Hay una realidad que muchos, en el Reino de España, desconocen. La gran mayoría. Y es que, entre las personas que más defienden la independencia de Cataluña, se encuentran los que en su día nacieron en principalmente en Andalucía o en Extremadura seguidos de quienes han nacido en otros territorios de España.

Es algo llamativo que no conoces (y no imaginas) hasta que decides sumergirte en la realidad soberanista catalana. Y es una de las cosas que más me sorprendieron hace un año, cuando comencé a empaparme de lo que significa el independentismo.

Es muy común que en los espacios que comparto con cientos de personas soberanistas, cada fin de semana, alguien se acerque a mí y me diga: «¿Sabes de dónde vengo yo? Vengo de Andalucía. Hace cincuenta años (o los que sea), vinimos aquí con una mano delante y otra detrás a buscarnos la vida, huyendo del hambre y de la miseria. Y fue en Cataluña donde encontramos trabajo, donde pudimos hacer nuestra vida contando con muchas facilidades que en nuestra tierra natal no teníamos. El agradecimiento a Cataluña lo tendremos siempre y nos sentimos de aquí.»

Otros, más jóvenes, me cuentan que son catalanes, pero no tienen «los ocho apellidos». Y me explican siempre que sus padres eran aquellos andaluces o extremeños (principalmente). Que sus raíces les hacen conocer y saber lo rica que es España, culturalmente hablando y refiriéndose a sus pueblos. Y saben bien que sus abuelos, sus padres, marcharon buscando un futuro mejor, precisamente el que ellos han podido vivir.

Ninguno de ellos sienten «odio» hacia España. Ni ellos ni los nacidos en Cataluña. Lo que rechazan es la manera en la que ha venido comportándose el régimen franquista instalado en las instituciones. «La España» del Estado, del Gobierno, ese españolismo autoritario, represor, tramposo y cainita del que algunos han pretendido hacer «marca España«.

La figura del «indepe» nacido en Andalucía, por poner un ejemplo, me sorprendió mucho al aproximarme a la realidad soberanista de Catalunya. Y de entre los indepes, ellos suelen sentirse especialmente implicados en la causa.

¿Por qué? Según me cuentan, porque ellos han conocido desde dentro la miseria de esa España retrógrada, clasista y anclada en la mediocridad de la mayoría para que los «listos» vivieran a cuerpo de Rey. Porque sufrieron la pobreza, la persecución y la represión y fue, precisamente en Cataluña donde encontraron la posibilidad de ser ellos mismos, de conseguir sus objetivos y darle a sus familias lo que en sus tierras de origen no podrían darles nunca. Y siempre me hablan de la República. De sus familiares asesinados, encarcelados o exiliados por defender la república en los años treinta.

Anoche, tras la irrupción de la extrema derecha en las instituciones andaluzas, tras la debacle de la izquierda andaluza (si es que al PSOE se le puede situar en la izquierda), recibí muchos mensajes. Algunos de ellos, precisamente de mis amigas y amigos independentistas nacidos en Andalucía hace ya unas cuantas décadas. También de los que, nacidos en Cataluña, son descendientes suyos. Y todos coincidían en algo: el horror que les causaba ver a la extrema derecha tan reforzada, la tristeza al observar que se confirmaba lo que llevaban años temiendo.

Desde Cataluña (como desde otros territorios de España, que miraban asustados los resultados electorales) ayer sufrían por los resultados electorales. Porque son conscientes de lo que implica la extrema derecha. Y precisamente porque rechazan esta manera de entender la sociedad, de entender España, defienden que Cataluña sea libre y se gestione de manera independiente. No odian a los españoles, y por eso, los mensajes que recibo desde ayer son de solidaridad, de estupor, de pesar y preocupación.

Y me decían que ayer el principal problema fue la falta de participación en las elecciones. Que precisamente la desafección de tantísimas personas que no se han sentido identificadas ni representadas en ninguno de los mensajes, ni en las políticas llevadas a cabo durante estos años, ha sido la causante de una altísima abstención. Y que los que no solían participar, los que hasta ahora no se veían representados en ninguna formación política, han apostado ahora por la derecha: por ciudadanos o por vox, fundamentalmente.

Han entendido que ante la deriva de esta España que se desmorona «hace falta mano dura». Y a pesar de no reconocerse a sí mismos como racistas, defienden los discursos racistas de Vox. Porque lo justifican. Porque pretenden endulzar lo que en realidad siempre estuvo ahí: los terratenientes, los señoritos que han abusado siempre de su poder para explotar y aprovecharse de las familias humildes trabajadoras.

Precisamente aquéllos que se arriesgaron, que por dignidad se marcharon, los que apostaron por un futuro digno y libre, son parte de los que hicieron de Cataluña una tierra próspera, plural y cálida. Porque la Cataluña de hoy tiene mucho de Andalucía, de Extremadura y de todas aquellas personas que, dejando atrás una España de miseria, analfabetismo y oscuridad, se arriesgaron y acertaron. Y son quienes al ver los resultados de Andalucía me pedían que, por favor, hiciéramos algo para sacar a España de esta oscuridad en la que se adentra a gran velocidad. «Una candidatura única republicana y que defienda el derecho a decidir», eso es lo que hace falta. La unidad de los republicanos demócratas para que el pueblo frene el autoritarismo que nos acecha.

 

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