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La solución a la catástrofe humanitaria en Yemen pasa por un cambio radical de Occidente

Isa Ferrero
Isa Ferrero
Autor de Negociar con asesinos. Guerra y crisis en Yemen.
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análisis

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Una de las grandes lecciones que se ha podido sacar de todo el caos de las elecciones estadounidenses es ver hasta qué punto llega la fragilidad de la democracia del país más poderoso del mundo. Ha bastado con que un magnate populista de inercias fascistas agitase las aguas para demostrar el descrédito de la sociedad americana hacia un sistema político que ha fracasado. Posiblemente, la epidemia del Coronavirus ha acelerado estos cambios otorgando un carácter de inestabilidad al orden mundial que asusta a cualquiera. En este sentido (y en muchos otros) la derrota de Trump supone un alivio.

En Europa, se han podido ver síntomas de deterioro, pero no al nivel de los Estados Unidos. La razón es bastante simple: aquí el sistema social se ha deteriorado, pero en cierta manera ha conseguido resistir. En el caso de EE.UU., no. Esta es una de las razones por la que los estudios de historia económica que incorporen la desigualdad son tan importantes para entender lo que está ocurriendo ahora (no es azar el efecto Piketty). Es más que perceptible una ruptura de modelo desde los años 80 en el que los partidos socialdemócratas y los partidos conservadores giraron bruscamente a la derecha, por eso tiene tanto sentido hablar de neoliberalismo. Ahora vivimos plenamente las consecuencias.  

En Estados Unidos, uno de los cambios más radicales tuvo lugar en el Partido Demócrata, aquel partido que giró a la izquierda con Roosevelt y que se fue convirtiendo paulatinamente en el partido de la élite empresarial. Con los republicanos pasó algo parecido: atrás quedó Dwight Eisenhower que defendía impuestos muy altos a las grandes fortunas, o Richard Nixon que fue responsable de regulaciones ambientales muy importantes en el país y de la creación de la Agencia de Protección Ambiental. Desde ese momento, el partido se fue saliendo paulatinamente del espectro de la democracia liberal para convertirse en una organización reaccionaria, desde Reagan, pasando por G.W. Bush y Dick Cheney hasta terminar con Donald Trump, por el que el Partido Republicano no tiene reparos en negar la existencia del cambio climático. Esta deriva queda muy bien reflejada en el libro The Republican Reversal cuando señala que todo “emp[ieza] al principio de la década de los 80 cuando Ronald Reagan rompió con el consenso bipartidista sobre la importancia de la protección medioambiental”. 

Como se ha dicho en tantas ocasiones, los demócratas son también responsables del deterioro de las instituciones y de haberse convertido en el partido de las élites. También, son responsables de propagar la violencia al igual que los republicanos. Durante el último siglo, y especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se lanzaron de lleno a maximizar su poder económico y político, exportando, en la mayoría de las ocasiones, el modelo de “democracia” estadounidense con suma violencia. Esto ya lo sabemos y ha seguido ocurriendo en tiempos de Obama. Recordemos, por ejemplo, que su alternativa a la barbarie de los neoconservadores de Bush/Cheney en Irak y Afganistán fue el recrudecimiento de la “Drone Campaign”, una campaña de asesinatos extrajudiciales dirigidas por el presidente, que infringía flagrantemente el derecho internacional humanitario.

También hay que recordar que desde tiempos de Roosevelt se fraguaron alianzas con las tiranías más retrógradas de la región para asegurar el control de los recursos energéticos. La alianza con el reino fundamentalista saudí viene de esa época, al igual que el golpe de Estado para poner al Sha en tiempos de Eisenhower, apoyando durante más de dos décadas a uno de los dictadores más brutales de la región junto con Sadam Hussein. Este último también gozó de los favores de Estados Unidos y de Occidente por algún tiempo. Hasta tal punto llegaron esos favores que Occidente pasó por alto que la población kurda y chiita estaba siendo gaseada por Sadam Hussein, tal como recordaba siempre el ya legendario corresponsal de guerra, Robert Fisk. Que la tierra te sea leve.

Con este contexto no es de extrañar que la primavera árabe estallase, una revolución dirigida contra los gobiernos autoritarios que puso patas arriba Oriente Próximo. Como era de esperar, las revoluciones que afectaban a las teocracias absolutistas aliadas de Occidente no se apoyaron. Todo atisbo de manifestación en los países del golfo fue aplastado sin contemplación y sin apenas quejas por parte de las autoridades europeas y estadounidenses. Esto se puede constatar perfectamente en cómo las manifestaciones prodemocráticas fueron reprimidas por las tropas de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos sin que nadie en Occidente se inquietara demasiado.

Se podrían criticar muchos aspectos más de la política exterior que desarrolló Barack Obama, pero uno de los cambios positivos que realizó su gobierno fue llegar a un acuerdo nuclear con Irán que suponía una pequeña ruptura con más de tres décadas hostigando al régimen iraní, que provocó una oposición encendida en el Partido Republicano, que lleva igualmente desde tiempos de Reagan empeñado en bombardear el país. Este pequeño paso supuso un enfriamiento de las relaciones con Arabia Saudí, que veía el acuerdo con muy malos ojos, y con Israel y su primer ministro de extrema derecha, Benjamín Netanyahu, que rechazaba cualquier acuerdo con su enemigo número uno en la región y que encontró en Trump un gran aliado para seguir sometiendo a los palestinos a un régimen de apartheid. El nuevo acuerdo con Emiratos Árabes Unidos vuelve a blanquear la violencia del Estado de Israel. Nada nuevo.

A pesar de dicho acuerdo, Obama volvió a demostrar cuáles eran las prioridades del imperialismo estadounidense. En este contexto, apoyó militar y logísticamente una intervención militar de Arabia Saudí y los países del golfo en Yemen, cuando los hutíes dieron un golpe de Estado que completaron a principios del año 2015. Este apoyo también lo dio el gobierno de David Cameron en Reino Unido, otorgando la ayuda necesaria para que pudieran desarrollarse[1] los crímenes de guerra que las organizaciones humanitarias han denunciado desde que comenzó la guerra. Por el contrario, la mayoría de las restantes potencias occidentales, incluida España, aprovecharon el momento para continuar vendiendo armas a Arabia Saudí y a sus aliados del Golfo, a pesar de que se estaba bombardeando al país más pobre de la región y sometiéndolo a un bloqueo que se sabía que iba a tener consecuencias nefastas. Todo el mundo sabía que Yemen importaba el 90% de sus productos básicos y que iba a ser bombardeado por el país más rico de la región, como reconoció Robert Malley, uno de los hombres claves de Barack Obama en Oriente Próximo.

La llegada de Donald Trump y su “America First” supuso un fortalecimiento de las relaciones con las monarquías absolutistas del Golfo y fue un espaldarazo más a la política genocida del príncipe saudí Mohamed Bin Salman (MBS). El deterioro de la democracia alcanza su cénit cuando llega al poder un presidente que se queja por que las políticas estadounidenses no han protegido suficiente los intereses de Estados Unidos. No es de extrañar que lo primero que hizo Trump fue viajar a Arabia Saudí y anunciar demagógicamente un gran pacto para venderle más armas y después elevar la tensión con Irán para salirse de un tratado nuclear que brindaba una cierta protección a la región. Esto tuvo sus consecuencias: por un lado, se le daba más libertad a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos para seguir destruyendo Yemen; por otro, se logró que Irán se metiera cada vez más en Yemen intentando conseguir la ayuda de los hutíes para lanzar ataques a Arabia Saudí con el fin de enviar un mensaje a los Estados Unidos. De esta manera, Irán buscaba vengarse de Estados Unidos y de Arabia Saudí a un coste mínimo.  No hay que olvidar que el último ataque en septiembre de 2019 contra las instalaciones petrolíferas sauditas puso en jaque el orden internacional.

Del mismo modo, conviene hablar del papel que ha mantenido Naciones Unidas. No es ninguna novedad hablar de que la ONU está condicionada por el papel de las grandes potencias y sobre todo de Estados Unidos. Este papel a veces ha sido muy dañino para las poblaciones de los países más pobres. En el caso de Yemen, se plasma en el momento en que los hutíes dieron el golpe de Estado en el año 2015. La respuesta del Consejo de Seguridad fue la Resolución 2216 que exigía que los hutíes se retiraran de “todas las zonas que han tomado”, que entreg[asen] todas las armas incautadas” y pusieran “fin a todas las acciones que incumben exclusivamente a la autoridad del Gobierno legítimo del Yemen”[2]. Esta resolución permitió a la Coalición saudita decretar un embargo con el objetivo de buscar la rendición a base de matar de hambre a la población, pero también permitió a los hutíes jugar con el hambre y utilizar esa ayuda para sus intereses, sin importar que en Yemen 4 de cada 5 personas necesita ayuda humanitaria para sobrevivir.

Es verdad que hay razones suficientes para condenar todas las atrocidades que han cometido los hutíes, pero desde el principio esa resolución era muy poco realista y ha dificultado el camino hacia la paz, si tenemos en cuenta que los hutíes controlan una población de casi 20 millones de personas y han visto como su fuerza militar se ha incrementado durante estos años. Como bien argumentan los analistas del Sana’a Center, W. Alhariri y N. Ask, “las naciones más poderosas en el Consejo de Seguridad tienen intereses políticos, económicos y de seguridad comunes con Arabia Saudí dándole […] una gran voz para decidir cuándo y cómo se avanzan los esfuerzos diplomáticos internacionales para resolverlo”[3].

Hay varios ejemplos bastantes ilustrativos: uno es la decisión de Naciones Unidas de retirar a Arabia Saudí de listas negras de países que violan los derechos de la infancia, a pesar de que la Coalición que ha encabezado no ha parado en ningún momento de atacar a la infancia. Otro ejemplo, es que cuando hay conferencias humanitarias, no se dice ni una palabra de los crímenes de Arabia Saudí por el gran peso político que tiene en el tablero político. No hay nadie que sepa esto mejor que el exsecretario general, Ban Ki-moon, que reconoció que le habían chantajeado con no destinar ayuda humanitaria si no retiraba a Arabia Saudí de una lista negra. 

La derrota de Trump puede cambiar las cosas, pero hay que entender que la victoria de Biden es condición necesaria, pero no suficiente. Necesaria porque con Trump ningún esfuerzo se va a realizar para alcanzar la paz. De hecho, las últimas intenciones de la administración Trump de considerar a los hutíes una organización terrorista[4] habría echado más gasolina al conflicto y complicaría aún más cualquier perspectiva de paz, pero tampoco es suficiente debido a que ya sabemos de sobra que el Partido Demócrata también es, en buena medida, el partido de las élites y su compromiso social solo tiene significado cuando hay una presión lo suficientemente fuerte para que se hagan cambios de verdad. No es casualidad que ahora con la influencia del movimiento progresista en Estados Unidos, Biden haya asumido una agenda mucho más reformista que Obama. Que Biden haga finalmente algo todavía está por ver, lo que sí que parece es que dentro del partido existe una oposición cada vez más fuerte al papel desempeñado por Arabia Saudí.

Mientras tanto, la victoria de Biden supone que el orden internacional se vuelva a recomponer, por lo menos en lo que atañe a Europa y Estados Unidos. Esto también abriría una vía a la Unión Europea, que ha permanecido en determinadas ocasiones distante en la guerra de Yemen. Es imprescindible que los gobiernos europeos sepan que las relaciones con Arabia Saudí no pueden priorizarse a la necesidad imperiosa de conseguir la paz, sobre todo ahora que Emiratos Árabes Unidos ha dejado prácticamente sola a Arabia Saudí en la guerra.

Del mismo modo, se debe tener en cuenta que hasta que no se consiga la paz, el pueblo yemení tiene que sobrevivir. Esto puede parecer una obviedad, pero si la situación humanitaria es tan calamitosa que millones de personas están al borde de la hambruna, sufriendo lo que el propio Mark Lowcock ha denominado “la peor crisis humanitaria de la historia reciente de Yemen”, es vital actuar. De momento, las reiteradas exhortaciones de Naciones Unidas no han tenido ningún impacto en la comunidad internacional y mucho menos en la Unión Europea. Los programas humanitarios están colapsando y cada vez más gente está siendo desatendida porque los gobiernos son incapaces de destinar más fondos para ayuda humanitaria. En este punto, la responsabilidad del gobierno de España es absoluta porque no sólo ha conseguido grandes ganancias vendiendo armas a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, sino que sigue destinando una cantidad insignificante de ayuda humanitaria al país.

La intención de vender las famosas corbetas a Arabia Saudí debería remover conciencias por todo el territorio nacional. No sólo es que se vendan armas a un país que bombardea a la población civil, sino que también la secretaria de comercio, Xiana Méndez Bértolo, ha confirmado que el proceso para vender buques de guerra sigue su curso. Parece paradigmático que España teniendo una de las leyes más avanzadas en el control de armas, esté dispuesta a venderlos a un país que ha asediado al país más pobre de la región, utilizando prácticas medievales, por utilizar la expresión de la ex ministra sueca de Asuntos Exteriores, Margot Wallström. El motivo es simple: con un contrato de 1.800 millones de euros se nos olvida nuestro compromiso con los derechos humanos. Por todas estas razones, se hace imprescindible que el denominado “gobierno más progresista de la historia” atienda las demandas de las organizaciones humanitarias y realice un cambio radical. La obligación es máxima si tenemos en cuenta que cerca de 300 mil personas han muerto y que millones de personas están al borde la hambruna. Una catástrofe humanitaria descomunal.


[1] Ver https://www.theguardian.com/world/2019/jun/18/the-saudis-couldnt-do-it-without-us-the-uks-true-role-in-yemens-deadly-war

Ver https://undocs.org/pdf?symbol=es/s/res/2216(2015)

[3] Ver https://sanaacenter.org/publications/analysis/9603

[4] Ver https://www.middleeastmonitor.com/20200611-us-congress-republicans-list-yemens-houthis-as-a-terror-group/

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