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La respuesta de los transportistas europeos a Boris Johnson: «Súbete tú al camión»

El primer ministro recibe una dura negativa de los mismos camioneros extranjeros a los que negó el visado tras el Brexit

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análisis

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El caos por la crisis del combustible en Reino Unido amenaza con llevarse por delante el Gobierno de Boris Johnson. Ahora se están viendo, en vivo y en directo, los efectos nefastos de colocar a populistas en el poder. Los ultranacionalistas pueden ser muy patrioteros de lo suyo, pero incapaces de gestionar un país. ¿Cómo puede ser que en una de las primeras potencias mundiales escasee la gasolina y productos de primera necesidad en tiendas y comercios? ¿Cómo es posible que estos días Inglaterra se parezca más al Afganistán de los talibanes que a un país moderno y avanzado? Muy sencillo, porque los elitistas demagogos que se han instalado en el palacio de Westminster son una recua de descerebrados que lo arreglan todo poniéndose la mano en el pecho y cantando con pompa y circunstancia el himno nacional mientras que a la hora de la verdad, cuando vienen mal dadas, cuando el país necesita de hombres y mujeres de talla, bien por incultura, por falta de formación o por nula capacidad de trabajo (vienen de colegios de pago donde les aprueban los cursos por la cara) terminan escondiéndose debajo de la mesa.

Esta película nos resulta familiar. Lo hemos visto con la pandemia, cuando tronados como Trump o Bolsonaro aconsejaban a sus ciudadanos que no se pusieran la mascarilla porque el virus no existía y era cosa de comunistas. Jamás sabremos cuánta gente ha muerto por la negligencia y las malas decisiones de los iluminados del fascismo blando de nuevo cuño que trata de imponerse en el siglo XXI. Los ultraderechistas de todas las nacionalidades sienten auténtica alergia al Estado de bienestar y cuando se cruza en el camino alguna calamidad, véase una plaga, una inundación o un cambio climático brutal, colapsan y pierden los papeles.

La que ha organizado Johnson estos días promete ser histórica. El desabastecimiento de combustible, la falta de camioneros y la consiguiente carestía de alimentos en los supermercados es consecuencia directa de una política, la del Brexit, que no pasaba de ser una formidable campaña de propaganda ultrapatriótica para llegar a Downing Street y poco más. Ahora se ve que todo aquello fue un camelo, una farsa, un engaño a los ingleses. Les dijeron que podían vivir fuera de la UE, independientes del mundo, aislados y suspendidos en medio del océano, como cuando los tiempos del Rey Arturo, y la mayoría tragó con el cuento. Muchos ciudadanos picaron el anzuelo de la fiebre chovinista y ahora pagan las consecuencias del desastre. Las imágenes de televisión que nos llegan de la BBC son brutales. Gente desesperada peleándose con los agentes de Scotland Yard, reyertas por una lata de gasolina, la ley de la selva y del más fuerte imperando en las calles y carreteras. El enloquecido y distópico mundo Mad Max hecho realidad. A eso conduce el voto a la ultraderecha. Al caos, a la guerra social, al final de la civilización.

Ayer, en un intento desesperado por reconducir la situación y frenar la crisis, el bueno de Boris Johnson pidió ayuda a los camioneros de la UE para que le sacaran las castañas del fuego en medio de la anarquía. La llamada de socorro no deja de ser un sarcasmo si tenemos en cuenta que quien hoy reclama auxilio con amargura es el mismo hombre supremacista que no hace mucho humillaba a los extranjeros, apostaba por cerrar fronteras para que los inmigrantes no pudieran entrar en el país y presumía de que el Imperio de Su Majestad era suficientemente poderoso y rico como para no depender de esos desarrapados morenos continentales del sur que amenazan con contaminar la sangre anglosajona.

Fruto de aquellas políticas xenófobas y aislacionistas, miles de camioneros tuvieron que abandonar el país por falta de visado. Hoy la respuesta del gremio de conductores europeos ante el SOS de Boris no se ha hecho esperar: ¿No querías Brexit? Pues toma dos tazas. Los profesionales de la carretera han puesto en su sitio al primer ministro británico y de paso le han dicho que si lo que pretende es que las lechugas frescas y el pollo lleguen a los mercados a primera hora de la mañana lo mejor es que se vaya remangando y se ponga él al volante como un camionero más. Edwin Atema, del sindicato holandés FNV, ya ha dejado claro que no irán al Reino Unido con visados a corto plazo para ayudar “a este país a salir de la mierda que ellos mismos se han creado”. Vaya tragando quina Mr. Johnson.

El estropicio que ha organizado Boris es antológico y monumental. Porque uno puede ser un populista demagógico con peligrosas tendencias fascistoides, pero eso no quita para que tengas preparado un plan de contingencia nacional en previsión de que el Brexit empiece a pasar factura, tal como auguraban los más grandes economistas del planeta. Lamentablemente para los ingleses, no hubo plan porque el referéndum no fue más que eso: una estafa, mucho humo y nada detrás. El problema es que ya ha calado el discurso de Johnson de que con el orgullo nacional, la arrogancia étnica y la pertenencia al glorioso Imperio (God Save the Queen), es suficiente para hacer grande un país. Pues ahora, en lugar de tomates frescos españoles, que vayan comiendo del supremacismo.

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2 COMENTARIOS

  1. En parte de acuerdo con el autor. Pero populismos demagógicos los hay de todos los signos. Y si no que se lo pregunten a los pobres venezolanos, cubanos, norcoreanos…

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