiene el poder y la fuerza para obligarlo a quedarse? ¿Se plantearía por qué se quiere ir si su fuerza le permite tener la manutención asegurada? ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar para mantenerla?

Opino que el fracaso de España, entendido como un posible estado en que todos nos hubiéramos sentido “cómodos, reconocidos y con las mismas posibilidades de vida justa y feliz”, es debido a haberse centrado en si es, o hasta qué punto debe ser, plurinacional; sin reconocer, previamente, que es multicultural. El no reconocimiento de una manera sincera, pragmática y efectiva, de esta multiculturalidad, es el alimento de los nacionalismos, tanto catalán como español. Para un servidor, hay una diferencia sustancial en cómo se sitúa uno ante la cultura o ante la nación. Ante las culturas, no hay una “comparación de intereses”, pues una cultura es en sí misma, que, aun siendo un medio de interrelación entre individuos, es, también, un fin, un fin cambiante, modelado por el tiempo y por los mismos individuos y por su relación con otras culturas. Pero no es “revisable”: es algo fuera del tiempo, en el sentido en que los individuos que forman parte de ella no pueden decidir, en un momento dado (dentro del tiempo) qué es esa cultura y qué no. Al contrario, la nación sí es una decisión, pues es un medio: es un acuerdo de mínimos por el cual los individuos se identifican en un territorio. Y puede tener la facultad de auto legislarse (ser un estado) o no. Pretender que la nación sea un fin y no un medio, es la puerta que conduce del nacionalismo a aplicar políticas de índole fascista: es decir, mediante imposición por la fuerza.

España no está articulada como un territorio multicultural, o pluricultural. La argucia de “una cultura común” o de “una lengua común”, llamada española, es una simple falacia para justificar una cultura (como mínimo, de origen castellano) como predominante sobre las otras. Gracias a esta predominancia, al ser los individuos de esta cultura los que controlan todas y cada una de las esferas de poder del estado (ahora e históricamente), nos encontramos asumidas aberraciones como que un político catalán no pueda intervenir en el congreso (representación de todos, y, por ende, de él mismo como extensión de los individuos de su cultura) en su propia lengua. O que tantos catalanes, en un juicio (incluso en un juicio situado en Cataluña), opten por declarar en castellano sabedores que hacerlo en su lengua propia es perjudicial. La creencia, por la inmensa mayoría de españoles, de que hay “una cultura española”, que identifican con España (nación o estado) en su territorio, implica, de antemano, el conflicto con las otras culturas. Y, este conflicto, es el que alimenta los nacionalismos (periféricos y central) que se retroalimentan. El error de haber mezclado derechos, deberes y mercado con todo ello, es decir, centrarse en “nacionalidades” entrando en un terreno comparativo (donde todos debemos ser “iguales”) es lo que llevó a la política del “café para todos” (y me pregunto si, incluso, alguna comunidad se arrepiente de ello). A partir de aquí, toda la política se ha ido centrando en lo monetario, ámbito que permite el crecimiento del nacionalismo (Pujol) legitimado por la raíz de este diálogo: el dinero. Pero, opino que esto nos ha llevado a donde estamos, entre otras, por dos razones:

1) Cuando uno se enmarca en el ámbito del mercado, hace negocios. Es, en este sentido, que “negociaban” los gobiernos de Pujol con los alternos de PSOE o PP. Pero, a estas alturas, todos sabemos una de las condiciones de cualquier negociación comercial: los tratados, se cumplen. Los incumplimientos continuos por parte del Estado, empezaron a calar, incluso, en el nacionalismo más negociador, pues, paulatinamente, la negociación perdió su sentido. ¿De qué sirven, ahora, las promesas del estado? De nada. De ahí que el nacionalismo pierda su condición de utilidad y, en pocos años, vaya siendo sustituido por el independentismo. Esta sustitución comporta que se pase de lo económico y abstracto a lo social e individual.

2) Aunque pueda parecer algo increíble en este sistema que hoy habitamos, lo monetario no lo es todo. Como ya comentaba en el artículo “Violencia catalana y el hartazgo de la ardilla”, el repetido y constante menosprecio a la cultura catalana, muy relacionado con los efectos del sistema de “negociación” señalado en el punto anterior, ha causado un distanciamiento o rotura, digamos emocional, entre las diferentes culturas. Pero la cultura no es sino expresión identitaria de los individuos, los cuales, como culturalmente catalanes, se sienten menospreciados como individuos (cada uno en su propia escala, intensidad y manera). Y vamos pasando de una reivindicación “nacional” (y más abstracta) a una “individual” (concreta, como el voto de uno en un referéndum). Es decir, pasamos de que alguien reivindique en nuestro nombre, por ejemplo, un x% del IRPF (algo abstracto y de las instituciones o gobierno de turno), a reivindicar decidir por nosotros mismos, tomar una decisión individual (el referéndum). Esto, creo, no se ha apreciado ni por parte del Estado ni de la población española.

Veamos un comportamiento muy común, ejemplarizado en el comentario de Carmen Maura: nos viene a decir que los “catalanes” no son los que más necesitan el dinero (de los impuestos de los propios catalanes). Fíjense que no se refiere a unos supuestos “catalanes-ricos”, sino a los catalanes en general. Como si no hubiera catalanes pobres (o andaluces ricos), o catalanes necesitados de ese dinero (como en cualquier comunidad). Cuando conviene, todos los catalanes están en el mismo saco, y hacer esto es un germen de xenofobia: los juzga por lo que son, no por su comportamiento. “En tanto son catalanes”. Imaginen que hubiera dicho “judíos”: ¿no les resultaría, al menos, sospechoso? Este uso de englobar los catalanes a conveniencia, es un continuo ya inherente al comportamiento político y mediático de España.

Tal vez inconscientemente o con plena intención (no conozco a la señora Maura), añade rápidamente: <<si acaso es la comunidad que más gasta en tonterías. Vamos a un festival y veo una oficina española y otra catalana. Y lo de las embajadas>>. Y es muy interesante, y significativo, que esto lo diga una persona que no es política (que sería sospechosa de “una intención”), sino del mundo de la cultura, susceptible de tener una visión más cercana a la objetividad, más humana y limpia de ciertos intereses. ¿No se pregunta, Carmen Maura, por qué esto que tanto reprocha es así? Simplemente se dedica a juzgar y condenar como “tontería” en que se gastan el dinero “los catalanes” como comunidad. Si es una tontería, es que somos tontos. Como decía Forrest Gump: tonto es aquél que hace tonterías. Pero a lo mejor sucede que los catalanes, tontos o no, no nos sentimos representados por esa oficina española (que también contribuimos a pagar), ni por sus embajadas (que también contribuimos a pagar), y eso no lo decide la señora Maura, ni El Mundo, ni el Estado Español, sino nosotros. ¿Que hay otras necesidades? Claro. Mis propios hijos, por ejemplo, han ido y van a escuela pública en barracones prefabricados, en una zona climática donde en invierno se llega fácilmente a 3 o 4 bajo cero y, a fines de primavera, a casi treinta bajo el sol. Pero, como soy tonto, acepto que una parte pequeña del presupuesto de la Generalitat (y que viendo el revuelo que causa en España, parece que sea la mayor partida), se gaste en oficinas y embajadas en el extranjero. Ahora ustedes me dirán que la Generalitat se lo gaste en escuelas, y yo les responderé que cuánto se gastan algunos en aeropuertos como el de Castellón o líneas de Ave con vagones vacíos. Y, así, nos estaremos un buen rato para nada. Porque, tal vez, lo que molesta no sea el dinero gastado, sino que, lo que incomoda, es la afrenta que significa que una parte de España no se sienta representada por las oficinas “españolas”. Porque hace cuestionar lo que uno piensa que representan esas oficinas, y, por tanto, la idea que se tiene de lo que es y “debe ser” España. ¡Por favor! ¡Como si la cultura española no fuera suficientemente rica e importante! ¡Y estos catalanes promocionando su cultura como si fueran otra cosa! ¡Destinando su dinero cuando podrían ser más ecuánimes, buenos, solidarios! ¡Menuda tontería!

Esto nos lleva a la cuestión que, tal vez, se debería escuchar los argumentos de los que sostienen (la inmensa mayoría en España) que los catalanes no están legitimados para decidir por ellos mismos. Hemos pasado del “porque lo dicta la Constitución” de Rajoy, al “porque no son mayoría social” de Pedro Sánchez. Pero, más allá de los que diga este último (que tampoco precisa qué sucedería si se tuviese esta mayoría social), me temo que no hay una argumentación que sostenga la i-legitimidad de los catalanes sin adentrarse a forzar conceptos como democracia, libertad, justicia o igualdad. ¿Es suficiente la imposición del Estado haciendo uso de su fuerza (policial, judicial)? Sí, rotundamente sí. A los hechos me remito. Pero, ¿será siempre suficiente? El riesgo que esa “mayoría social” independentista llegue y vea que el Pedro Sánchez de turno es lo mismo que el Zapatero de turno (“apoyaré el Estatut que decidan los catalanes”), es altísimo. Pero, entonces, si llega ese momento, la “mayoría social” no se conformará con un “tour de force” abstracto (como la DUI simbólica y no efectiva). ¿Tenemos que esperar a que llegue ese momento para replantearnos las cosas? ¿De verdad es necesario tener un pie colgando del precipicio para sopesar el batacazo? Pues, por lo que dicen los españoles con sus votos, parece ser que sí. Pecho ibérico y pa’lante a caballo, hacia el precipicio al grito de Viva España (que es exactamente el mismo que el “A por ellos”). Olé.

Pero, regresando a la entrevista a Carmen Maura, me pregunto si lo que se busca y resalta es una “justificación moral”. Extraigo de Adela Cortina (“Ética mínima”), y a sabiendas de que en ese momento habla de religión, lo siguiente (página 301): <<La justificación de la moralidad sólo es posible mediante la existencia de algo que sea “fin en sí mismo” (no medio) y que “valga absolutamente” (no relativamente)>>. Para todos los unionistas (que lo son por encima de constitucionalistas) tales como el rey, el PP, Ciudadanos y la mayor parte del PSOE, la unidad de España es un fin en sí mismo, y no un medio para mejorar las posibilidades de vida de las personas basado en el consenso. Por ello decía antes que era absurda la discusión sobre los gastos en embajadas, aeropuertos fantasma o líneas de Ave discutibles, porque, en el fondo, no se trata de esto, sino que a los catalanes se les juzga (y condena) “moralmente”. Esta premisa, que los catalanes en un sentido moral son juzgables por el mero hecho de ser catalanes, anula cualquier necesidad de argumentación y permite que cualquiera pueda estigmatizarlos (con la recompensa de devenir una persona con una “buena” moral). La furibunda reacción de algunos escritores españoles ante el PEN Club internacional por pedir la inmediata puesta en libertad de los Jordis y la retirada de cargos es debida, a mi parecer, porque cuestiona esa moralidad.

Fíjense un momento en lo siguiente: en algunos países europeos han establecido un “cordón sanitario” para aislar a la ultraderecha. Esto, desde un punto de vista político, es un sinsentido (la política es diálogo y negociación con el otro). Entonces, ¿por qué se hace? Porque se fundamenta en una visión moral, no política. En una moral basada en un consenso de mínimos de los Derechos Humanos y, como la ultraderecha está dispuesta a no respetarlos, es desde la moralidad que se los aísla. En España, PP y Ciudadanos pactan sin rubor por una razón: se ha establecido una moralidad superior, que es España en sí misma (con la unicidad intrínseca en su visión) y que contradice la posibilidad de ese “cordón sanitario”: aceptarlo significaría aceptar otra moralidad “superior” a la unidad de España; significaría que ciertos valores de los Derechos Humanos están por encima; exigiría replantearse la visión ante la reivindicación independentista. Cosa, toda la anterior, que no se piensa hacer. Por ello es necesario recordarle a los españoles la mala moralidad de los catalanes, que como tales son juzgables, y qué mejor que servirse de personas de fácil identificación (como una actriz que se sienta muy española, que sea agradable, corriente, tan normal). Ah, y lo que dice Maura sobre la mujer y el feminismo, daría para otro artículo, si cabe, todavía más triste.

Como decía al principio, el independentismo es una afrenta al Estado superior al nacionalismo. La posición del Estado, basada en su nacionalismo español y la preeminencia de la cultura castellana por encima de una visión conciliadora, causa una reacción de confrontación, de lucha, en lugar de pretender “desarmar” este independentismo a base de argumentos y hechos que modifiquen el propio Estado. Esta posición de combate nos lleva a lo que decía el francés Raymond Aron: <<Nada contribuye más a la eficacia del combate que la buena conciencia de los combatientes. La mitología [“nacionalista”, esto es mío] o la mentira contribuyen más que la expresión fiel de la verdad a la forja de esta buena conciencia>>.

 

*** (Por cierto, señora Maura, estaría bien saber si la aportación de TV3, televisión pública catalana, a la producción de esta película en la que usted actúa remunerada y que está promocionando, es, también, una tontería. Realmente, en qué cosas se gastan el dinero los catalanes).

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1 COMENTARIO

  1. Carmen Maura solo dijo lo que piensa la mayoría de los que se llaman españoles,Recuerdo cuando las grandes migraciones no los enviados como borregos al mataderos de la última época de Franco,que hizo qué muchos se olvidarán de las masacres y decidieron quererlo por sus bondades.Pero antes sobre los 48-56, ésos sí fueron años duros,hubo mucha migración,muchos para América Latina,y una gran parte de Andalucía se marchó para Cataluña,entonces es que era zona rica y próspera,eran gentes inteligentes y capaces de los mayores sacrificios para lograr progresar.Siempre he oído que cuando Hacienda haga el recuento esperaba lo de Cataluña para el total porque aumentaban los ingresos.Ahora en una situación caótica como la España de los últimos 10 años por lo menos,no es de extrañar que quieran que lo suyo quedé en su territorio.Estoy en Asturias hace mucho más de diez años que la CU.dio dinero para que el 2018 todas las minas estuvieran cerradas,resulta que cómo somos tan grandes a los 20.000 personas no reciclaron en trabajos,no se tomaron ninguna medida,pero él dinero voló no se sabé dónde.Imagino que Cataluña pensará algo similar.No querrá que le suceda lo que al resto de éste país que está entrando en zona de tercermundista.

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