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La soledad del profesor

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Hace unos días una profesora que empezaba próximamente en un Instituto pedía algún consejo en Twitter. Claro que pueden darse por parte de quien está ejerciendo o cuenta con la experiencia de toda una vida dedicada a la docencia. Sin embargo, no pasarán de ser simples sugerencias huecas, vacías y artificiales. La realidad es que cualquier profesor se encuentra en el aula con 30 estudiantes, por término medio, a los que tiene que enseñar una materia. Está solo ante unas decenas de posibles peligros, porque cada estudiante tiene una singularidad, que se debe conocer y aceptar. Y las aulas no son plataformas de atracción y juegos divertidos. En ellas hay que enseñar y educar, lo que requiere la voluntad y el interés de esforzarse por aprender.

Si el profesor quiere enseñar, como es su deber, tendrá que dejarlo claro desde que se presenta en las clases. Luego deberá también procurar  organizar la clase sin que aburra demasiado, tratando de conseguir cierto interés en los que vienen para aprender. Tendrá todo preparado para que lo puedan entender y memorizar después la estructura, acabando por demostrarlo en los exámenes y las pruebas. Esto no se puede hacer sin ser un buen profesional.

No se trata solamente de que aprendan conocimientos y competencias, sino que paralelamente hay también que educar, formando personas en valores y con dignidad para que desde ahora puedan responder a los retos que presenta la vida. Los comportamientos tienen que ser adecuados a los enfoques científicos que van asumiendo. No se pueden aceptar las miserias, que igualmente las hay en los Centros de enseñanza. Humillaciones, burlas, degradaciones y acosos deben estar ausentes en un centro educativo, aunque las energías de la adolescencia puedan descontrolarse con cualquier ocasión, pero tales problemas y otros semejantes se repite año tras año. Y esto es un fracaso de la educación.

Clases abarrotadas hasta saltarse la ratio establecida acaban agotando a los docentes. Tuve un director en un colegio que argumentaba a los profesores por protestar que la ratio se había saltado a cuatro alumnos más en algunos grupos. No se podía abrir una línea más para cuatro. Además, decía personificando: ¿y si tu hijo se encontrara entre esos cuatro, también días que no se le podía admitir y que se fuera a otro Centro, o harías una excepción? La cuestión es que, si se establece un número máximo, habrá que respetarlo. Es curioso que la Administración nunca marque, igualmente, un número mínimo para organizar un grupo. Ha sido muy corriente en algunas administraciones educativas, excepcionalmente, aumentar un 10% más al máximo.

Puestos de trabajo adecuados a las plantillas se cumplen difícilmente y así las condiciones de trabajo no son las más dignas. Las excepciones acaban convirtiéndose en norma. Es comprensible que determinadas situaciones requieran una excepción, lo que no es aceptable es que más tarde se convierta en algo fijo. Conocemos administraciones que aumentaron las horas lectivas del profesorado con el objetivo, no confesado, de reducir plantillas. Fue hace varios decenios, pero la línea sigue actualmente. Es que los profesores trabajan poco, decía entonces una presidenta de comunidad autónoma. Yo lo hago durante doce horas al día. El caso es que los profesores van cumpliendo años, mientras que los estudiantes llegan siempre con los mismos años al mismo curso y que se encuentran rebosantes de energías. No permanecen quietos, sino que buscan y se hacen preguntas, que habría que encauzar, porque lo están exigiendo. Mientras tanto, el profesor está abrumado por el aumento de las horas lectivas, la necesidad de atender a un mayor número de materias, aunque no sean de su especialidad, para llenar el horario, y la exigencia de hacer más informes escritos, exámenes para corregir, evaluaciones en las que valorar el proceso de aprendizaje y demás funciones burocráticas.

Falta vida escolar. Se necesita tiempo para escuchar, compartir y debatir con el grupo de tutoría o individualmente para que no se adueñe de todos la frustración inevitable. Para esto se requieren horas y disponibilidad. Hay veces en que los espacios de descanso son de quince minutos, lo que ni siquiera permite tomar un café, dado que la cafetería no se encuentra al lado de las aulas.

Esto ocurre en tiempos de normalidad académica. ¿Qué decir ahora con la pandemia? Siguen las clases presenciales en aulas con ventanas abiertas, también en invierno, para evitar contagios. Continúan los exámenes presenciales, incluso en la Universidad. De la angustia del profesor ante la posibilidad de contagiarse y pasarlo a la familia no vamos a hablar.

Además, con demasiada frecuencia cambian las leyes educativas y se hace una pasada a currículos anteriores, que sufren importantes modificaciones. ¿Quién hace formación de profesores para que puedan atender esta importante necesidad? Como mucho se dedican a ello los libros texto y acaban cerrando el currículo abierto. Los profesores han estado siempre solos, antes y ahora, y se las tienen que arreglar como sea. Esto no es serio, ni profesional, ni científico, pero es lo que hay. No damos importancia a la educación secundaria. Ni la sociedad, ni la Administración se implican en ella, así como en los demás niveles. Para eso ya están los profesores.

Profesores que también enferman y no tienen otros colegas que puedan sustituirlos, porque las plantillas están a tope y demasiado ajustadas. Esta es una previsión que debería estar resuelta, pero solo cuenta lo presupuestado y a veces no hay otros disponibles, así que tendrán que arreglarse como puedan los Centros y sus direcciones. Otras, en el mejor de los casos aparece algún sustituto, que se le despide antes de las vacaciones para no tener que pagarlas. Uno se pregunta cómo será posible esto, habiendo tantos profesores en paro, pero ocurre. El abandono de las administraciones resulta frustrante. Se puede acudir con mucha ilusión ante la llamada de un día para otro, dado que, al fin y al cabo, se sale del paro, pero esto no impide que se encuentre solo en el aula. También hay quien no acepta esto, proclamando que está en la mejor compañía, la de sus estudiantes. Y no carece de razón.

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